El celular es un aparato electrónico que tiene muchas virtualidades hoy en día, no reduciéndose ya sólo a llamadas. Por lo cual hay un mundo de posibilidades que se abre en la utilización de este pequeño artefacto.
Lo primero que tenemos que decir es que por su realidad de creatura-invento no goza de una posición diferente al de los otros seres de este planeta. También a él podemos aplicarle la repetida frase del capítulo 1 del Génesis donde el relator, luego de narrar la creación de cada una de las cosas, termina comentando: “vio Dios que era bueno”. Mas, por la realidad de la inclinación al mal que ha quedado como marca del ser humano luego del pecado original, tenemos que decir que esta buena creatura puede ser utilizada por los hombres de un mal modo, convirtiéndose en algo malo para quien no sabe darle un uso adecuado.
Por lo anteriormente expuesto, en segundo lugar, debemos concluir con San Ignacio de Loyola, que debe ser utilizado por los hombres según la regla del tanto cuanto: “Las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para el hombre y para que le ayuden en la prosecución del fin para que es criado. De donde se sigue que el hombre tanto ha de usar de ellas, quanto le ayudan para su fin, y tanto debe quitarse dellas, quanto para ello le impiden”[1].
Por lo anteriormente dicho podemos extraer algunas rápidas consecuencias negativas que puede ocasionar un uso desordenado del celular en los religiosos y en sus comunidades.
1. En cuanto a la oración podemos decir que produce la tendencia a disipar, superficializar el alma, quitar fuerzas y tiempo, generar criterios mundanos. De aquí que en los momentos de oración debe brillar por su ausencia.
2. En cuanto al apostolado del religioso, así como puede ayudar mucho también puede convertirse en un antitestimonio, en pérdida del tiempo que debía dedicarse a la preparación, quita humanidad haciendo al religioso frío y de poca presencialidad (es lo que pasa con tantos que mandan imágenes religiosas, frases, evangelios explicados, lo cual no es malo, pero quita el elemento humano, tan necesario a la hora de empapar el corazón desde los caminos humanos que se abren ruta en el mismo andar).
3. En cuanto a la formación que debe procurar siempre el religioso se puede tornar en un ladrón de tiempo, un generador de seres superficiales, impidiendo la concentración, la profundización, reduciendo o degradando el vocabulario, generando mala educación (como el uso del celular mientras se habla con otros, se come o similares).
4. En cuanto a la vida comunitaria dificulta el diálogo (elemento clave en la buena marcha y entendimiento de las comunidades), se inmiscuye en momentos propios de la comunidad en cuanto tal, distorsiona el verdadero sentido de la eutrapelia o convite de los hermanos.
5. En cuanto a los votos trae tentaciones contra la obediencia (por ejemplo en el exacto cumplimiento del horario), puede ir contra la pobreza (por la apariencia de lujos o el derroche innecesario de dinero en servicios como el internet sin una gran necesidad, por ejemplo), es un riesgo cierto y constante contra la castidad, y hasta puede ir contra el fin supremo de la vida religiosa atentando contra la caridad.
De aquí que nos tomamos el atrevimiento de formular 3 criterios para el recto uso de este instrumento de trabajo en la vida religiosa:
1. Tener el celular que se necesita y no el que está de moda o es mejor.
2. Ser inflexible con los tiempos de uso (no puede aceptarse en cualquier horario o actividad).
3. Apuntar a usarlo lo mínimo posible.
[1] Ejercicios Espirituales nº 23.