Quiero tratar un tema que es bastante recurrente en las comunidades católicas. De hecho, es natural que hacia el final de las misas en muchos lugares se escuche hacer una oración pidiendo por el aumento, la perseverancia y la santidad de las vocaciones a la vida sacerdotal y religiosa en general. Eso está muy bien y ciertamente que hay que rezar, porque es la gran fórmula que Dios nos dejó para conseguir vocaciones.
Lo primero que quiero decir es que necesitamos de las vocaciones, necesitamos de los sacerdotes todos y el que les está hablando es un sacerdote. Yo también necesito de ellos y necesitamos de la vida religiosa que es una entrega: una especie de holocausto hecho a Dios por amor a él, una entrega total hacia los hermanos, una entrega total a la vida de la oración. ¡Los necesitamos!
Nosotros somos personas que tienen fe, y como personas que tienen fe, no nos podemos quedar simplemente con lo material. Esa gente que dice: “si el cuerpo está bien, si la salud está bien, todo tranquilo”, ciertamente que son personas que, si piensan realmente así, no piensan como gente de fe. La cosa está tranquila cuando el alma está bien y sin sacerdote, sobre todo hablo de los sacerdotes ahora, el alma no puede estar bien.
El sacerdote nos trae el perdón de los pecados, porque Jesucristo así lo quiso; el sacerdote nos trae a nosotros la Santa Eucaristía, sacramento sublime, el más perfecto de todos. El sacerdote nos da la posibilidad de entrar al cielo por el bautismo y nos despide el día que tenemos que volar hacia el allá haciéndonos la unción de los enfermos. Es el sacerdote el que consuela a los que quedan en el responso. ¡Necesitamos de los sacerdotes!
Nuestro mundo ha prescindido de ellos. El mundo no los considera necesarios, no considera un servicio siquiera el trabajo del sacerdote. Es un trabajo arduo, un trabajo duro y nosotros como católicos sabemos esa importancia y rezamos, pero hay una cosa más que yo quiero decir, porque rezar está bien, pero la oración ciertamente que es mucho más perfecta y es más oída por Dios, si va unida al ofrecimiento.
Me contaba un sacerdote que estuvo misionando en el Alto Perú durante casi 15 años que, la gente de una de las parroquias donde él estaba, que era gigantesca y en la cual tenía que moverse durante días para llegar a distintas comunidades, en un momento, al venir el obispo a visitar la parroquia le presentaron la queja: “Monseñor nosotros queremos más sacerdotes, necesitamos más sacerdotes” y el obispo, entonces, de forma inmediata, les respondió: “Perfecto. Ustedes quieren más sacerdotes, yo se los voy a dar, pero vamos a hacer lo siguiente: ahí afuera está mi camioneta, suban a todos sus hijos y yo en ocho años se los devuelvo sacerdotes”. La gente se quedó ciertamente sorprendida por la respuesta, pero es a esto a lo que quiero ir.
Tenemos que rezar por las vocaciones es importantísimo y hay que hacerlo todos los días. El mundo está sufriendo una espantosa escasez de sacerdotes, no se consiguen sacerdotes para confesarse en muchos lugares, no se consiguen sacerdotes para celebrar Misa. Un mismo sacerdote tiene que atender varias parroquias y parroquias se cierran porque no hay quien las atienda. Hay que rezar, pero también hay que hacer actos generosos. Es momento de heroísmo y hablo ahora a los padres y madres que puedan estar leyendo: Ustedes rezan por las vocaciones, los felicito, pero ¿cuántas veces le dicen a Dios Señor: “acá están mis hijos te los entrego para que sean consagrados, para que sean religiosos, religiosas o para que sean sacerdotes?” Es algo difícil.
¡Cuántos rezan por las vocaciones!, pero cuando les toca en la familia, les duele y es como que se desangran y hablo en este momento a los jóvenes, ¿cuántas veces le han dicho a Dios: “Señor estoy dispuesto a hacer tu voluntad, si me consideras digno o digna si ves que te puedo servir, llámame, elígeme me para la vocación.?”.
Tanto para los padres como para aquellos jóvenes que se animen a hacer este pedido, sepan que Dios va a colmar de bendiciones esos ofrecimientos, pero también sepan que Dios escucha.
Es momento de rezar y es momento de ofrecer al Señor los hijos: “Señor acá está mi vida, la vida es una, la vida se acaba y tenemos que entregarla por amor a Dios. Los hijos no son nuestros. Los hijos son de Dios, te los tenemos que devolver”. ¡Esa es la tarea de los padres!
Nuestra vida no es nuestra se la tenemos que entregar a Dios dándole Gloria, es por eso que en este día los muevo a todos a seguir rezando por las vocaciones y a ofrecer. Yo sé que puede doler en muchos casos mirar a ese hijito que un día tenías en brazos o tal vez es un niño o un adolescente y puede doler decirle a Jesús: “Señor, si quieres, es tuyo, llámalo para que se entregue totalmente a tu servicio, aunque lo alejes de mí”. Esas cosas duelen. Es natural, pero ciertamente que, visto desde el punto de vista sobrenatural, es un ofrecimiento tremendo. Y Dios va a premiar enormemente a aquellos que sean capaces de hacerlo y va a dar vocaciones.
No habrá mayor alegría para un padre y una madre que ver el día de mañana a su hijo celebrar la Santa Misa o a su hija consagrada como religiosa haciendo sus votos perpetuos. No habrá mayor alegría para ese joven que se anima a decirle al señor: “Señor, si me quieres, si te puedo servir, acá estoy”, que el día de mañana poder levantar entre sus manos la víctima sin mancha, poder perdonar los pecados o poder ser un fiel holocausto entregado a Dios viviendo los votos.
‘La Profesión de los votos como el combate final’
«Hijo, si te acercas a servir al Señor, | prepárate para la prueba» (Sir 2,1)
«Me ceñiste de valor para la lucha» (Sl 18, 39)
«Nosotros tenemos que ser “comandos eclesiales”» P. Buela
La profesión perpetua de los consejos evangélicos de estos cuatro hermanos nuestros expresa la entrega total de sus vidas al servicio de Dios, en lo cual está la perfección del hombre, y consiste principalmente en el cumplimiento de los tres votos de castidad, pobreza y obediencia, impulsados por la caridad[2]. De ahora en más serán sagrados, con-sagrados, destinado al culto divino y propiedad de Dios[3], no del mundo, lo afirma contundentemente Nuestro Señor: “Si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya, pero como no sois del mundo, sino que yo os he escogido sacándoos del mundo, por eso el mundo os odia” (Jn 15,19)[4]. ‘El mundo’ nos odia porque ustedes se comprometen a vivir el ‘radicalismo evangélico’. «El radicalismo del seguimiento de Jesús; el radicalismo de la no-pretensión; El radicalismo de la no-posesión; El radicalismo del amor»[5]. Decía el P. Buela: «Los votos que [hoy] harán muchos miembros de nuestra Familia Religiosa son una señal de que queremos vivir estos radicalismos. Allí está el secreto de lo que estamos viviendo en estos tiempos fundacionales»[6]. Se trata por tanto de trabar un decidido combate contra los enemigos del alma: el demonio, el mundo y la carne. En este sentido la Profesión de los votos perpetuos son como el combate final o definitivo de la vida de todo religioso, y sobre esto trataremos en esta ocasión.
Sabemos que «el santo Bautismo es el fundamento de toda la vida cristiana, el pórtico de la vida en el espíritu (vitae spiritualis ianua) y la puerta que abre el acceso a los otros sacramentos. [Además] por el Bautismo somos liberados del pecado y regenerados como hijos de Dios, llegamos a ser miembros de Cristo y somos incorporados a la Iglesia y hechos partícipes de su misión[7]: Baptismus est sacramentum regenerationis per aquam in verbo (“El bautismo es el sacramento del nuevo nacimiento por el agua y la palabra”: Catecismo Romano 2,2,5)»[8].
Por su parte, la vida religiosa es como un nuevo Bautismo, en realidad para ser más exactos «extrae de la gracia bautismal su fruto más copioso, pues el religioso se libera así de los impedimentos que podrían apartarlo del fervor de la caridad y de la perfección del culto divino, consagrándose más íntimamente al servicio de Dios[9]. [Por tanto] la consagración con los tres votos hunde sus raíces en la consagración bautismal, de la cual es la expresión más perfecta, pues quien así se entrega a Dios lleva a su máxima perfección las exigencias bautismales: con Él hemos sido sepultados por el bautismo para participar en su muerte (Rm 6,4)»[10].
Entonces, de ahora en más el fundamento de sus vidas será este ‘nuevo Bautismo’, que es una ‘hidalguía mejor’. Hoy como ayer es muy oportuno recordar lo que argumentó el Rebelde San Roberto a su padre Teodorico cuando le dijo que no sería armado caballero para el siglo sino para Dios y que por tanto quería ingresar al monasterio porque descubrió una ‘hidalguía mejor’. Dejemos que el mismo Raymond nos narre la escena siguiente: «Teodorico se volvió y, colocando la mano en el hombro de su hijo, le dijo con dulzura: —Hijo mío, tu madre me ha convencido y, tú, también. Por último, me doy por vencido. Puedes ir a Saint Pierre y puedes ir este año. —Roberto trató de interrumpirle—. Pero, hijo mío —continuó el padre, con diferente tono—. ¡Si vas, quédate! ¡Si vas a ser monje, sé un verdadero monje! Sé firme. Sé sincero. Inspira siempre confianza. ¡Dices que quieres ser caballero de Dios; entonces sélo!
Puso su otra mano en el hombro de Roberto y lo hizo girar para mirarlo de frente. —Hijo mío, considera tu entrada en la vida religiosa como si desenvainaras tu espada por la causa de Dios. —Hubo una pausa. Luego, con más solemnidad y fiereza—: Roberto de Troyes, hijo de mi corazón, yo te ordeno: ¡Nunca envaines esta espada! ¿Oyes? ¡Nunca envaines esta espada! —Y Teodorico subrayó cada palabra con un fuerte sacudón en los hombros de su hijo. Después de echarle una profunda y ardiente mirada, preguntó con más calma—: ¿Entiendes, muchacho?
—Entiendo, señor —respondió Roberto asombrado de lo difícil que le resultaba hablar»[11].
En este glorioso día cuatro de los nuestros desenvainaron sus espadas para siempre y fueron armados caballeros de Cristo, y delante de tales hechos no podemos sino repetirles a cada uno en particular las palabras del Heraldo de Jesucristo: “Combate el buen combate de la fe, conquista la vida eterna, a la que fuiste llamado y que tú profesaste noblemente delante de muchos testigos” (1Tim 6,12)
En segundo lugar, así como por el bautismo somos incorporados a Cristo y su Iglesia, que es su cuerpo también por este ‘segundo bautismo’ somos incorporados a “este nuevo cuerpo que es el IVE”, incorporados a sus filas y a su combate, en otras palabras, se tornaron soldados, y no simples sodados sino lo que hoy conocemos y llamamos como un ‘comando’. Justamente eso -dice el Padre Buela- «es una de las tres características que pensaba yo que debían tener nuestros religiosos» y lo declaraba firmemente: «nosotros tenemos que ser “comandos eclesiales[12]”».
De hecho, en el Bautismos somos ungidos con «la unción con el santo crisma, óleo perfumado y consagrado por el obispo, significa el don del Espíritu Santo al nuevo bautizado. Ha llegado a ser un cristiano, es decir, “ungido” por el Espíritu Santo, incorporado a Cristo, que es ungido sacerdote, profeta y rey (cf. Ritual del Bautismo de niños, 62)»[13]. Pero además dice el Catecismo: «la unción, en el simbolismo bíblico y antiguo, posee numerosas significaciones: el aceite es signo de abundancia (cf Dt 11,14, etc.) y de alegría (cf Sal 23,5; 104,15); purifica (unción antes y después del baño) y da agilidad (la unción de los atletas y de los luchadores); es signo de curación, pues suaviza las contusiones y las heridas (cf Is 1,6; Lc 10,34) y el ungido irradia belleza, santidad y fuerza»[14]. La unción designa e imprime: el sello espiritual, así también de manera semejante hoy ustedes con la profesión de sus votos perpetuos y con la consiguiente firma sobre el altar ratificaron aquella unción (del Bautismo) una vez más para siempre. De hecho, en el rito de la profesión fueron nuevamente ungidos por el Espíritu Santo con la Oración de Consagración de los profesos y fueron ungidos para combatir el buen combate[15], es decir conquistar la santidad, reza la oración del Pontifical «Mira ahora Padre, estos vuestros hijos que en vuestra providencia los llamaste e infúndeles el Espíritu de Santidad»[16].
De modo tal modo deben estar firmemente resueltos a alcanzar la santidad que, de lo contrario, aunque estén con el cuerpo con nosotros no pertenecerán a nuestra familia espiritual. [Por eso deben] tener “una grande y muy determinada determinación de no parar hasta llegar a ella (la santidad), venga lo que viniere, suceda lo que sucediere, trabájese lo que se trabajare, murmure quien murmure, siquiera llegue allá, siquiera se muera en el camino o no tenga corazón para los trabajos que hay en él, siquiera se hunda el mundo...”[17]. ‘Lo que importa es dar un paso, un paso más, siempre es el mismo paso que vuelve a comenzar’[18]. Eso es ser un ‘comando’, «eso es tener espíritu de príncipe[19], es orientar el alma a actos grandes... es preocuparse de las cosas grandes... es realizar obras grandes en toda virtud. Es ser noble. Y ¿Qué es ser noble? ...Eso se siente y no se dice. Es un hombre de corazón. Es un hombre que tiene algo para sí y para otros. Son los nacidos para mandar. Son los capaces de castigarse y castigar. Son los que en su conducta han puesto estilo. Son lo que no piden libertad sino jerarquía. Son los que se ponen leyes y las cumplen... Son los que sienten el honor como la vida. Los que por poseerse pueden darse. Son los que saben en cada instante las cosas por las cuales se debe morir. Los capaces de dar cosas que nadie obliga y abstenerse de cosas que nadie prohíbe. Son los que se tienen siempre por principiantes: tengámonos siempre por principiantes, sin cesar de aspirar nunca a una vida más santa y más perfecta, sin detenernos nunca»[20].
Hoy nos parece estar nuevamente en la Roma Aeterna y ver a cuatro gladiatores ingresar no ya a la arena del Anfiteatrum Flavium (Coliseo) ni tampoco ante el Imperator sino ante la Majestad Divina del Padre, el Trono del Cordero y la Munificencia del Espíritu Santo, en fin, delante de la Corte Celeste y pronunciar el mayor acto de libertad, la entrega total de sí mismos: morituri te salutant (los que van a morir te saludan) decían los gladiadores paganos mientras que los de Cristo y del IVE entonan: «Yo N.N., libremente, hago a Dios oblación de todo mi ser»[21]. Realmente “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”[22].
Hoy también cada uno de los recién armados ‘Caballeros de Cristo’ pueden hacer suyas las palabras del Rey David: “Dios me ciñe de valor | y me enseña un camino perfecto;
él me da pies de ciervo, | y me coloca en las alturas;
él adiestra mis manos para la guerra, | y mis brazos para tensar la ballesta.
Me dejaste tu escudo protector, | tu diestra me sostuvo, | multiplicaste tus cuidados conmigo.
Ensanchaste el camino a mis pasos, | y no flaquearon mis tobillos.
Yo perseguía al enemigo hasta alcanzarlo, | y no me volvía sin haberlo aniquilado:
los derroté, y no pudieron rehacerse, | cayeron bajo mis pies.”
Me ceñiste de valor para la lucha, | doblegaste a los que me resistían.
Hiciste volver la espalda a mis enemigos, | rechazaste a mis adversarios”[23].
Suyas deberán ser esas palabras y deberán recordarlas a lo largo de sus vidas que es como un único combate, pues “¿No es acaso milicia la vida del hombre sobre la tierra?[24]”. De ahí que el Eclesiástico diga: “Hijo, si te acercas a servir al Señor, | prepárate para la prueba. Endereza tu corazón, mantente firme | y no te angusties en tiempo de adversidad. Pégate a él y no te separes, | para que al final seas enaltecido. Todo lo que te sobrevenga, acéptalo, | y sé paciente en la adversidad y en la humillación. Porque en el fuego se prueba el oro, | y los que agradan a Dios en el horno de la humillación. | En las enfermedades y en la pobreza pon tu confianza en él. Confía en él y él te ayudará, | endereza tus caminos y espera en él”[25].
Una vez más es oportuna la exhortación del Apóstol: “Por lo demás, buscad vuestra fuerza en el Señor y en su invencible poder. Poneos las armas de Dios, para poder afrontar las asechanzas del diablo, porque nuestra lucha no es contra hombres de carne y hueso sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo de tinieblas, contra los espíritus malignos del aire. Por eso, tomad las armas de Dios para poder resistir en el día malo y manteneros firmes después de haber superado todas las pruebas. Estad firmes; ceñid la cintura con la verdad, y revestid la coraza de la justicia; calzad los pies con la prontitud para el evangelio de la paz. Embrazad el escudo de la fe, donde se apagarán las flechas incendiarias del maligno. Poneos el casco de la salvación y empuñad la espada del Espíritu que es la palabra de Dios. Siempre en oración y súplica, orad en toda ocasión en el Espíritu, velando juntos con constancia, y suplicando por todos los santos”[26].
Jesucristo, Rex Regnum parece decirles: “Tú, en cambio, hombre de Dios, huye de estas cosas. Busca la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre. Combate el buen combate de la fe, conquista la vida eterna, a la que fuiste llamado y que tú profesaste noblemente delante de muchos testigos. Delante de Dios, que da vida a todas las cosas, y de Cristo Jesús, que proclamó tan noble profesión de fe ante Poncio Pilato, te ordeno que guardes el mandamiento sin mancha ni reproche hasta la manifestación de nuestro Señor Jesucristo, que, en el tiempo apropiado, mostrará el bienaventurado y único Soberano, Rey de los reyes y Señor de los señores, el único que posee la inmortalidad, que habita una luz inaccesible, a quien ningún hombre ha visto ni puede ver. A él honor y poder eterno. Amén”[27].
Queridos neo-profesos perpetuos entiendan como lo hicieron los grandes varones del Sumo y Eterno Capitán, que nunca jamás se debe envainar la espada desenvainada por Dios sólo y su causa, así lo hicieron San Roberto, San Ignacio (al fundar la Compañía de Jesús) y el P. Buela al pedirnos que seamos ‘comandos eclesiales’. Que nuestra Señora de Luján, Reina “de los celestiales y de los mortales”[28], Capitana y Generala de quien indignamente nos honramos de ser sus esclavos de amor in aeternum los acompañe, proteja y reine “con maternal corazón”[29] hasta llevar a cabo lo que su Divino Hijo hoy ha comenzado[30]. Que vuestro último canto sea:
“Virgen María, Reina del Cielo,
Dulce Consuelo dígnate dar,
cuando en la lucha tu fiel soldado
caiga abrazado con su ideal.
¿Y qué ideal? Por Tí mi Reina, la sangre dar”[31].
[1] Con motivo de los Votos Perpetuos de los seminaristas: Jonas Magno de Oliveira, Paulo Henrique Klein Colombiano, Rodrigo Soares Maia y Valdinei Oliveira Santos, el día 12 de octubre de 2019, Solemnidad de Nuestra Señora Aparecida. San Pablo - Brasil.
[2] Cf. Constituciones, 48.
[3] Cf. Constituciones, 52.
[4] Sg 4,4 “¿no sabéis que la amistad con el mundo es enemistad con Dios? Por tanto, si alguno quiere ser amigo del mundo, se constituye en enemigo de Dios”.
[5] Buela, C. M., Servidoras I (Segni - 2007) 261.
[6] Buela, C. M., Servidoras I (Segni - 2007) 266.
[7] Cf. Concilio de Florencia: DS 1314; CIC, can 204,1; 849; CCEO 675,1.
[8] Catecismo de la Iglesia Católica, 1213.
[9] Cf. Lumen Gentium, 44.
[10] Constituciones, 49.
[11] Raymond, M., Tres Monjes Rebeldes.
[12] Éste es el título de unas Buenas Noches publicada en el boletín Ave María, en el número 3, en el mes de abril de 1989. En la misma, el P. Carlos Miguel Buela se refirió a las características que deben tener los religiosos del Instituto del Verbo Encarnado.
[13] Catecismo de la Iglesia Católica, 1241.
[14] Catecismo de la Iglesia Católica, 1293.
[15] Cf. 1Tim 6,12.
[16] Pontifical Romano, 67.
[17] Santa Teresa de Jesús, Camino de Perfección, cap. 21, n. 2.
[18] Directorio de Espiritualidad, 42.
[19] Cf. Sal 50,14, en la versión de la Vulgata.
[20] Directorio de Espiritualidad, 41.
[21] Constituciones, 256. Parte de la fórmula de la profesión de los votos.
[22] Jn 15,13.
[23] Sl 18, 32-40.
[24] Jo 7,1.
[25] Sir 2,1-6.
[26] Ef 6,10-18.
[27] 1Tim 6,11-16.
[28] Ad Caeli Reginam, 22.
[29] Ad Caeli Reginam, 1.
[30] Cf. Fl 1,6 “Firmemente convencido de que, quien inició en vosotros la buena obra, la irá consumando hasta el Día de Cristo Jesús”.
[31] Himno «Jesús ya sabes», cantado por el seminario mártir de Barbastro al entregar sus vidas como testimonio de su fe en Cristo en Barbastro, España el 12 de agosto de 1936.
Primera Misa del P. Gilberto Galdino Oliveira
El Sacerdote y el Espíritu Santo
«Oh Dios, crea en mí un corazón puro, |
renuévame por dentro con espíritu firme.
No me arrojes lejos de tu rostro, |
no me quites tu santo espíritu.
Devuélveme la alegría de tu salvación, |
afiánzame con espíritu generoso»
(Sl 50,12-14)
Introducción
Querido P. Gilberto, veinte días antes de tu ordenación sacerdotal, más precisamente el 9 de Junio, día del Apóstol de Brasil –nuestro celestial patrono– la Iglesia celebró a la Tercera Persona de la Santísima Trinidad con la Solemnidad de Pentecostés. Hoy, en tu Ia Santa Misa quisiera que todos volvamos espiritualmente al Cenáculo porque allí adelantó Jesucristo su sacrificio de la cruz y ordenó sacerdotes a los Apóstoles dándoles el poder de transubstanciar el pan y el vino en su Cuerpo y Sangre; en el Cenáculo el Espíritu Santo descendió sobre cada uno de ellos como en lenguas de fuego[1]; y fue también en el Cenáculo que la Iglesia surgió. Allí, en ese lugar nació la Eucaristía, el Sacerdocio y la Iglesia! Hoy de alguna manera ese hecho se repite, revive, o mejor dicho se actualiza en la persona del P. Gilberto. Es por esto que con el corazón transbordante de gozo y alegría hoy quiero tratar sobre el Sacerdote y el Espíritu Santo porque también por voluntad divina –que todo lo dispone “con peso, número y medida”[2]– Gilberto es el primer sacerdote de “Espíritu Santo”, el primer capixaba (sacerdote) del Verbo Encarnado.
Qui diceris Paraclitus, Tú eres nuestro Consolador,
Altissimi donum Dei, Don de Dios Altísimo,
Fons vivus, ignis, caritas fuente viva, fuego, caridad
et spiritalis unctio. y espiritual unción.
«Con estas palabras la Iglesia invoca al Espíritu Santo como spiritalis unctio, espiritual unción. Por medio de la unción del Espíritu en el seno inmaculado de María, el Padre ha consagrado a Cristo como sumo y eterno Sacerdote de la Nueva Alianza, el cual ha querido compartir su sacerdocio con nosotros, llamándonos a ser su prolongación en la historia para la salvación de los hermanos»[3]. Por esto tambén «en la ordenación presbiteral, el sacerdote ha recibido el sello del Espíritu Santo, que ha hecho de él un hombre signado por el carácter sacramental para ser, para siempre, ministro de Cristo y de la Iglesia. Asegurado por la promesa de que el Consolador permanecerá con él para siempre[4], el sacerdote sabe que nunca perderá la presencia ni el poder eficaz del Espíritu Santo, para poder ejercitar su ministerio y vivir la caridad pastoral como don total de sí mismo para la salvación de los propios hermanos (...)
[Es mas] Mediante el carácter sacramental, e identificando su intención con la de la Iglesia, el sacerdote está siempre en comunión con el Espíritu Santo en la celebración de la liturgia, sobre todo de la Eucaristía y de los demás sacramentos. En cada sacramento, es Cristo, en efecto, quien actúa a favor de la Iglesia, por medio del Espíritu Santo, que ha sido invocado con el poder eficaz del sacerdote, que celebra in persona Christi»[5].
Así como “la vocación y la misión recibidas el día de la ordenación sacerdotal, marcan al sacerdote permanentemente”[6] también siempre deberás recordar el momento litúrgico tan sugestivo de la postración en el suelo el día de tu ordenación presbiteral. «Ese gesto de profunda humildad y de sumisa apertura fue profundamente oportuno para predisponer nuestro ánimo a la imposición sacramental de las manos, por medio de la cual el Espíritu Santo entró en nosotros para llevar a cabo su obra. Después de habernos incorporado, nos arrodillamos delante del Obispo para ser ordenados presbíteros y después recibimos de él la unción de las manos para la celebración del Santo Sacrificio, mientras la asamblea cantaba: “agua viva, fuego, amor, santo ungüento del alma”.
Estos gestos simbólicos, que indican la presencia y la acción del Espíritu Santo, nos invitan a consolidar en nosotros sus dones, reviviendo cada día aquella experiencia. En efecto, es importante que Él continúe actuando en nosotros y que nosotros caminemos bajo su influjo. Más aún, que sea Él mismo quien actúe a través de nosotros. Cuando acecha la tentación y decaen las fuerzas humanas es el momento de invocar con más ardor al Espíritu para que venga en ayuda de nuestra debilidad y nos permita ser prudentes y fuertes como Dios quiere»[7].
Querido P. Gilberto, «El sacerdocio católico es eminentemente interior ya que es el sacerdocio propio de los ministros de la Nueva Alianza (2Cor 3, 6), la cual es principalmente interior ya que es el amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado (Ro 5, 5). Por eso el sacerdocio católico es un misterio que sólo puede ser conocido a la luz de la fe sobrenatural, que Dios da a quien quiere, análogamente a lo que enseña San Juan: ...que no de la sangre,
ni de la voluntad carnal, ni de la voluntad del varón, sino de Dios son nacidos (1, 13). De allí, que sólo puede descubrirse con una actitud profundamente contemplativa, con una contemplación hecha vida, y
con el estudio de la teología hecha contemplación»[8].
Afirma San Juan Pablo II «La Eucaristía y el Orden son frutos del mismo Espíritu: “Al igual que en la Santa Misa el Espíritu Santo es el autor de la transubstanciación del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, así en el sacramento del Orden es el artífice de la consagración sacerdotal o episcopal” (Don y Misterio, p. 59)»[9]. De ahí que el Santo Sacrificio ofrecido una vez por todas en el Calvario «es confiado a los Apóstoles, en virtud del Espíritu Santo, como el Santísimo Sacramento de la Iglesia (y) para impetrar la intervención misteriosa del Espíritu, la Iglesia, antes de las palabras de la consagración, implora: “Por eso, Padre, te suplicamos que santifiques por el mismo Espíritu estos dones que hemos separado para ti, de manera que sean Cuerpo y Sangre de Jesucristo, Hijo tuyo y Señor nuestro, que nos mandó celebrar estos misterios” (Plegaria Eucarística III). En efecto, sin la potencia del Espíritu divino, ¿cómo podrían unos labios humanos hacer que el pan y el vino se conviertan en el Cuerpo y la Sangre del Señor hasta el fin de los tiempos? Solamente por el poder del Espíritu divino puede la Iglesia confesar incesantemente el gran misterio de la fe: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven Señor Jesús!”»[10].
Es más, dice el P. Buela: «Así como había fuego en el altar del Antiguo Testamento, hay fuego en nuestros altares, con la diferencia de que es un fuego infinitamente superior al fuego material del Antiguo Testamento; incluso en la Sagrada Escritura, ya en el Nuevo Testamento, en el libro del Apocalipsis se nos dice que el ángel tomó el incensario y lo llenó “de fuego del altar”, ignis altaris (Ap 8, 5). ¿Cuál es ese fuego del altar en el Nuevo Testamento? Ese fuego del altar en el Nuevo Testamento es el Espíritu Santo. En rigor, toda la Misa es obra del Espíritu Santo, pero hay dos momentos particulares y principales de la Misa en los cuales, de manera especial, se invoca al Espíritu Santo»[11]. «¡Él es el que hace que cada Misa sea única! Así como el Espíritu Santo es el “alma de la Iglesia”, así el Espíritu Santo es el alma de la Liturgia, es el alma de la Misa.
En este sentido, toda Misa, absolutamente toda Misa celebrada válidamente, es una manifestación imperceptible, pero realísima del Espíritu Santo, quien de manera imprescindible obra en las acciones litúrgicas. Esto es así porque teológicamente es así: no es una expresión piadosa que decimos para edificar a los fieles o para edificarnos a nosotros mismos. La presencia de Jesucristo va unida a la presencia del Espíritu Santo, la acción de Jesucristo va unida a la acción del Espíritu Santo; de tal modo que la presencia de Cristo se da por obra del Espíritu Santo; dicho de otra manera, el Espíritu Santo obra para manifestar a Cristo: donde está Cristo está el Espíritu Santo. Decía un gran Santo Padre, San Ireneo: “El Espíritu manifiesta al Verbo, pero el Verbo comunica al Espíritu”[12], y San Bernardo: “Nosotros tenemos una doble prueba de nuestra salvación: la doble efusión de la Sangre y del Espíritu. Ningún valor tendría la una sin el otro: no me favorecería, por tanto, el hecho de que Cristo haya muerto por mí, si no me vivificara con su Espíritu[13]»[14].
Como «nuestro sacerdocio está íntimamente unido al Espíritu Santo y a su misión… en virtud de una singular efusión del Paráclito (...). Este don del Espíritu, con su misteriosa fuerza santificadora, es –también–fuente y raíz de la especial tarea de evangelización y santificación que se nos ha confiado»[15]. Por esto nos exhorta el P. Buela: «Lo que se necesita es que los ministros del altar sean hombres llenos del Espíritu Santo, hombres de fuego, como decía San Luis María Grignion de Montfort, que no sean membranas del Espíritu, sino transparentes que dejan percibir su presencia y su acción.
El sacerdote carnal y el mundano no deja transparentar el Espíritu Santo porque no lo ve, ni lo conoce, ni lo ama. Por eso, hemos de pedir, de manera especial para todos los sacerdotes, que realmente
nunca dejemos de percibir que hay fuego en nuestros altares –¡y en nuestras almas!–»[16].
De ahí que «se dice que: “Hay muchos y hay pocos sacerdotes; muchos de nombre, pero pocos por sus obras”[17], y agrega San Alfonso: “El mundo está lleno de sacerdotes, pero son contados los que se esfuerzan por ser sacerdotes de verdad, es decir, por satisfacer el oficio y la dignidad del sacerdote, que es salvar las almas”[18]. Pocos se esfuerzan por salvar almas: “la obra más divina entre las divinas es la obra de la salvación de las almas”[19]. Jeremías los llama pescadores y cazadores[20]. San Clemente dice: “Después de Dios, es el Dios de la tierra”[21], puesto que por medio de los sacerdotes se forman los santos aquí abajo. “Sin sacerdotes, no habría santos en la tierra”[22], dice San Ignacio de Antioquía, mártir.
«En cuanto a los medios que se han de emplear para ganar almas para el Señor, he aquí lo que sobre todo hay que hacer:
- Ante todo hay que atender a la propia santificación. El medio principal para convertir a las almas de los pecadores es la santidad del sacerdote. Dice San Euquerio que los sacerdotes, con las fuerzas que les da la santidad, son quienes sostienen el mundo. Y Santo Tomás: “El sacerdote, como mediador, está encargado de unir pacíficamente a los hombres con Dios”[23]. Decía San Felipe Neri: «Dadme diez sacerdotes animados del Espíritu de Dios, y yo respondo de la conversión del mundo entero». ¡Qué no hizo en Oriente San Francisco Javier! Dicen que él solo convirtió miles de infieles. ¡Qué no hizo en Europa San Patricio o San Vicente Ferrer! Más almas convertirá a Dios un sacerdote medianamente instruido, pero que ama mucho a Dios, que cien sacerdotes de gran sabiduría, pero poco fervorosos. Por eso Juan Pablo II en su primera carta a los sacerdotes (Jueves Santo de 1979) les decía: “estar al día (aggiornados) es ser santos”[24].
- En segundo lugar, para recoger gran cosecha de almas hay que dedicarse mucho a la oración, porque en esta se han de recibir de Dios las luces y los sentimientos fervorosos, para poderlos después comunicar a los demás: Lo que os digo en la oscuridad, decidlo a la luz del día (Mt 10, 27)»[25].
Conclusión
En definitiva, querido P. Gilberto todo se resume en dos palabras: ‘fidelidad’, pues dice el Apóstol: “Ahora bien, lo que se exige de los administradores es que sean fieles” (1Co 4,2) y ‘docilidad’ al Espíritu Santo. Nos cuenta el P. Fuentes sobre Marcelo J. Morsella: «En uno de sus compañeros quedó grabado el modo en que leyó un libro de Antonio Royo Marín sobre el Espíritu Santo (El Gran Desconocido) que citaba a menudo; especialmente después de leer el capítulo dedicado a la fidelidad al Espíritu Santo, solía decir: “en el Cielo se nos mostrarán todas las infidelidades a la gracia y vamos a temblar”[26]»[27]. No nos cabe duda entonces de que él buscó ser fiel al Divino Espíritu y vivió anticipadamente -como es nuestra opinón- lo que nos pide nuestro derecho propio. «Sólo en la más absoluta fidelidad al Espíritu Santo»[28] se producirá lo que se produjo en Marcelito, como nos cuenta su biógrafo: «Desde lo sobrenatural, Marcelo es un ejemplo de la suavidad con que la gracia perfecciona y eleva la naturaleza. En la vida de Marcelo no encontramos, como en algunos santos, hechos prodigiosos, milagros o acontecimientos inexplicables. Si los hubo no los conocemos todavía. Pero encontramos la esencia de la acción sobrenatural: cuando Dios actúa sobre un hombre y este es dócil, la gracia produce una extraordinaria maduración de la naturaleza haciéndola florecer y prorrumpir en frutos estupendos»[29].
Ahora bien para ser fieles al Espíritu Santo «necesitamos que la Santísima Virgen sea el modelo, la guía, la forma de todos nuestros actos»[30] y así poder confiar total e absolutamente[31] en Él. Por esto escribía el Capitán Triunfante: «“Solamente le pido a mi Madre, la Virgen María que me dé la virtud de la confianza en Dios y que lo que veo de las personas no me disminuya la fe ni distorsione la imagen que debo tener de Dios, porque Dios es siempre el mismo, los que cambiamos somos los hombres”[32]»[33]. En este sentido «el sacerdote está llamado a confrontar constantemente su fiat con el de María, dejándose, como Ella, conducir por el Espíritu. Acompañado por María, el sacerdote sabrá renovar cada día su consagración hasta que, bajo la guía del mismo Espíritu, invocado confiadamente durante el itinerario humano y sacerdotal, entre en el océano de luz de la Trinidad»[34] decía San Juan Pablo II.
Que Nossa Senhora da Penha, Esposa del Espíritu Santo y Madre de los sacerdotes te alcance la gracia de ser siempre ‘Sacerdote del Espíritu’, ‘del Fuego del Altar’ y del “Celo” devorador.
[1] Cf. Hch 2,3 “Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se dividían, posándose encima de cada uno de ellos”.
[2] Cf. Sb 11,20 “Pero tú todo lo has dispuesto con peso, número y medida”.
[3] San Juan Pablo Magno, Carta a los Sacerdotes para el Jueves Santo de 1998, n 2.
[4] Cf. Jn 14, 16-17.
[5] Congregación para el clero, Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, 8.10.
[6] Buela, C. M., Sacerdotes para Siempre (New York – 2011) pp. 77-78.
[7] San Juan Pablo Magno, Carta a los Sacerdotes para el Jueves Santo de 1998, n 7.
[8] Buela, C. M., Sacerdotes para Siempre (New York – 2011) p. 472.
[9] Ídem.
[10] San Juan Pablo Magno, Carta a los Sacerdotes para el Jueves Santo de 1998, n 2.
[11] Buela, C. M., Sacerdotes para Siempre (New York – 2011) p. 651 «Esos momentos se llaman litúrgicamente “epíclesis”, que es una palabra griega que quiere decir “invocación sobre”; se invoca al Espíritu Santo sobre el pan y el vino para que se transformen en el Cuerpo y en la Sangre de Jesús y se invoca al Espíritu Santo sobre el pueblo para que participe plenamente del Santo Sacrificio, para que sea colmado de bienes y de bendiciones».
[12] La consumación apostólica, 5, Patrología Orientalis 22, 663; cit. M. Achille Triacca, «Espíritu Santo y Liturgia» Liturgia XI (1981) 47, 56.
[13] Epist. 107, 9; PL 182, 247a.
[14] Buela, C. M., Sacerdotes para Siempre (New York – 2011) p. 652-653.
[15] San Juan Pablo Magno, Carta a los Sacerdotes para el Jueves Santo de 1998.
[16] Buela, C. M., Sacerdotes para Siempre (New York – 2011) p. 652-655-656.
[17] Hom. in Mt, 43. Citado in Obras ascéticas, t. II, (Madrid 1954) 141ss.
[18] Decía el P. Leonardo Castellani: «En realidad en la Argentina faltan unos doscientos cincuenta sacerdotes, pero sobran unos quinientos...», El Evangelio de Jesucristo (Buenos Aires 1976) 273-4.
[19] Pseudo Dionisio Areopagita, De cael. Hierarch., c. 3.
[20] Cfr. Jr 16, 16.
[21] Const. Apos., l. 2, c. 2.
[22] Epis. Ad Trull.
[23] Santo Tomás de Aquino, S. Th., 3, 26, a1.
[24] Cf. «Carta del Papa a los sacerdotes», L´Osservatore Romano 15 (1979) 186.
[25] Buela, C. M., Sacerdotes para Siempre (New York – 2011) p. 526-257.
[26] Testimonio oral del Padre Rubén Quisver; 10 de junio de 1997.
[27] Fuentes, M. A., Soy capitán triunfante de mi estrella, (San Rafale-2011 A 25 años del fallecimiento de Marcelo Edición corregida y aumentada) p. 39.
[28] Constituciones, 18.
[29] Fuentes, M. A., Soy capitán triunfante de mi estrella, (San Rafale-2011 A 25 años del fallecimiento de Marcelo Edición corregida y aumentada) p. 129.
[30] Constituciones, 19.
[31] Cf. Constituciones, 19.
[32] Morsella, Marcelo, Soliloquio (manuscrito), 1983.
[33] Fuentes, M. A., Soy capitán triunfante de mi estrella, (San Rafale-2011 A 25 años del fallecimiento de Marcelo Edición corregida y aumentada) p. 38.
[34] San Juan Pablo Magno, Carta a los Sacerdotes para el Jueves Santo de 1998, n 7.
Introducción
El P. Buela el domingo 5 de mayo de 1998, Domingo del Buen Pastor predicó una hermosa homilía a los seminaristas titulada: “El seminario es la Misa”. Se preguntaba en aquella ocasión: «¿Quiénes son los principales formadores de los sacerdotes? Son el Padre, y el Hijo, y el Espíritu Santo. ¿Cuál es la cátedra desde la que enseña la Santísima Trinidad? Su cátedra diaria es la santa Misa. Quiero expresar la idea con una frase rotunda y que golpee: El Seminario es la Misa y nada más»[1].
Según el Catecismo, la Santa Misa es sacrificio en un sentido propio y singular, “nuevo” respecto a los sacrificios de las religiones naturales y a los sacrificios rituales del Antiguo Testamento: es sacrificio porque la Santa Misa re-presenta (= hace presente), en el hoy de la celebración litúrgica de la Iglesia, el único sacrificio de nuestra redención, el sacrificio de la Pascua del Señor, porque es su memorial y aplica su fruto[2].
Entonces si la Santa Misa es Sacrificio, lo es también el seminario. ¡Es sacrificio como la Santa Misa es el verdadero y autentico sacrificio de Cristo en la cruz por nuestros pecados! De ahí que todos los días los seminaristas deben trabajar, rezar, estudiar para la mayor gloria de Dios, para ofrecerse a sí mismos, morir a sí mismos, para la salvación de las almas.
El seminario es la Misa (= sacrificio) porque ahora comienza el sacrificio, ahora el momento de decir el “Sí” a Dios como María Santísima para dar frutos de vida eterna y salvación de las almas. En una idea: ¡sacrificarse![3].
Dice el Padre refiriéndose a una servidora[4] que entendió que el Seminario (Estudiantado) es la Misa, o sea sacrificio: «¡Muere en acto de servicio, muere como misionera, es decir, como la persona que se hace vocero de Cristo para llevar la luz de Cristo y la santidad de Cristo a los hermanos!»[5] Es la paradoja evangélica, encontró la vida verdadera muriendo, no me refiero a la muerte física que fue el acto definitivo, sino al cumplimiento de la voluntad de Dios, que muchas veces es morir, allí encontró la vida y la vida verdadera. Dice Pemán (lo coloca en boca del Cardenal Cisneros):
«El que no sabe morir
mientras vive es vano y loco;
morir cada hora su poco
es el modo de vivir
(…) igual que el sol hay que ser
que con su llama encendida,
va acabando y renaciendo,
de tantas muertes tejiendo
la corona de su vida
por eso busco el sufrir,
para como el sol decir
que de la muerte recibo
nueva vida, y que si vivo,
vivo de tanto morir»[6].
La Santísima Trinidad es la que nos hace crecer en la Misa en la fe, la esperanza y la caridad. Es el misterio de la fe, prenda de nuestra futura resurrección y vínculo de caridad, con Dios y con todos los hermanos.
«Podemos apropiar al Padre el hacernos crecer en confianza, el abandonarnos a su Providencia que nos da el pan de cada día, la fidelidad a sus designios, el asombro ante la creación continua de quien dice siempre: “Hagámoslo de nuevo” como se ve en la Misa.
Al Hijo podemos atribuir el enseñarnos en la Misa a sacrificarnos por los otros, a servirlos como hizo Él en el Cenáculo, a entregarnos hasta morir como el grano de trigo, a anonadarnos como Él que lo hace bajo la apariencia de pan y de vino, a ser hacedores de comunión, a ser firmes como Él que es el Amén de Dios.
El Espíritu Santo nos enseña a amar la belleza, a no desmayar en alcanzar la santidad a pesar de toda la realidad de nuestros pecados en contrario, a gozar de las cosas de Dios, a penetrarlas sabrosamente, a dejarnos llevar por sus santos dones. Y miles de cosas más»[8].
«Sí, allí en el rescoldo de la Misa, Dios se va preparando sus futuros sacerdotes. Allí en el torno de la Misa, Dios modela a su alter Christus. Es la forja de corazones valientes. Es la fragua donde se funden los corazones del Sumo Sacerdote y los de sus ministros. El yunque donde los labra. La palestra donde nos enseña a luchar. El regazo donde nos acoge. La casa que nos protege. Jardín donde nos deleita. Patio en el que nos alegra. Escuela donde nos enseña. Libro en el que aprendemos. Locutorio donde dialogamos. Hoguera que nos incendia. ¡Y néctar, polen, perfume, flor, fiesta, banquete, comunión, diálogo, avanzada, agoné... y Fuego... y Viento!»[9].
Conclusión
Me gustaría concluir con la convicción expresada por nuestro Padre Fundador en uno de sus mayores escritos: «Estoy convencido que la felicidad sacerdotal -y la felicidad del seminarista- está en ese “gastarse y desgastarse”[10]. Esa es la mística del trabajo sacerdotal. Y, ¿cuál es la medida del “gastarse y desgastarse”? Estimo que es la regla que señala San Ignacio para la penitencia: “cuanto más y más, mayor y mejor, sólo que no se corrompa el subiecto, ni se siga enfermedad notable[11]. Debemos prepararnos, incluso, para trabajar también en el cielo, como dijo Santa Teresita: «Mi cielo será seguir haciendo el bien en la tierra[12]. María nos enseñe siempre a gastarnos y a desgastarnos por la salvación de los hermanos y hermanas, y que lleguemos a entender que, pastoralmente, no hay nada más eficaz que la muerte total al propio yo»[13] y que el Seminario es la Misa, es sacrificio.
[1] Homilía predicada por el p. Carlos Miguel Buela, VE, a los seminaristas del Instituto del Verbo Encarnado, el domingo 5 de mayo de 1998, «Domingo del Buen Pastor» http://www.padrebuela.org/el-seminario-es-la-misa/.
[2] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1362-1367.
[3] Cf. Directorio de Espiritualidad, 146.
[4] Hna. María de Jesús Nazareno López, SSVM. 09/08/1965 – †02/01/1996. Ingresó al Convento el 18/08/1994.
[5] Buela, C. M., Servidoras III, (Segni – 2010) p. 123.
[6] J. M. Pemán, Cisneros, Acto III.
[7] Cf. Homilía predicada por el p. Carlos Miguel Buela, VE, a los seminaristas del Instituto del Verbo Encarnado, el domingo 5 de mayo de 1998, «Domingo del Buen Pastor» http://www.padrebuela.org/el-seminario-es-la-misa/.
[8] Ibidem
[9] Ibidem.
[10] Cf. 2Co 12,15.
[11] Ejercicios Espirituales, [83].
[12] Santa Teresita, Novissima Verba.
[13] Buela, C. M., Sacerdotes para Siempre (New York – 2011) p. 819.
El Evangelio de hoy (Lc 21,5-11) nos habla de lo que sucederá antes de la Parusía de Nuestro Señor, la cual está marcada sin lugar a duda por su despedida. Ahora bien, algunos de ustedes también en breve deberán partir, deberán “despedirse” de su patria, familia, de esta provincia y de este seminario, por esto me parece muy oportuno tratar este asunto, de la “despedida”. No me cabe duda de que las mejores páginas a este respecto fueran escritas por el P. Buela en su libro: Sacerdotes para siempre, titula ese capítulo “Agonía y éxtasis”, todos las que deben partir deben leer ese escrito porque eso es lo que justamente sucede, ni más ni menos. De todos modos, siempre es bueno intentar abordar este argumento. Escribía Marcelo J. Morsella en una notita de 1983: “la vida es un continuo tomar y dejar, partir y llegar. Y así será hasta la última Partida. Es fácil decir me voy, pero hay que hacerlo. Solamente pido a Dios, por medio de mi Madre, que me dé la fortaleza para hacer lo que tengo que hacer, aunque mucho me cueste”.
Como la vida es un “continuo partir y llegar” creo que la despedida del principito de Saint-Exupéry puede servirnos para esta reflexión.
Pues bien, muchas veces he pensado en la figura de este Saint-Exupéry, que se nos presenta, como cuenta, protagonista de su propio relato, con su avión caído en el desierto, y… con unos cuantos principitos a los que tener que dar agua del pozo,… con la roldana vieja y enmohecida de lo poco que uno puede, pero siempre sacando agua cantarina y pura del pozo del Evangelio, de la gracia, para los principitos. Porque aquí está la clave para entenderlo todo: cada religioso, es un principito que llegó al desierto… Nos encontramos con nuestros cofrades en la vida religiosa, como Saint-Exupéry con el principito, compañeros del desierto.
Cada uno, con una rosa por cuidar, el alma y el llamado de Dios, y la salvación de todas las almas y la Iglesia toda, en esa rosa pequeña que hace que el principito se sienta responsable. “Tú eres responsable de tu rosa”, le había dicho en la tierra su amigo el zorro. Responsabilidad por la que hay que partir y morir, con distintas clases de muerte. Cada uno con una estrella o un asteroide por ocupar (a algunos les cuadra más el asteroide), escondido a los ojos del mundo y de todos; cada uno, y así todos, y para todos, buscando a alguien que no se ve, pero que se lo busca con el corazón, esto es, con el amor de la voluntad llena de caridad: buscando a Dios, el único verdaderamente Importante.
Cada religioso tiene su cita con la noche y con la muerte, mística, física, la de cada día, la de cada desprendimiento y abnegación y de cada acto de obediencia, de castidad, de pobreza, con cada paso de purificación de la fe, de la esperanza y de la caridad. En un cierto sentido, la vida comunitaria hace que nos acompañemos unos a otros, dándonos el agua del pozo en el desierto, sosteniéndonos de la mano unos a otros, pero al mismo tiempo siempre como despidiéndonos, porque cada uno tiene su misión, y su cita con el misterio pascual, y con el “paso” al Cielo; lo dice San Pablo: “vosotros estáis muertos, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios” (Col. 3,3). Nos habíamos acostumbrado a las risas los unos de los otros, y a compartir el agua que sacábamos del pozo del agua viva,… mas hay que saber que, Primero Jesucristo, el Sumo y Eterno Sacerdote, el gran Príncipe, escondido a los ojos del mundo… en su despedida, a pesar de su partida nos recomendó que permaneciéramos en Él como Él en nosotros, como la vid y los sarmientos que de ella tienen vida, y nos dijo: “os he dicho estas cosas para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría sea plena” (Jn 15,11). Y ahí nos había dicho también: “No os dejaré huérfanos: volveré a vosotros. Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero vosotros si me veréis, porque yo vivo y también vosotros viviréis. Aquel día comprenderéis que yo estoy en mi Padre y vosotros en mí y yo en vosotros” (Jn 14,18-20); “un poco y ya no me veréis, mas tornaré a vosotros”, y: “si me amarais, os alegraríais porque voy al Padre” (Jn 14,28); “si alguno me ama... guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y en él haremos morada” (Jn 14,23)...
Primero El, y entonces también cada uno de nosotros, con su propia Pascua, aunque ésta lo haya llevado a una estrella distante, a cuidar una rosa, o esté en el Sahara, cada uno se alegra al pensar y mirar las estrellas (¡se ven tantas y tan hermosas aquí en las noches!); cada uno se alegra por escuchar en el alma una multitud de cascabeles que ríen, que ríen con la alegría y el gozo de Dios... o el rumor fresco de multitud de pozos de agua cristalina… aunque otros piensen que estamos locos. Y nos alegramos porque tenemos un gran Amigo más allá de las estrellas, la Causa de nuestra alegría; y tantos amigos, nuestros hermanos de vida religiosa, “muertos, con la vida escondida con Cristo en Dios”, cada uno muerto para habitar una estrella, misteriosa, para regar una rosa, para defenderla del mundo, mas cada uno y todos constituyendo la multitud de cascabeles que ríen, la multitud de pozos de agua cristalina y cantarina, la causa multiplicada de nuestra alegría, de una sabiduría... que es locura para el mundo... porque miramos en la noche hacia las estrellas... y reímos!
III. Pero además de este mutuo sabernos, en la distancia, cercanos con los que parten y se van de habitantes de otra estrella escondida a los ojos de todos, a cuidar la rosa que Dios le encomienda a cada uno; además del mutuo contracambiarnos el regalo de alegrarnos mirando las estrellas, y recordar, y reírnos con sonido de cascabeles, de rumor de agua cristalina; además... hay algo más, que me olvidaba de contar, en la despedida del Principito, quizás porque Saint-Exupéry también se olvidó allí de algo. Saint-Exupéry había dibujado para el Principito un cordero, y como el cordero había de irse con él a su estrella, y estaba la rosa que el Principito había de cuidar, le pidió que le dibujara también un bozal y una correa. Para que el cordero no se coma a la rosa. Mas he aquí lo que cuenta luego Saint-Exupéry:
Me olvidé de agregar la correa de cuero al bozal que dibujé para el principito. No habrá podido colocárselo nunca. Y me pregunto: “¿qué habrá pasado en el planeta? Quizás el cordero se comió la flor…”
A veces, me digo: “seguramente no! El principito encierra, todas las noches, la flor bajo un globo de vidrio y vigila bien a su cordero…” Entonces, me siento feliz. Y todas las estrellas ríen suavemente.
A veces, me digo: “De cuando en cuando, uno se distrae, ¡y es suficiente! Una noche, el principito olvidó el globo de vidrio o el cordero salió silenciosamente durante la noche…” ¡Entonces los cascabeles se convierten en lágrimas…!
Es un gran misterio. Para vosotros, que también amáis al principito, como para mí, nada en el universo sigue igual si en alguna parte, no se sabe dónde, un cordero que no conocemos ha comido, sí o no, a una rosa…
- Mirad al cielo. Preguntad: ¿el cordero, sí o no, ha comido a la flor? Y veréis cómo todo cambia… ¡Y ninguna persona mayor comprenderá jamás que tenga tanta importancia!
Así es. Como repite varias veces Saint-Exupéry, "lo importante es invisible a los ojos". Los que se han ido tras de lo único necesario, de lo verdaderamente importante, también con eso se han perdido de nuestra vista entre las estrellas. Nos queda no obstante la superior certeza, en la fe, de sabernos en estrellas distantes, pero que ríen, suenan a cascabeles, o son para nosotros pozos de agua viva…. Mas, hay algo más: también está la preocupación, y el compromiso de rezar unos por otros, para que un cordero que desconocemos, no se coma la rosa… porque en cada estrella, de cada lugar de misión, de cada celda religiosa, de cada monasterio, hay un principito, que tiene que cuidar una rosa, y que ríe y que suena en su canto como cascabeles, y que hace saltar de su alma el agua viva que brota y salta hasta la vida eterna, pero que también tiene que lidiar con un cordero, y que está siempre en peligro la rosa, que tiene que cuidar siempre… por eso nuestro compromiso de rezar siempre, de pedir por los que parten a sus estrellas, para que siempre venzan en sus luchas.
En sus luchas en las que, como Cristo, llevan a cuestas a la Iglesia, al Cuerpo místico todo. Es que también había escrito Saint-Exupéry que “cada uno es responsable de todos. Cada uno es único responsable. Cada uno es único responsable de todos” (Piloto de guerra); y también que “aquél que cuida modestamente algunos corderos bajo las estrellas, si toma conciencia de su rol, se descubre más que un servidor. Es un centinela. Y cada centinela es responsable de todo el Imperio” (Tierra de hombres).
Que nuestra Madre del cielo nos conceda la gracia de saber en nuestra vida “tomar y dejar, partir y llegar. Y así hasta la última Partida”.
[1] Buela, C. M., Sacerdotes para siempre, 827-833.
[2] Morsella Marcelo, Soliloquio (manuscrito), 1983.
[3] Sigo libremente algunas ideas del artículo de Ruiz Freites, A. A., “Despedida del Principito” Dialogo 44, p. 89-96.
[4] Cf. Directorio de Espiritualidad, 41«Eso es tener espíritu de príncipe, es orientar el alma a actos grandes... es preocuparse de las cosas grandes... es realizar obras grandes en toda virtud. Es ser noble. Y ¿Qué es ser noble? ...Eso se siente y no se dice. Es un hombre de corazón. Es un hombre que tiene algo para sí y para otros. Son los nacidos para mandar. Son los capaces de castigarse y castigar. Son los que en su conducta han puesto estilo. Son lo que no piden libertad sino jerarquía. Son los que se ponen leyes y las cumplen... Son los que sienten el honor como la vida. Los que por poseerse pueden darse. Son los que saben en cada instante las cosas por las cuales se debe morir. Los capaces de dar cosas que nadie obliga y abstenerse de cosas que nadie prohíbe. Son los que se tienen siempre por principiantes: tengámonos siempre por principiantes, sin cesar de aspirar nunca a una vida más santa y más perfecta, sin detenernos nunca».
PRIMERA MISA DEL P. PAULO JOSÉ DE CARVALHO SANTOS
“Ipse Christus in aeternum”
“Vas electionis est mihi iste” At 9,15
Querido Padre Paulo, siento un gozo y alegría inconmensurable, no justamente por estar en esta Iglesia y ante un público tan cualificado sin desmerecer a ambos -claro- sino que esos sentimientos me brotan porque el 25 de agosto comenzaste a ser lo que no eras: “Sacerdos” y hoy por vez primera celebras el Santo Sacrificio en esta Capilla, para ser más preciso será la XXXa vez que por las palabras que salgan de tus labios el Verbo se hará carne. Creo que para un sacerdote no hay palabras tan tremendas como las que David coloca en la boca de Yavhé, canta el Rey Santo: «El Señor lo ha jurado y no se arrepiente: |“Tú eres sacerdote eterno (Tu es sacerdos in æternum)”»1. Esta breve frase por el número de las palabras es grande y tremenda por el peso de la sentencia2: Tu es sacerdos in æternum pues el Señor tu Dios no se arrepiente, eres sacerdote y para siempre! Por esto me parece que el gravado que colocaste en tu cáliz de ordenación es más que acertado: “Sacerdos alter Christus”, porque de alguna manera en esos vocablos están como cifradas o concentradas la naturaleza, identidad y misión del sacerdote. Qué mejor y celebre ocasión para tratar este argumento!
I Sacerdos alter Christus (Naturaleza)
Para tu homónimo, el Apóstol de la espada, «lo esencial del sacerdocio cristiano es algo muy particular: una cierta vocación, un ser llamado a participar en las altas funciones sacerdotales de Cristo; es un poseer, en cierta medida, el espíritu de Cristo, y junto a él, una particularísima comunidad de vida y de sufrimientos con el Señor»3. De ahí que el P. Buela afirme: «Todo esto solemos resumirlo en la expresión “sacerdos alter Christus”; es decir, el sacerdote es “otro Cristo”. -Tu celestial Patrono- (Pablo) está penetrado hasta lo más hondo de esta idea central del sacerdocio, conforme al Nuevo Testamento: Dios le ha reclamado para su servicio, ya desde el regazo materno; Cristo le ha “tomado”, ungiéndole con el Espíritu Santo, por lo que es el siervo, el mensajero y el guardador de los secretos, el soporte del Evangelio, encontrándose armado de fuerzas especiales que le permiten dominar incluso a los demonios. Con Cristo mantiene una vinculación continua de vida y de sufrimiento, siendo sus penas las mismas de Jesús»4. Que día a día P. Paulo José puedas penetrar en la profundidad del “misterio sacerdotal”, el sacerdote es alter Christus!
Por esto, insistentemente nos enseña la Iglesia: «En el servicio eclesial del ministro ordenado es Cristo mismo quien está presente a su Iglesia como Cabeza de su cuerpo, Pastor de su rebaño, Sumo Sacerdote del sacrificio redentor, Maestro de la Verdad (...) “Es al mismo Cristo Jesús, Sacerdote, a cuya sagrada persona representa el ministro. Este, ciertamente, gracias a la consagración sacerdotal recibida se asimila al Sumo Sacerdote y goza de la facultad de actuar por el poder de Cristo mismo (a quien representa)” (Pío XII, enc. Mediator Dei)»5
Querido P. Paulo, el misterio es profundo! Escucha lo que escribió Marcelo Javier Morsella a uno de sus amigos a mediados de su primer año de seminario: «Yo sigo muy contento y constatando que el tiempo vuela, se te va de las manos. Pienso a veces, en lo que es el sacerdocio y me doy cuenta de que es algo tan grande que sobrepasa todo lo que uno pueda imaginar o la idea que uno pueda tener. Pero hay que confiar en Dios, uno no merece ni es digno pero es la voluntad de Dios. Te digo [esto] porque muchas veces me veo con defectos, pero los Apóstoles también los tenían: eran hombres y esto de los Apóstoles es un gran consuelo porque esos hombres rústicos y pecadores fueron después los más grandes santos que dieron la vida por Jesucristo. La santidad es trabajo de toda una vida…»6.
Una vez más quiero insistir sobre la importancia de volver sobre esta verdad (Sacerdos alter Christus), pero esta vez con nuestro derecho propio: «Los miembros de nuestro Instituto que son sacerdotes ministeriales, deben volver una y otra vez a esta realidad inefable que produjo en ellos un cambio ontológico al asemejarlos a Cristo cabeza, y ninguna espiritualidad laical tiene que reducir su espiritualidad presbiteral»7.
II Sacerdos Ipse Christus (identidad)
La Providencia Divina ha hecho sagrado el pasado 25 de agosto pues comenzaste a ser lo que no eras. ¡Se produjo en tu alma un cambio ontológico! El cual -valga la redundancia- te “configura
ontológicamente con Cristo Sacerdote, Maestro, Santificador y Pastor de su Pueblo”8.
«En este sentido, la identidad del sacerdote es nueva respecto a la de todos los cristianos que, mediante el Bautismo, participan, en conjunto, del único sacerdocio de Cristo y están llamados a darle testimonio en toda la tierra9. La especificidad del sacerdocio ministerial se sitúa frente a la necesidad, que tienen todos los fieles de adherir a la mediación y al señorío de Cristo, visibles por el ejercicio del sacerdocio ministerial.
En su peculiar identidad cristológica, el sacerdote ha de tener conciencia de que su vida es un misterio insertado totalmente en el misterio de Cristo de un modo nuevo y específico, y esto lo compromete totalmente en la actividad pastoral y lo gratifica10»11.
Por esto P. Paulo los misterios que más reflejan y deberán reflejar tu nueva identidad son, en primer lugar la Santa Misa pues “ella es para el Sacerdote y el sacerdote para la Misa” ya que el carácter del orden sagrado te configura con Cristo cabeza, dándote así el poder sobre el Cuerpo físico de Cristo (y sobre su Cuerpo místico) permitiéndote obrar “in persona Christi”12, siendo tu acto principal la inmolación y oblación del sacrificio Eucarístico13 de tal manera que en el momento de la transubstanciación “serás” el Ipse Christus (el mismo Cristo) y no “simplemente” otro Cristo -o dicho de otro modo- será el mismo Cristo que hable en y por ti.
El segundo misterio que más manifiesta y deberá manifestar tu nueva identidad es el sacramento de la Confesión al pronunciar “EGO te absolvo…” no simplemente otro Cristo sino Ipse Christus (el mismo Cristo) -o dicho de otro modo- será el mismo Cristo que hable en y por ti.
Finalmente, tu nueva identidad sacerdotal te confiere poder no sólo poder sobre el Cuerpo físico de Cristo sino también sobre su Cuerpo místico de tal modo que también in persona Christi deberás dar tu vida como Cristo la dio por lo que más ama: ¡las almas! Ellas son su mayor tesoro, y Él te las confía porque ya no eres siervo sino su amigo14. Quiere que las alimentes, las cuides, las cures y las rengendres para el cielo.
III Calix Christi (Misión)
Los Hechos de los Apóstoles nos narra que en cuanto Pablo estaba ciego en Damasco Cristo le dijo a Ananías “Ve, porque es éste para mí vaso de elección, para que lleve mi nombre ante las naciones y los reyes y los hijos de Israel”. Tú también querido padre, eres PABLO y “eres cáliz de elección”. Es más, es el deseo ardiente de nuestro fundador expresado en nuestras Constituciones: «Queremos ser
“como otra humanidad suya”15, queremos ser cálices llenos de Cristo que derraman sobre los demás su superabundancia, queremos con nuestras vidas mostrar que Cristo vive. Y al Espíritu de Cristo porque es el alma de la Iglesia y porque si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, éste no es de Cristo (Rm 8,9)»16.¡Esa es tu misión! Y el mismo Señor te irá revelando lo que tienes que hacer por Él17.
También en la base de tu cáliz de ordenación se lee: “Por todos los que Dios me confió”. Esa es la misión del sacerdote y por tanto tu misión: “ser mediador entre Dios y los hombres”18 interceder por los que inmediatamente Dios te confió y por todos los hombres. Por esto P. Pablo todos los días al elevar el cáliz, tu cáliz, tú mismo debes ser cáliz y hacer tuyas las palabras del salmista:
«¿Cómo pagaré al Señor | todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación, | invocando el nombre del Señor. Cumpliré al Señor mis votos | en presencia de todo el pueblo. Mucho le cuesta al Señor | la muerte de sus fieles.
Señor, yo soy tu siervo, | siervo tuyo, hijo de tu esclava: | rompiste mis cadenas. Te ofreceré un sacrificio de alabanza, | invocando el nombre del Señor. Cumpliré al Señor mis votos | en presencia de todo el pueblo,
en el atrio de la casa del Señor, | en medio de ti, Jerusalén» (Sl 116,12-19).
Querido P. Pablo de ahora en adelante tu Sacerdocio es tu vida, tu gloria y tu cáliz!, por esto en cualquier momento de tu vida y en cualquier lugar que Dios te coloque y el mismo Verbo Encarnado te pregunte: “¿Podréis beber el cáliz...?” (Mt 20,22) ¿Qué significa cáliz? ¿Qué te propone Jesús? Responde el P. Buela: «Este es el “cáliz” que les propone Jesús: ¿Podréis...?
Este es el “cáliz” que nos propone Jesús a cada uno de nosotros: ¿Podréis...?
Este “cáliz” es su cáliz: ...que yo beberé. Este no es otro que el cáliz de su Pasión y Muerte: Padre mío, si es posible, pase de mí este cáliz (Mt 26,39); a esto añade el Señor: El cáliz que yo he de beber, lo
beberéis, y con el bautismo con que yo he de ser bautizado, seréis bautizados vosotros (Mc 10,38): es la inmersión total en su muerte. ¡A eso nos llama!
Están ordenados al cáliz los sacerdotes. Al igual que Jesús, que “tomó este cáliz glorioso”19, el sacerdote toma el cáliz y, tal como Jesús, sobre él dice: ...éste es el cáliz de mi sangre (...) de aquí que nuestro fin es el “cáliz” (…). Por eso el fin dichoso del Apóstol es ser derramado como una libación20.
Rápidamente respondieron ¡Possumus...! ¡Dynámetha...! ¡Podemos...!»21.
Por tanto, querido Padre Pablo siempre que eleves un cáliz, este cáliz, tu cáliz recuerda las palabras de nuestro querido padre fundador: «Cuando nos parezca que estamos abandonados de los amigos, de los superiores, de los ángeles, de Dios... ¡Possumus!
Cuando nos veamos tan malolientes de pecados que nos miremos a nosotros mismos como Lázaro en el sepulcro... ¡Possumus!
Cuando los enemigos parezcan tan fuertes que nuestra derrota se presente inminente... Possumus! Cuando la lucha nos parezca tan desigual de modo que sea imposible la victoria... ¡Possumus! Cuando el Anticristo con su sucia pezuña nos aplaste la cabeza, con el último aliento debemos decir
¡Possumus! Todo lo puedo en Aquel que me conforta (Flp 4,13).
El grito del combate nos llama y nos convoca. Pidamos siempre que de la mano de Santiago y de San Juan -y de SAN PABLO!- retorne a nuestras tierras el espíritu de los grandes. En honor de María, digamos siempre: ¡Possumus!
Digamos con ese gran seminarista que fue Marcelo Javier Morsella que escribió: “¡Podemos!, con la gracia de Dios todo lo podemos”»22.
Que Nuestra Señora la Pura y Limpia Concepción de Luján, Madre de todos nosotros te haga un santo sacerdote y gran misionero, siempre consciente de la dignidad y del poder espiritual que desde el memorable 25 de agosto llevas contigo para siempre: para gloria de Dios y salvación de las almas. Pues “la vocación y la misión recibidas el día de la ordenación sacerdotal, marcan al sacerdote permanentemente”23: Sacerdos ipse Christus in aeternum!
1. Sl 109, 4 “Juravit Dominus, et non pœnitebit eum: Tu es sacerdos in æternum secundum ordinem Melchisedech” (seguimos la numeración de la vulgata)
2. SAN AGUSTÍN citado en STRAUBINGER, J., Biblia Comentada Sl 109,1 (Tlalnepantla – 1969) p. 674.
3. BUELA, C. M., Sacerdotes para Siempre (New York – 2011) pp. 266.
4. Ibídem.
5. Catecismo de la Iglesia Catolica, 1548.
6. FUENTES, M. A., Soy capitán triunfante de mi estrella, (San Rafale-2011 A 25 años del fallecimiento de Marcelo Edición corregida y aumentada) p. 59.
7. Directorio de Espiritualidad, 133.
8. Cfr. CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución dogmática sobre la Iglesia «Lumen Gentium», 18-31; Decrecto sobre el ministerio y vida de los presbíteros «Presbyterorum Ordinis», 2; CIC c. 1008.
9. Cfr. CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Decreto sobre el apostolado de los seglares «Apostolicam Actuositatem», 3; Juan Pablo II, Exortación Apostólica post-sinodal «Christifideles Laici» (30 diciembre 1988), 14.
10. JUAN PABLO II, Exhortación apostólica post-sinodal «Pastores Dabo Vobis» (25 de marzo de 1992) 13-14; Catequesis (31 marzo 1993), L'Osservatore Romano 14 (1993) 171.
11. CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros (Ciudad del Vaticano 1994) 6.
12. EUGENIO IV, Exsultate Deo, 22/11/1439; DS. 1321, Dz. 698.
13. Cf. SANTO TOMÁS DE AQUINO, S. Th., III, 22, 4, sc.
14. Cf. Jn 15,15 “Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos”.
15. BEATA ISABEL DE LA TRINIDAD, Elevaciones, Elevación nº 34.
16. Constituciones, 7.
17. Cf. Hch 9,16 “Yo le mostraré lo que tiene que sufrir por mi nombre”.
18. Cf. Hb 8,6ss.
19. MISAL ROMANO, Plegaria eucarística
20. Cfr. 2Tim 4,6; Flp 2,17.
21. BUELA, C. M., Servidoras II (San Rafael - 2004) pp. 377-378.
22. BUELA, C. M., Servidoras II (San Rafael - 2004) pp. 377-378.
23. BUELA, C. M., Sacerdotes para Siempre (New York – 2011) pp. 77-78.
Decía Antonine de Saint-Exupéry “El hombre no es más que un nudo de relaciones. Sólo las relaciones cuentan para el hombre”[1] y si esto es verdad, lo es porque él, es imagen de Aquél que es relación por antonomasia, es decir nuestro Creador. De hecho, cada divina Persona es una relación subsistente. «En efecto, “en Dios todo es uno, excepto lo que comporta relaciones opuestas”[2]. Por otra parte el «“Padre”, “Hijo”, “Espíritu Santo” no son simplemente nombres que designan modalidades del ser divino, pues son realmente distintos entre sí: “El que es el Hijo no es el Padre, y el que es el Padre no es el Hijo, ni el Espíritu Santo el que es el Padre o el Hijo”[3]. Son distintos entre sí por sus relaciones de origen: “El Padre es quien engendra, el Hijo quien es engendrado, y el Espíritu Santo es quien procede”[4]. La Unidad divina es Trina»[5].
Existe entonces, podríamos decir un “Nudo Trinitario” que “es el misterio de Dios en sí mismo”[6] de ahí que «la distinción personal del Verbo con el Padre y el Espíritu Santo nos impele a que toda nuestra vida lleve la impronta trinitaria, que es el máximo misterio de Dios, es plenitud del hombre y es “la sustancia del Nuevo Testamento”, en la que los hombres por medio del Hijo hecho carne tienen acceso en el Espíritu Santo al Padre y se hacen partícipes de la naturaleza divina (2 Pe 1,4). Debe ser un timbre de honor el confesar “la distinción de las personas, la unidad de su naturaleza y la igualdad en la majestad”[7]»[8].
Por otra parte a la pregunta ¿Qué es ser hombre? Recordemos la respuesta del aviador francés “El hombre es un nudo de relaciones”. Es decir, lo que nos define son los vínculos con la realidad, que son invisibles. Y lo que construye nuestra realidad humana es cómo nos relacionamos con el mundo con los demás y con Dios. Todo depende de nuestras relaciones: La vida, la muerte, la familia, los amigos, etc. De ahí que Saint-Exupéry escribía “Lo que causa tus sufrimientos más graves es lo mismo que te aporta tus alegrías más altas. Porque sufrimientos y alegrías son frutos de tus lazos”.
Estos lazos son los que nos hacen “ser”. Pero no sólo en las relaciones humanas, sino también los lazos que establecemos con los bienes materiales, con la tradición y sobre todo con Dios. «Origen primero y fin último de todo cuanto existe. Principio y fundamento, en especial, de todo hombre y mujer creados a su imagen y semejanza»[9].
Ahora, el hombre, como afirmó el Concilio Vaticano II, «no puede encontrar su plenitud sino en la entrega sincera de sí mismo a los demás». Entonces, se sigue que el amor es la vocación humana y todo nuestro comportamiento, para ser verdaderamente humano, debe manifestar la realidad de nuestro ser, realizando la vocación del amor. Como escribió Juan Pablo II: «El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida queda privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente ».
Entonces la experiencia del amor es esencial al hombre y el amor es, en palabras del autor galo, «el nudo divino que anuda las cosas» (Citadelle ). Por esto, Saint-Exupéry subraya incesantemente que el hombre sólo llega a plenitud cuando participa de algo que lo desborda y, en casos, supera. De ahí la significación de clave de bóveda que otorga en Citadelle al concepto de “intercambio”. “Yo no amo a los sedentarios de corazón. Los que no intercambian nada no llegan a ser nada. Y la vida no habrá servido para madurarlos. Y el tiempo corre para ellos como un puñado de arena y los pierde”[10].
De lo expuesto anteriormente, si sostenemos que “El hombre es un nudo de relaciones” se sigue que cada hombre se define, dignifica y llega a su plenitud en sus relaciones o mejor dicho religaciones hechas por amor, teniendo en cuenta que lo “más propio de la caridad es querer amar que querer ser amado”[11]. Ahora bien, los votos religiosos son los lazos humanos que nos unen con lo divino, en realidad directamente con Dios, por medio de ellos queremos ligarnos a Él, Uno y Trino y sólo de Él depender. Los votos son entonces el mayor acto de amor que podemos hacer para vincularnos, atarnos, ligarnos raigalmente a nuestro Dios, por eso le dijimos o nos preparamos para decirle de lo más profundo de nuestro corazón: “Al Padre, origen primero y fin supremo de la vida consagrada; a Cristo, que nos llama a su intimidad; al Espíritu Santo, que dispone el ánimo a acoger sus inspiraciones”[12]. Por lo cual como dice el P. Nieto: «No hay palabras, quizás en toda nuestra vida, que tengan más seriedad e importancia como aquellas que pronunciamos el día de nuestra profesión. Es a la Trinidad a la que correspondemos porque es el mismo Dios quien nos ha llamado. “Dios llama a quien quiere, por libre iniciativa de su amor”[13] y –quién podría dudarlo– cada una de nuestras vocaciones ha sido el fruto de “la acción divina”[14]. Más aún, es “una iniciativa enteramente del Padre[15], que exige de aquellos que ha elegido la respuesta de una entrega total y exclusiva... debiendo responder con la entrega incondicional de su vida, consagrando todo, presente y futuro, en sus manos... totalidad... equiparable a un holocausto”[16]. De aquí que en la fórmula de renovación mensual de los votos decimos hermosamente que hemos sido llamados a ser “los incondicionales de Dios”, poniendo de relieve la totalidad, el alcance pleno y la perpetuidad del amor que se profesa. Por eso explicaba San Juan Pablo II: “Los votos religiosos tienen la finalidad de realizar un vértice de amor: de un amor completo, dedicado a Cristo bajo el impulso del Espíritu Santo y ofrecido al Padre por medio de Cristo. De ahí el valor de oblación y de consagración de la profesión religiosa, que en la tradición cristiana oriental y occidental es considerada como un baptismus flaminis”[17]. Muchas veces, la claudicación en la profesión religiosa tiene su fundamento en esto: en querer nosotros poner condiciones a Dios pensando que esto redundará en un beneficio personal. “Buscarse a sí mismo” no es jamás un buen negocio en la vida espiritual»[18].
«Debemos tener profunda y raigal devoción a la Santísima Trinidad»[19]. Como el principito que trascendía lo visible para llegar a lo esencial, los “nudos divinos”[20] que buscamos realizar con el Padre, el Hijo y Espíritu Santo pidámosle a la Mujer Trinitaria que estreche (aprete-una-ligue) estos nudos cada día más, siempre más!
[1] Cf. Pilote de guerre, p. 154; Piloto de guerra, p. 147.. Los conceptos de “relación” y “vínculo” van estrechamente unidos, en Saint-Exupéry, con el de “participación”: «EI oficio de testigo me ha causado siempre horror. ¿Qué soy yo si no participo? Para ser, necesito participar. Yo me alimento de la calidad de los compañeros (…). Forman, con su trabajo, su oficio, su deber, una red de vínculos (…). Y yo me embriago con la densidad de su presencia». «Admiro las inteligencias límpidas. Pero ¿qué es un hombre si le falta sustancia, si no es más que una mirada y no un ser?» (Pilote de guerre, p. 166; Piloto de guerra, pp. 158-159).
[2] Concilio de Florencia, año 1442: DS 1330. “A causa de esta unidad, el Padre está todo en el Hijo, todo en el Espíritu Santo; el Hijo está todo en el Padre, todo en el Espíritu Santo; el Espíritu Santo está todo en el Padre, todo en el Hijo” (Concilio de Florencia, año 1442: DS 1331) Cf. Catecismo de la Iglesia Caólica, 255.
[3] Concilio de Toledo XI, año 675: DS 530
[4] Concilio de Letrán IV, año 1215: DS 804
[5] Cf. Catecismo de la Iglesia Caólica, 254.
[6] Catecismo de la Iglesia Caólica, 234.
[7] Misal Romano, Prefacio de la Santísima Trinidad.
[8] Directorio de Espiritualdad, 9.
[9] Buela C. M., Sacerdotes para Siempre (New York - 2011) p. 549.
[10] Cf. Citadelle, Gallimard, Paris, 1948, p. 38. Versión española: Ciudadela, Círculo de lectores, Barcelona, 1992; Alba, Barcelona 1997, p. 38.
[11] Summa Theologiae, II-II, q. 27, art. 1, ad. 2.
[12] Vita Consecrata, 21: “la vida consagrada está llamada a profundizar continuamente el don de los consejos evangélicos con un amor cada vez más sincero e intenso en dimensión trinitaria: amor a Cristo, que llama a su intimidad; al Espíritu Santo, que dispone el ánimo a acoger sus inspiraciones; al Padre, origen primero y fin supremo de la vida consagrada”; cf. Ibidem, 14; Juan Pablo II, Discurso en la Audiencia General (09/11/1994).
[13] Directorio de Espiritualidad, 290.
[14] Cf. Directorio de Vida Consagrada, 10; op. cit. CIVCSVA, Elementos esenciales de la doctrina de la Iglesia sobre la vida religiosa, 5.
[15] Cf. Jn 15, 16.
[16] Cf. Directorio de Vocaciones, 5 a.
[17] SAN JUAN PABLO II, Discurso en la Audiencia General, (26/10/1994).
[18] Nieto, G. Circular XVI ‘Sobre nuestra formula de profesión’ 01/04/2018, p. 6.
[19] Constituciones, 9.
[20] Cf. Citadelle, p. 263; Ciudadela, p. 243.
Nos dice Nuestro Señor: “Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor” (Jn 15, 9) «No podrá el hombre escuchar jamás una noticia más alta que esta “buena nueva”, ni meditar en nada más santificante; pues, como lo hacía notar el Beato Eymard, lo que nos hace amar a Dios es el creer en el amor que Él nos tiene. Permaneced en mi amor significa, pues, una invitación a permanecer en esa privilegiada dicha del que se siente amado, para enseñarnos a no apoyar nuestra vida espiritual sobre la base deleznable[1] del amor que pretendemos tenerle a Él (Cf. Jn 13,36-38), sino sobre la roca eterna de ese amor con que somos amados por Él»[2].
El mismo Apóstol nos dice en su primera carta: “Y nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él” (1Jn 4,16). Por lo cual se puede ver que ‘Permanecer en el amor’: «No significa (como muchos pensarán), permanecer amando, sino sintiéndose amado, según vemos al principio de este versículo: hemos creído en ese amor. S. Juan que acaba de revelarnos que Dios nos amó primero (v. 1Jn 4,10)»[3]. En el Evangelio de hoy es Cristo mismo Quien categóricamente nos dice desde lo más profundo de su ‘corazón hipostático’[4]: “Permaneced en mi amor” (Jn 15,9). «También allí nos muestra el Salvador este sentido inequívoco de sus palabras, admitido por todos los intérpretes: no quiere Él decir: permaneced amándome, sino que dice: “Yo os amo como Mi Padre me ama a Mí; permaneced en mi amor”, es decir, en este amor que os tengo y que ahora os declaro (cf. Ef 3,17), que aquí descubrimos es, sin duda alguna, la más grande y eficaz de todas las luces que puede tener un hombre para la vida espiritual, como lo expresa muy bien S. Tomás diciendo: “Nada es más adecuado para mover al amor, que la conciencia que se tiene de ser amado”.
No se me pide, pues, que yo ame directamente, sino que yo crea que soy amado. ¿y qué puede haber más agradable que ser amado? ¿No es eso lo que más busca y necesita el corazón del hombre? lo asombroso es que el creer, el creerse que Dios nos ama, no sea una insolencia, una audacia pecaminosa y soberbia, sino que Dios nos pida esa creencia tan audaz, y aun nos la indique como la más alta virtud. Feliz el que recoja esta incomparable perla espiritual que el divino Espíritu nos ofrece por boca del discípulo amado; donde hay alguien que se cree amado por Dios, allí está Él, pues que Él es ese mismo amor (…) Fácil es por lo demás explicarse la indivisibilidad de ambos amores si se piensa que yo no puedo dejar de tener sentimientos de caridad y misericordia en mi corazón mientras estoy creyendo que Dios me ama hasta perdonarme toda mi vida y dar por mí su Hijo para que yo pueda ser tan glorioso como Él»[5].
“Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer” (Jn 15,15). «Notemos esta preciosa revelación: lo que nos transforma de siervos en amigos, elevándonos de la vía purgativa a la unión del amor, es el conocimiento del mensaje que Jesús nos ha dejado de parte del Padre. Y Él mismo nos agrega cuán grande es la riqueza de este mensaje, que contiene todos los secretos que Dios comunicó a su propio Hijo»[6].
Por otra parte para que ya no dudemos más, a gritos nos dice Nuestro Señor: “No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca” (Jn 15,16). «Hay en estas palabras de Jesús un inefable matiz de ternura. En ellas descubrimos no solamente que de Él parte la iniciativa de nuestra elección; descubrimos también que su Corazón nos elige aunque nosotros no lo hubiéramos elegido a Él. Infinita suavidad de un Maestro que no repara en humillaciones porque es “manso y humilde de corazón” (Mt 11,29). Infinita fuerza de un amor que no repara en ingratitudes, porque no busca su propia conveniencia (1Co 13,5)»[7].
Marcelo Morsella era consciente que el fundamento de toda vocación es el amor de Dios, y así escribe a su Madre: «“En una carta que le mandé a Juan y que llegará seguramente antes que ésta, le conté que tuvimos la ordenación sacerdotal de dos muchachos. Es realmente impresionante y me hizo pensar qué gran regalo de Dios es la vocación sacerdotal; para unir a los hombres con Dios el sacerdote se entrega a Dios libremente. Hay una frase muy linda del Papa Juan Pablo II con respecto a la vocación: “Cada llamada de Cristo es una historia de amor única e irrepetible”. Nada más acertado. El sacerdote es un hombre enamorado de Dios. Te pido que recés por mí, en especial a la Santísima Virgen María, Madre de los sacerdotes y de todos los hombres, para que sea fiel al llamado de Cristo”[8]»[9].
También a su padre: «“Con respecto a entrar al Seminario sigo pensando lo mismo, pero no es que el ánimo esté retemplado como vos me decís y te agradezco, sino que es Dios quien da la vocación y quien la sostiene. Uno pone apenas lo humanamente posible y Dios hace el resto. Si por mis propias fuerzas humanas fuera, yo no haría ni media cuadra. El error sería para mí confiarme de mi fortaleza, porque además sé que, por experiencia, por ese lado no va la cosa”[10]»[11].
Por esto Marcelo siempre buscó no distorsionar ese fundamento y luchó con denuedo para ‘Permaneced el amor’, decía: «“Qué poca idea tengo del amor de Dios, sobre todo con mis estúpidos escrúpulos. Solamente le pido a mi Madre, la Virgen María que me dé la virtud de la confianza en Dios y que lo que veo de las personas no me disminuya la fe ni distorsione la imagen que debo tener de Dios, porque Dios es siempre el mismo, los que cambiamos somos los hombres”[12]»[13].
Combatió y venció, por eso escribía: «“Dios es inmensamente bueno y cuida por nosotros con delicadeza paternal, nos da bienes que no merecemos. Hacemos un poco por Él y Él nos da el “ciento por uno”... Hay que rezar sin desfallecer, porque la oración es la “fuerza del hombre y la debilidad de Dios” (San Agustín). También me alegro mucho de lo que me contás de esa intimidad mayor con Cristo que experimentás, es duro no apoyarse en lo humano, y te lo digo porque me cuesta, pero Dios quiere tener todo nuestro corazón para Él, y cuanto más nos abandonamos en Él, más se nos dará Él... La Providencia es impresionante cómo nos protege”[14]»[15].
En conclusión, fuimos escogidos por amor y para que permaneciendo en Él “vuestro fruto permanezca” que «es la característica de los verdaderos discípulos; no el brillo exterior de su apostolado (Mt 12,19 y nota), pero sí la transformación interior de las almas. De igual modo a los falsos profetas, dice Jesús, se les conoce por sus frutos (Mt 7,16), que consisten. según S. Agustín, en la adhesión de las gentes a ellos mismos y no a Jesucristo»[16].
Que María, Madre del Amor Hermoso, nos conceda la gracia de nunca jamás abandonar nuestro fundamento, Amor Christi, pues este no pasará jamás! Él es el primero y el último, el alfa y el omega[17]. Él es la roca[18] y nadie puede poner otro fundamento[19].
[1] DRAE: “Despreciable, de poco valor”.
[2] Straubinger, J., Biblia Comentada Jn 15,9 (Tlalnepantla – 1969) pp. 141-142.
[3] Straubinger, J., Biblia Comentada 1Jn 4,16 (Tlalnepantla – 1969) pp. 347-348.
[4] Directorio de Espiritualidad, 75.
[5] Straubinger, J., Biblia Comentada 1Jn 4,16 (Tlalnepantla – 1969) pp. 347-348.
[6] Straubinger, J., Biblia Comentada Jn 15,15 (Tlalnepantla – 1969) p. 142.
[7] Straubinger, J., Biblia Comentada Jn 15,16 (Tlalnepantla – 1969) p. 142.
[8] A su mamá, San Rafael, 9 de agosto de 1984. También dice hablando de la ordenación como diácono de uno de los que se ordenarían presbíteros en diciembre: “El domingo pasado se ordenó Diácono Miguel Speroni, de este Seminario, tuvimos un asado bárbaro y estaba muy contento, si Dios quiere a fin de año lo ordenan Sacerdote. Eso me hace pensar mucho en cómo pasa el tiempo, se te escapa de las manos, y hay tanto que aprender, y rezar, y hacer, en fin, hay que confiar en Dios y hacer todo lo que se puede” (A Juan, San Rafael, 21 de agosto de 1984).
[9] Fuentes, M. A., Soy capitán triunfante de mi estrella, (San Rafale-2011 A 25 años del fallecimiento de Marcelo Edición corregida y aumentada) p. 59.
[10] A su papá, Buenos Aires, 25 de mayo de 1983.
[11] Fuentes, M. A., Soy capitán triunfante de mi estrella, (San Rafale-2011 A 25 años del fallecimiento de Marcelo Edición corregida y aumentada) p. 35.
[12] Morsella, Marcelo, Soliloquio (manuscrito), 1983.
[13] Fuentes, M. A., Soy capitán triunfante de mi estrella, (San Rafale-2011 A 25 años del fallecimiento de Marcelo Edición corregida y aumentada) p. 38.
[14] Marsella, Marcelo, A Charlie, San Rafael, 26 de abril de 1984.
[15] Fuentes, M. A., Soy capitán triunfante de mi estrella, (San Rafale-2011 A 25 años del fallecimiento de Marcelo Edición corregida y aumentada) p. 79.
[16] Straubinger, J., Biblia Comentada Jn 15,16 (Tlalnepantla – 1969) p. 142.
[17] Cf. Ap. 22,13.
[18] Cf. 1 Cor 10,4.
[19] Cf. 1Cor 3,11.
“Porque queremos formar almas que maduren para el cielo” (1)
En varias ocasiones hemos evocado la persona de Marcelo, pero especialmente hoy me parece más que oportuno, pues en el día que comenzamos formalmente el año lectivo él se nos presenta como un modelo acabado a seguir en nuestra formación integral, que no es otra cosa que la unión con Dios.
En el día que los restos mortales de este “capitán triunfante” descansaron en el suelo de la “La Finca” el P. Buela pronunció unas bellísimas palabras, que concluyó con una poseía dedicada a este primer hijo espiritual que nació para el cielo. Con el corazón en la mano, declamó:
«“Marcelito, ¡querido!;
¡mi dulce y querido y valiente, Marcelo!,
olor a tierra mojada,
perfume de azahares en espera,
trino alegre de juguetones pájaros,
acequia cargada de agua,
cosecha a punto,
trabajo bien hecho,
rosal en flor» (2).
Sin dudas que Marcelo -en palabras del propio P. Buela- fue “(Marcelito), ¡hijo de mi alma!” (3) de ahí que debamos buscar de imitarlo si queremos formarnos como auténticos hijos del Verbo Encarnado (IVE).
Sabemos que un signo de madurez es la responsabilidad, es decir “dar respuesta” de nuestros propios actos, nuestras responsabilidades, nuestro estado etc. Marcelo en esto fue ejemplar, tal vez por eso su biógrafo también un día de Lectio brevis del 2016 decía «Marcelo fue, sobre todo, responsable. Responsable en sus relaciones familiares, en sus amistades, en su trabajo, en su estudio, en su apostolado, en su trabajo interior de la voluntad. Buscó hacer todo bien, porque ese es el único modo en que las cosas deben hacerse si se hacen por Dios» (4).
Cuando tuvo que retrasar un año su ingreso al seminario por razones familiares, pues debía trabajar para ayudar a sus padres, Marcelo hizo lo posible por vivir ese tiempo como si ya fuese seminarista con grandes deseos de ingresar, incluso empezando a estudiar por su cuenta algunas cosas, quizá para ir ganando tiempo o para que esto lo ayudara a ser fiel a la palabra empeñada a Dios. Escribía en ese tiempo: “También estoy estudiando un poquito de latín, que también es muy interesante” (5). He aquí alguien que no perdía el tiempo.
Destaca el P. Fuentes «Marcelo encaraba lo que hacía con un gran sentido de la responsabilidad. Como escribe en una notita de 1983: “la vida es un continuo tomar y dejar, partir y llegar. Y así será hasta la última Partida. Es fácil decir me voy, pero hay que hacerlo. Solamente pido a Dios, por medio de mi Madre, que me dé la fortaleza para hacer lo que tengo que hacer, aunque mucho me cueste” (6). Ojalá todos entendamos que hay que hacer lo que debemos hacer. Y punto».
Decíamos que Marcelo era responsable en todo por eso tomaba muy en serio su formación. Por ejemplo, consideraba el estudio algo fundamental para prepararse al sacerdocio. Y se refiere a algunas conferencias a las que pudo asistir en el primer año de seminario como “una gracia más que Dios nos hace” (7).
Sin embargo, tenía plena conciencia de que el estudio, siendo un aspecto fundamental de la formación, no era lo más importante; por encima estaba el trabajo de la gracia y la transformación de la voluntad para aspirar a la unión con Dios. Le escribía a su papá en 1984: “Aclaro que no es lo más importante el estudio, porque evidentemente se puede saber mucho y no ser bueno. Primero está la caridad, la fe, la esperanza” (8).
A uno de sus amigos le escribe a mediados de su primer año de seminario: “Yo sigo muy contento y constatando que el tiempo vuela, se te va de las manos. Pienso a veces, en lo que es el sacerdocio y me doy cuenta de que es algo tan grande que sobrepasa todo lo que uno pueda imaginar o la idea que uno pueda tener. Pero hay que confiar en Dios, uno no merece ni es digno pero es la voluntad de Dios. Te digo [esto] porque muchas veces me veo con defectos, pero los Apóstoles también los tenían: eran hombres y esto de los Apóstoles es un gran consuelo porque esos hombres rústicos y pecadores fueron después los más grandes santos que dieron la vida por Jesucristo. La santidad es trabajo de toda una vida…” (9).
1 Capitulo a las novicias SSVM dado en noviembre del 2016, San Pablo Brasil.
2 FUENTES, M. A., Soy capitán triunfante de mi estrella, (San Rafale-2011 A 25 años del fallecimiento de Marcelo
Edición corregida y aumentada) p. 137.
3 P. Buela citado en FUENTES, M. A., Soy capitán triunfante de mi estrella, (San Rafale-2011 A 25 años del fallecimiento de Marcelo Edición corregida y aumentada) p. 8.
4 FUENTES, M. Á., La madurez afectiva y espiritual de Marcelo Morsella -Lectio brevis- Seminario “María, Madre del Verbo Encarnado”, marzo de 2016.
5 A su papá, Buenos Aires, 24 de junio de 1983.
6 MORSELLA MARCELO, Soliloquio (manuscrito), 1983.
7 A Carlos, San Rafael, 6 de setiembre de 1984.
8 A su papá, San Rafael, 17 de abril de 1984.
9 A Bert, San Rafael, 27 de agosto de 1984
El día de nuestra profesión religiosa entregamos nuestras vidas como ofrenda agradable al Padre para consagrarlas completamente a su servicio, convirtiéndose desde aquel instante en oblación y víctima de suave aroma que sube hasta el cielo y perfuma eternidad… ¿Cómo describir esta siempre misteriosa y maravillosa consagración?; se me ocurre una figura tan profunda y tan significativa que no bastaría la brevedad de una página para describirla, pero en atención a la situación trataré de expresarme sucintamente.
La profesión de los votos me hace evocar inmediatamente aquella pequeña gota de agua que cada día, cada uno de nosotros, pone en el cáliz al prepararlo para que, dentro de unos instantes, pueda contener la siempre copiosa Sangre de Cristo, que no cesa de fluir hasta el fin de los tiempos en busca de las almas que desea empapar junto con ella de su infinita misericordia. Aquella pequeña gota se une como la humanidad al santo sacrificio, a una sangre que clama mejor que la de Abel en favor de los hombres, a una sangre divina que ha venido a desposarse con la naturaleza humana para redimirla… la profesión de los votos nos hace de algún modo mezclarnos con la Sangre Redentora que fluye desde el madero hacia las almas.
Como la gota en el cáliz los sagrados votos nos hacen adentrarnos de tal manera en el designio divino que nos hacemos indisolublemente uno con la voluntad divina manifestada en el fiel cumplimiento de nuestras constituciones… al menos para eso los profesamos; la diferencia es que en el cáliz la pequeña gota una vez mezclada no puede salir más, en el religioso en cambio, sí, cada vez que su voluntad quiera arrebatarle a Dios sus derechos, pues conserva su libertad… pero no profesamos para eso sino para dejarnos confundir con la voluntad divina haciendo de la nuestra una sola con ella… entregar el alma a Dios ya en esta vida, eso son los votos, he aquí el gran don que se nos ha hecho.
Fue el mismo Dios quien tomó en sus manos nuestra entrega: Dios aceptó nuestro holocausto, Dios nos impregnó de su misericordia, Dios nos envía a combatir a cada uno desde un lugar estratégico en su iglesia… será distinto, será variado, será lejano, pero siempre será “nuestro lugar de combate”: a veces desde los ambones, otras a los pies del sagrario, algunas desde los confesionarios, otras en la penumbra de la noche o a la débil luz del alba con un rosario entre las manos, quién sabe, Dios sabe… donde sea y como sea, la pequeña gota en el cáliz estará mezclada con la sangre del Verbo eterno que aceptó gustoso nuestra entrega para llevarla Él mismo a buen término. La obra siempre es suya, nosotros sólo tenemos dos alternativas: contribuir con nuestra docilidad u obstaculizar con nuestra infidelidad.
María santísima sea el timón de nuestra barca y la Cruz el cáliz precioso que contenga la sangre del Cordero junto con la pequeña gota de nuestra profesión, que se ha dejado verter para nunca jamás separarse de ella.
La agitación en la que voluntariamente se ha sumergido nuestro mundo de hoy es una de las señales más claras de que algo no anda bien. El ser humano puede ser trabajador, pero la laboriosidad no tiene que quitarle la humanidad. El frenesí en el que viven tantos hombres de nuestros días nos habla de algo que no marcha por buena senda, de una parte de nosotros que se ha desequilibrado.
El religioso de nuestros días, hijo como todo hombre de su tiempo, tiene que lidiar con este movimiento vertiginoso que atenta contra el mismo ser de su consagración. Hoy es el ruido constante de aparatos electrónicos, de actividades apostólicas, y de lazos innecesarios lo que lo aleja en muchas ocasiones de lo que el Señor en el Evangelio llamó “lo verdaderamente importante”.
Sin embargo, aunque el hombre se haya llenado de nuevas ocupaciones importantes o no, Dios no ha cambiado. Él se mantiene inalterable, siendo todavía hoy el Dios que habla desde el silencio. De tal manera que en sus elecciones diarias todo religioso debe enfrentarse a una que es medular para todas las otras, o Dios o el torbellino de nada.
El Cardenal Robert Sarah, un apóstol de las verdades esenciales, en su magnífico libro “La fuerza del silencio” dice que « El silencio no es una ausencia; al contrario: se trata de la manifestación de una presencia, la presencia más intensa que existe. El descrédito que la sociedad moderna atribuye al silencio es el síntoma de una enfermedad grave e inquietante. En esta vida lo verdaderamente importante ocurre en silencio. La sangre corre por nuestras venas sin hacer ruido, y solo en el silencio somos capaces de escuchar los latidos del corazón»[1]. Y más adelante dirá: « El claustro materializa la fuga mundi, la huida del mundo para encontrar la soledad y el silencio. Representa el fin del tumulto, de la luz artificial, de las tristes drogas que son el ruido y la codicia de poseer cada vez más bienes, para mirar al cielo. El hombre que entra en un monasterio busca el silencio para encontrar a Dios»[2]; cosa que evidentemente se aplica a todo tipo de religioso, no sólo a los monjes.
Son estas verdades las que nos tienen que llevar a vivir manteniendo encendida la luz de alerta, pues el ambiente en el que como religiosos debemos estar insertos atacará lo esencial de nuestra consagración, que es el ser “lo hombres de Dios”. Cuidemos este don sagrado del “retiro o silencio religioso”, pues es el medio que nos conduce a Dios. No olvidemos que el fin de nuestra consagración es encontrar a Dios.
Es por todo esto que concluimos esta breve reflexión con un consejo tomado de aquel libro generador de santos llamado “Imitación de Cristo”: «Busca tiempos aptos para examinarte y piensa con frecuencia en los beneficios de Dios. Deja las curiosidades. Medita aquellos temas que te den compunción más que ocupación. Hallarás tiempo suficiente y oportuno para dedicarte a buenas meditaciones si te apartas de las charlas superfluas, de las pérdidas de tiempo, y del oír novedades y murmuraciones. Los santos evitaban en lo posible estar entre la gente y elegían servir a Dios en secreto»[3].
[1] Robert Sarah, La fuerza del silencio, Palabra, Madrid 2017, pág. 30.
[2] Idem, pág. 81.
[3] Tomás de Kempis, Imitación de Cristo, San Pablo, Buenos Aires 2007, pág. 49.
Jason Jorquera M.
“Toda la vida de los religiosos debe ordenarse a la contemplación[1]
como elemento constitutivo de la perfección cristiana;
sin embargo, “…es necesario que algunos fieles expresen
esta nota contemplativa de la Iglesia viviendo de modo peculiar,
recogiéndose realmente en la soledad…”[2].
Ésta ha sido la misión de los monjes,
quienes fueron y siguen siendo testigos de lo trascendente,
pues proclaman con su vocación y género de vida
que Dios es todo y que debe ser todo en todos[3].”
Directorio de Vida Contemplativa
La vida contemplativa, al igual que cualquier otro estado de consagración, siempre guardará un aspecto de misterio. Y es que nunca se podrá explicar totalmente con palabras humanas aquel binomio divino-humano entre el “llamado de Dios” y el correspondiente “sí” de un alma a este estilo de vida del todo particular, cuya riqueza absoluta ha de ser el mismo Dios, a quien el monje dedica toda su existencia como “adelantándose” a la contemplación perenne del Paraíso celeste, aunque con las necesarias cruces de nuestra actual condición de viadores, las cuales abraza por amor al Crucificado que ha decidido seguir de cerca.
Cuando hablamos de vida monástica, necesariamente hablamos de oración, pero también de silencio, soledad y muerte, todo lo cual tiene un profundo sentido espiritual que va como marcando el ritmo mismo de la oración, a la vez que de ella se nutre para poder profundizar así la unión con el Creador. Me explico: para rezar se necesita del silencio exterior en lo posible, pero siempre buscando el imprescindible silencio interior que permitirá al alma oír mejor la voz del Todopoderoso que lo invita a dialogar con Él; y lo mismo se diga respecto a la soledad, entendida como apartamiento de las disipaciones para tratar a solas con Dios, la cual también contribuye y se beneficia de la oración. Y finalmente la muerte, pero ¿qué muerte?, pues –llamémosla- una “muerte vívida”, es decir, activa, batalladora; en lenguaje espiritual un continuo morir a sí mismo, al egoísmo, el amor propio, a los defectos, al pecado, etc., lo cual es una condición necesaria para progresar en dicha contemplación con Dios.
Morir, entonces, al mundo para vivir en soledad con Dios ha de ser la impronta propia del monje, que quiere imitar al Cristo orante, modelo perfecto del contemplativo; y que busca identificarse con las palabras que escribiera el apóstol de los gentiles: “Porque habéis muerto, y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios.”
Porque habéis muerto…
No hablamos aquí, obviamente, de la separación del cuerpo y el alma, sino de una nueva y amorosa disposición del alma que se entrega a Dios en la vida monástica para dar origen a un “nuevo existir”, es decir, como a un nuevo ser transformado a la luz de la gracia divina, fruto de la constante renuncia a sí mismo que ha de regir toda la ascesis del monje; porque la renuncia –que es este “morir”- implica el ineludible combate por sepultar al hombre viejo, al del mundo, para que el hombre nuevo, el que tiene sed de estar a solas con Dios, para contemplarlo e interceder ante Él por la humanidad entera, pueda comenzar a vivir libre de las ataduras del mundo, del cual ha huido considerándose como muerto para él para refugiarse así sólo en Dios. Y esta es la razón de que la vida contemplativa sea equiparada a la gloriosa muerte que implica el martirio: “Los mártires nacen al morir, su fin significa el principio; al matarlos se les dio la vida, y ahora brillan en el cielo, cuando se pensaba haberlos suprimido en la tierra”[4]. De la misma manera el monje, que renunció a su vida en el mundo para consagrarse a Dios, vive en sí mismo una especie de martirio que le anticipa la gloria reservada a los que dieron la propia sangre en valiente testimonio Cordero de Dios, que vino a ofrecer su vida por los pecadores; con la esperanza de alcanzar mediante esta entrega la vida perenne prometida a aquellos que lo dejaron todo por seguir al Salvador desde cerca, animados por la confianza inquebrantable de la que hablaba san Basilio: “…el único motivo de esperanza consiste en hacer morir todo lo tuyo y buscar la vida futura en Cristo”[5]; y aplicándose, a la vez, las exhortativas palabras de san Pablo: “…porque si viviereis según la carne, moriréis; mas si con el espíritu hacéis morir las obras o pasiones de la carne, viviréis, siendo cierto que los que se rigen por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios.”[6]
Obviamente que el “morir al espíritu del mundo” para dejarse guiar por el Espíritu de Dios[7] no implica la ausencia de las tentaciones, de las dificultades, en definitiva de la cruz; ya que la ascesis del monje es un trabajo de toda la vida, puesto que dondequiera que vaya llevará siempre consigo la naturaleza herida por el pecado, como cualquier otro hombre, pero gracias a su muerte-renuncia mucho más radical al espíritu mundano, se arroga para sí el premio de “la parte mejor” que eligió María y que, al igual que ella, no le ha de ser quitada[8], porque a imitación de su arquetipo sublime, Jesucristo, ha elegido libremente entregar a Dios su vida para servirlo en la rica soledad del monasterio: “Nadie me la quita (la vida); yo la doy voluntariamente” (Jn 10,18). Y esa es justamente la actitud del consagrado, y en este caso del monje, entregarse, darse libremente en servicio de aquel que lo amó primero[9] para dedicarse a contemplarlo y buscar configurarse con aquel Cristo orante que pasaba las noches en oración ante el Padre[10], aquel Cristo de Getsemaní que rogaba al Padre que se realizara en Él su voluntad[11], aquel Jesús de Nazaret que permaneció 30 años en el arcano de la casa de José y María preparando la misión que su Padre le había encomendado; en fin, aquel Jesucristo, Hijo del Dios Altísimo, que en su infinita misericordia decidió quedarse con los hombres después de su bendita ascensión, hecho sacramento en el silencio del sagrario.
El monje además ha muerto al mundo para fructificar para el cielo, porque si el grano de trigo muere (entonces, y sólo entonces) da mucho fruto[12] y lo hace porque su muerte es voluntaria, es decir, aceptada al momento decirle sí al llamado de Dios. El contemplativo vive, en definitiva, “una vida que es muerte y una muerte que da vida” pues la ha puesto totalmente en manos de aquel que lo llamó, tal como afirma nuestro Directorio: “Su finalidad será vivir sólo para Dios: éste es el enérgico resumen que proclama todo el deseo que Dios puso en el corazón de cada monje…”[13].
… y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios
Vivir “escondido junto a Dios”, quiere decir apartado del mundo para dedicarse a estar en lo posible, como hemos dicho antes, a solas con Él; es decir, refugiado en la oración porque nada puede hacerse sin la vida de oración. Un alma no puede llegar a la cima de la santidad si no ora. Dios no puede penetrar en el alma, si nosotros no tratamos de buscarlo (San Alberto Hurtado). Y el contemplativo ha de buscarlo durante toda su vida, siguiendo aquello de Dom Columba Marmion: “Buscar a Dios es permanecer unidos a Él por la fe, adherirnos a Él como objeto de nuestro amor. Ahora bien: es evidente que esta unión admite una variedad infinita de grados. Dios está presente en todas partes dice san Ambrosio, pero está más próximo a aquellos que le aman, estando en cambio alejado de aquellos que no le sirven.
Cuando ya hemos encontrado a Dios podemos continuar aun buscándole, es decir, podemos buscarle más intensamente, acercarnos a Él por una fe más ardiente, por una caridad más exquisita, por una fidelidad más exacta en el cumplimiento de su voluntad: he aquí por qué podemos y debemos siempre buscar a Dios, hasta tanto que nos sea dado contemplarlo de una manera inamisible en todo el esplendor de su majestad, rodeado de luz eterna. Si no alcanzamos este fin, arrastraremos una vida inútil.”[14]
Cuando dos personas que se aman están a solas experimentan gran alegría y deseos de permanecer juntos; es lo que pasa con los amigos, los esposos o los hermanos: quieren estar con aquel que aman y el sólo hecho de hacerlo les alegra el corazón. En el contemplativo esta dicha tiene que ser siempre sobrenatural: pese a las arideces, pese a las dificultades, pese a nuestras limitaciones Dios siempre está con nosotros, ¿cómo va a abandonar a quien lo dejó todo para estar con Él?; y más aún, este “estar con Dios” se va realizando en el alma misma, que es el lugar de encuentro con el Dios que suscitó en el monje el deseo de estar oculto con Él para buscar su gloria mediante la vida de oración y ocupar en la santa Iglesia el lugar que le corresponde: interceder por ella mediante oraciones y sacrificios: “El alma que le quiere encontrar ha de salir de todas las cosas con la afición y la voluntad, y entrar dentro de sí misma con sumo recogimiento. Las cosas han de ser para ella como si no existiesen. San Agustín habla con Dios en los Soliloquios y le dice: «No te hallaba, Señor, por fuera, porque mal te buscaba fuera, pues estabas dentro». Dios, pues, está escondido en el alma y ahí le ha de buscar con amor el buen contemplativo, diciendo: ¿A dónde te escondiste? ”.[15]
El monje debe vivir oculto con Cristo en Dios, no porque quiera estar lejos de los hombres, no por estar harto del ruido, no porque sea un egoísta que intenta tener a Dios sólo para sí, nada de eso, simplemente lo hace porque así lo exige su vocación, o mejor dicho, porque en esto consiste su vocación: “Su finalidad será vivir sólo para Dios, […] “porque es más precioso delante de él y del alma un poquito de este puro amor y más provecho hace a la Iglesia, aunque parece que no hace nada, que todas esas obras (exteriores) juntas”[16]. Por tanto que todos los actos de su vida suban al Señor en suave olor de santidad, quemándose como el incienso en adoración al solo Santo, en acción de gracias por tanto bien recibido, “en todo amando y reconociendo.”[17]”[18]
[1] Cf. Santo Tomás de Aquino, Contra impugnantes Dei cultum et religionem, cap. II, n 20,Ed. Marietti, Turín, 1972, p. 11.
[4] San Pedro Crisólogo, sermón 108
[5] San Basilio, Homilía 20
[6] Rom 8,13-14
[7] Cfr. 1 Cor 2,12; Rom 8,1,; 2Cor 4,4; 1 Jn 4,5; etc.
[8] Cfr. Lc 10, 38-42
[9] Referencia a 1Jn 4,19
[10] Cfr. Lc 5,16
[11] Cfr. Mt. 26,36-46; Mc 14,32-42
[12] Jn 12,24
[13] Directorio de vida contemplativa, nº10
[14] Dom Columba Marmion, Jesucristo ideal del monje
[15] San Juan de la Cruz, Cántico espiritual, I, 6).
[16] San Juan de la Cruz, Cántico, 29, 1.
[17] EE [233]: “Interno conocimiento de todo bien recibido, para que enteramente reconociendo yo pueda amar y servir en todo a su Divina Majestad”.
[18] Directorio de Vida Contemplativa nº9
Con una bocanada de espeso incienso,
embebiendo el ambiente en dulce perfume de rosas,
se eleva al cielo, lenta y graciosa,
la entrega total que hace el religioso.
La profesión religiosa es el mayor acto de libertad posible después del martirio, pues uno por deseo propio, usando la mayor de sus potencias, y en ella subordinadas todas las otras, se entrega a Dios, su Señor, alcanzando con esto, si la entrega es radical, el perfeccionamiento óptimo de sus potencias, lo cual representa la realización de la voluntad sublime de su Señor.
Hemos sido hechos para Dios, ¿y qué mejor modo de cumplir este precioso fin que el arrojarse en sus manos?, como el cordero que mansamente se acerca a las manos de su pastor, para ser llevado por Él a la perdida presencia de su madre. Pues es Él quien dirige nuestra barca a la patria celeste, que se encuentra allá, a lo lejos, después de las agitadas aguas de este mundo.
¡Somos religiosos, es decir, creaturas libres, en las manos de Dios por nuestra propia voluntad, nos hemos introducido en la senda angosta, que puede ser incómoda por momentos, pero que conduce directamente al Reino esperado!
¡Somos religiosos, mas no cualquier tipo de religiosos, pues nuestra esencia es ser los pobres, los castos y los obedientes del Verbo Encarnado, lo cual habla de una impronta, de algo que nos distingue, pues en el rebaño de Dios hay muchas ovejas, pero no todas son iguales!
¡Somos religiosos y por tanto ovejas que han comprometido todas sus fuerzas, hasta la última, a ejemplo de Cristo que todas las ofreció a Dios, incluso la postrera cuando parándose en el clavo que sujetaba sus pies al madero gritó: “En tus manos encomiendo mi espíritu”!
Somos ovejas que han comprometido todas sus fuerzas, pero no para cualquier cosa, sino para no ser esquivos a la aventura misionera, a la posibilidad de ser injuriados, despreciados, insultados, maltratados y hasta matados después de crueles tormentos de años. Para no ser esquivos a inculturar el evangelio en la diversidad de las culturas, pues no nos puede frenar la distinción de lenguas, si vamos con el Dios que creó esa distinción en Babel; ni la distinción de razas si llevamos la gracia que a todos nos hermana en Cristo, ni la condición social, si el Señor nos ha hecho todo en todos. Para prolongar la Encarnación del Verbo en todo hombre, todo el hombre y todas las manifestaciones del hombre, pues Dios se hizo hombre para que el hombre se hiciera Dios, comunicándonos su vida, ya que donde abundó el pecado sobreabundó la gracia, y como sobreabunda debemos compartirla con aquellos que aún no han tenido la misma suerte que nosotros, dado que si gratis hemos recibido, gratis debemos dar, y si por nosotros Cristo ha muerto, por los demás también nosotros tenemos que morir, pues el prójimo se identifica misteriosamente con Cristo. Para asumir todo lo auténticamente humano y elevarlo al plano sobrenatural y eterno. Para ser como otra humanidad de Cristo, de modo que en nuestro obrar y ser diario los demás lo encuentren a Él, pues no hemos venido a ser piedra angular, sino los brazos del edificio que lo señalan, de manera que viéndonos los hombres lo vean, y después se olviden de nosotros, pues sólo de Él es la gloria y el poder, pues sólo Él merece toda alabanza y fruto, por lo que nos conceda la gracia de no ver ese fruto, para no envanecernos creyendo que hacemos mucho, sin que nos conformemos con el lugar que nos corresponde, que es el de esclavos de amor, pues amor con amor se paga, y humildad del que es más alto con sometimiento del que es más bajo. Por todo esto fecundemos este mundo con la gracia de Dios, haciendo que el Verbo que ya se hizo carne y habitó entre nosotros habite también entre ellos, para que todos seamos verdaderos hombres con un único y vivo Señor, Jesucristo, la Sabiduría eterna y Encarnada.
Esta sencilla reflexión surgió, efectivamente, a partir de un reflejo silencioso. Al referirme así, me parece mejor para ir desglosando paulatinamente el significado que tal impresión tiene para mí.
El reflejo silencioso no es nada extraño al sacerdote, al contrario, le resulta tan familiar como dar la bendición con el santísimo sacramento puesto en la custodia. Es justamente ahí, en el vidrio de la custodia que protege la Hostia Consagrada, que se produce este maravilloso reflejo silencioso en que el sacerdote puede verse impreso a la vez que observa atentamente a través del diáfano cristal al mismo Verbo Eterno convertido en sacramento.
Bien digo que este reflejo silencioso sea “maravilloso”, pues de alguna manera podemos decir que el sacerdote se ve reflejado en la misma hostia que han consagrado sus manos, que le ha dado todo el sentido a su existencia y que es el alma de su sacerdocio pues sin Eucaristía no habría sacerdocio…ni viceversa.