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Religiosos del IVE

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Con una bocanada de espeso incienso,

embebiendo el ambiente en dulce perfume de rosas,

se eleva al cielo, lenta y graciosa,

la entrega total que hace el religioso.

 

La profesión religiosa es el mayor acto de libertad posible después del martirio, pues uno por deseo propio, usando la mayor de sus potencias, y en ella subordinadas todas las otras, se entrega a Dios, su Señor, alcanzando con esto, si la entrega es radical, el perfeccionamiento óptimo de sus potencias, lo cual representa la realización de la voluntad sublime de su Señor.

Hemos sido hechos para Dios, ¿y qué mejor modo de cumplir este precioso fin que el arrojarse en sus manos?, como el cordero que mansamente se acerca a las manos de su pastor, para ser llevado por Él a la perdida presencia de su madre. Pues es Él quien dirige nuestra barca a la patria celeste, que se encuentra allá, a lo lejos, después de las agitadas aguas de este mundo.

¡Somos religiosos, es decir, creaturas libres, en las manos de Dios por nuestra propia voluntad, nos hemos introducido en la senda angosta, que puede ser incómoda por momentos, pero que conduce directamente al Reino esperado!

¡Somos religiosos, mas no cualquier tipo de religiosos, pues nuestra esencia es ser los pobres, los castos y los obedientes del Verbo Encarnado, lo cual habla de una impronta, de algo que nos distingue, pues en el rebaño de Dios hay muchas ovejas, pero no todas son iguales!

¡Somos religiosos y por tanto ovejas que han comprometido todas sus fuerzas, hasta la última, a ejemplo de Cristo que todas las ofreció a Dios, incluso la postrera cuando parándose en el clavo que sujetaba sus pies al madero gritó: “En tus manos encomiendo mi espíritu”!

Somos ovejas que han comprometido todas sus fuerzas, pero no para cualquier cosa, sino para no ser esquivos a la aventura misionera, a la posibilidad de ser injuriados, despreciados, insultados, maltratados y hasta matados después de crueles tormentos de años. Para no ser esquivos a inculturar el evangelio en la diversidad de las culturas, pues no nos puede frenar la distinción de lenguas, si vamos con el Dios que creó esa distinción en Babel; ni la distinción de razas si llevamos la gracia que a todos nos hermana en Cristo, ni la condición social, si el Señor nos ha hecho todo en todos. Para prolongar la Encarnación del Verbo en todo hombre, todo el hombre y todas las manifestaciones del hombre, pues Dios se hizo hombre para que el hombre se hiciera Dios, comunicándonos su vida, ya que donde abundó el pecado sobreabundó la gracia, y como sobreabunda debemos compartirla con aquellos que aún no han tenido la misma suerte que nosotros, dado que si gratis hemos recibido, gratis debemos dar, y si por nosotros Cristo ha muerto, por los demás también nosotros tenemos que morir, pues el prójimo se identifica misteriosamente con Cristo. Para asumir todo lo auténticamente humano y elevarlo al plano sobrenatural y eterno. Para ser como otra humanidad de Cristo, de modo que en nuestro obrar y ser diario los demás lo encuentren a Él, pues no hemos venido a ser piedra angular, sino los brazos del edificio que lo señalan, de manera que viéndonos los hombres lo vean, y después se olviden de nosotros, pues sólo de Él es la gloria y el poder, pues sólo Él merece toda alabanza y fruto, por lo que nos conceda la gracia de no ver ese fruto, para no envanecernos creyendo que hacemos mucho, sin que nos conformemos con el lugar que nos corresponde, que es el de esclavos de amor, pues amor con amor se paga, y humildad del que es más alto con sometimiento del que es más bajo. Por todo esto fecundemos este mundo con la gracia de Dios, haciendo que el Verbo que ya se hizo carne y habitó entre nosotros habite también entre ellos, para que todos seamos verdaderos hombres con un único y vivo Señor, Jesucristo, la Sabiduría eterna y Encarnada.

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