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El fundamento de nuestra vocación ‘Permaneced en mi amor’

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  1. Permaneced en mi amor

Nos dice Nuestro Señor: “Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor” (Jn 15, 9) «No podrá el hombre escuchar jamás una noticia más alta que esta “buena nueva”, ni meditar en nada más santificante; pues, como lo hacía notar el Beato Eymard, lo que nos hace amar a Dios es el creer en el amor que Él nos tiene. Permaneced en mi amor significa, pues, una invitación a permanecer en esa privilegiada dicha del que se siente amado, para enseñarnos a no apoyar nuestra vida espiritual sobre la base deleznable[1] del amor que pretendemos tenerle a Él (Cf. Jn 13,36-38), sino sobre la roca eterna de ese amor con que somos amados por Él»[2].

El mismo Apóstol nos dice en su primera carta: “Y nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él” (1Jn 4,16). Por lo cual se puede ver que ‘Permanecer en el amor’: «No significa (como muchos pensarán), permanecer amando, sino sintiéndose amado, según vemos al principio de este versículo: hemos creído en ese amor. S. Juan que acaba de revelarnos que Dios nos amó primero (v. 1Jn 4,10)»[3]. En el Evangelio de hoy es Cristo mismo Quien categóricamente nos dice desde lo más profundo de su ‘corazón hipostático’[4]: “Permaneced en mi amor” (Jn 15,9). «También allí nos muestra el Salvador este sentido inequívoco de sus palabras, admitido por todos los intérpretes: no quiere Él decir: permaneced amándome, sino que dice: “Yo os amo como Mi Padre me ama a Mí; permaneced en mi amor”, es decir, en este amor que os tengo y que ahora os declaro (cf. Ef 3,17), que aquí descubrimos es, sin duda alguna, la más grande y eficaz de todas las luces que puede tener un hombre para la vida espiritual, como lo expresa muy bien S. Tomás diciendo: “Nada es más adecuado para mover al amor, que la conciencia que se tiene de ser amado”.

No se me pide, pues, que yo ame directamente, sino que yo crea que soy amado. ¿y qué puede haber más agradable que ser amado? ¿No es eso lo que más busca y necesita el corazón del hombre? lo asombroso es que el creer, el creerse que Dios nos ama, no sea una insolencia, una audacia pecaminosa y soberbia, sino que Dios nos pida esa creencia tan audaz, y aun nos la indique como la más alta virtud. Feliz el que recoja esta incomparable perla espiritual que el divino Espíritu nos ofrece por boca del discípulo amado; donde hay alguien que se cree amado por Dios, allí está Él, pues que Él es ese mismo amor (…) Fácil es por lo demás explicarse la indivisibilidad de ambos amores si se piensa que yo no puedo dejar de tener sentimientos de caridad y misericordia en mi corazón mientras estoy creyendo que Dios me ama hasta perdonarme toda mi vida y dar por mí su Hijo para que yo pueda ser tan glorioso como Él»[5].

 

  1. De siervos a amigos

Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer” (Jn 15,15). «Notemos esta preciosa revelación: lo que nos transforma de siervos en amigos, elevándonos de la vía purgativa a la unión del amor, es el conocimiento del mensaje que Jesús nos ha dejado de parte del Padre. Y Él mismo nos agrega cuán grande es la riqueza de este mensaje, que contiene todos los secretos que Dios comunicó a su propio Hijo»[6].

Por otra parte para que ya no dudemos más, a gritos nos dice Nuestro Señor: “No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca” (Jn 15,16). «Hay en estas palabras de Jesús un inefable matiz de ternura. En ellas descubrimos no solamente que de Él parte la iniciativa de nuestra elección; descubrimos también que su Corazón nos elige aunque nosotros no lo hubiéramos elegido a Él. Infinita suavidad de un Maestro que no repara en humillaciones porque es “manso y humilde de corazón” (Mt 11,29). Infinita fuerza de un amor que no repara en ingratitudes, porque no busca su propia conveniencia (1Co 13,5)»[7].

 

  1. Marcelo Javier Morsella

 Marcelo Morsella era consciente que el fundamento de toda vocación es el amor de Dios, y así escribe a su Madre: «“En una carta que le mandé a Juan y que llegará seguramente antes que ésta, le conté que tuvimos la ordenación sacerdotal de dos muchachos. Es realmente impresionante y me hizo pensar qué gran regalo de Dios es la vocación sacerdotal; para unir a los hombres con Dios el sacerdote se entrega a Dios libremente. Hay una frase muy linda del Papa Juan Pablo II con respecto a la vocación: “Cada llamada de Cristo es una historia de amor única e irrepetible”. Nada más acertado. El sacerdote es un hombre enamorado de Dios. Te pido que recés por mí, en especial a la Santísima Virgen María, Madre de los sacerdotes y de todos los hombres, para que sea fiel al llamado de Cristo”[8]»[9].

También a su padre: «“Con respecto a entrar al Seminario sigo pensando lo mismo, pero no es que el ánimo esté retemplado como vos me decís y te agradezco, sino que es Dios quien da la vocación y quien la sostiene. Uno pone apenas lo humanamente posible y Dios hace el resto. Si por mis propias fuerzas humanas fuera, yo no haría ni media cuadra. El error sería para mí confiarme de mi fortaleza, porque además sé que, por experiencia, por ese lado no va la cosa”[10]»[11].

Por esto Marcelo siempre buscó no distorsionar ese fundamento y luchó con denuedo para ‘Permaneced el amor’, decía: «“Qué poca idea tengo del amor de Dios, sobre todo con mis estúpidos escrúpulos. Solamente le pido a mi Madre, la Virgen María que me dé la virtud de la confianza en Dios y que lo que veo de las personas no me disminuya la fe ni distorsione la imagen que debo tener de Dios, porque Dios es siempre el mismo, los que cambiamos somos los hombres”[12]»[13].

Combatió y venció, por eso escribía: «“Dios es inmensamente bueno y cuida por nosotros con delicadeza paternal, nos da bienes que no merecemos. Hacemos un poco por Él y Él nos da el “ciento por uno”... Hay que rezar sin desfallecer, porque la oración es la “fuerza del hombre y la debilidad de Dios” (San Agustín). También me alegro mucho de lo que me contás de esa intimidad mayor con Cristo que experimentás, es duro no apoyarse en lo humano, y te lo digo porque me cuesta, pero Dios quiere tener todo nuestro corazón para Él, y cuanto más nos abandonamos en Él, más se nos dará Él... La Providencia es impresionante cómo nos protege”[14]»[15].

En conclusión, fuimos escogidos por amor y para que permaneciendo en Él “vuestro fruto permanezca” que «es la característica de los verdaderos discípulos; no el brillo exterior de su apostolado (Mt 12,19 y nota), pero sí la transformación interior de las almas. De igual modo a los falsos profetas, dice Jesús, se les conoce por sus frutos (Mt 7,16), que consisten. según S. Agustín, en la adhesión de las gentes a ellos mismos y no a Jesucristo»[16].

Que María, Madre del Amor Hermoso, nos conceda la gracia de nunca jamás abandonar nuestro fundamento, Amor Christi, pues este no pasará jamás! Él es el primero y el último, el alfa y el omega[17]. Él es la roca[18] y nadie puede poner otro fundamento[19].

 

 

[1] DRAE: “Despreciable, de poco valor”.

[2] Straubinger, J., Biblia Comentada Jn 15,9 (Tlalnepantla – 1969) pp. 141-142.

[3] Straubinger, J., Biblia Comentada 1Jn 4,16 (Tlalnepantla – 1969) pp. 347-348.

[4] Directorio de Espiritualidad, 75.

[5] Straubinger, J., Biblia Comentada 1Jn 4,16 (Tlalnepantla – 1969) pp. 347-348.

[6] Straubinger, J., Biblia Comentada Jn 15,15 (Tlalnepantla – 1969) p. 142.

[7] Straubinger, J., Biblia Comentada Jn 15,16 (Tlalnepantla – 1969) p. 142.

[8] A su mamá, San Rafael, 9 de agosto de 1984. También dice hablando de la ordenación como diácono de uno de los que se ordenarían presbíteros en diciembre: “El domingo pasado se ordenó Diácono Miguel Speroni, de este Seminario, tuvimos un asado bárbaro y estaba muy contento, si Dios quiere a fin de año lo ordenan Sacerdote. Eso me hace pensar mucho en cómo pasa el tiempo, se te escapa de las manos, y hay tanto que aprender, y rezar, y hacer, en fin, hay que confiar en Dios y hacer todo lo que se puede” (A Juan, San Rafael, 21 de agosto de 1984).

[9] Fuentes, M. A., Soy capitán triunfante de mi estrella, (San Rafale-2011 A 25 años del fallecimiento de Marcelo Edición corregida y aumentada) p. 59.

[10] A su papá, Buenos Aires, 25 de mayo de 1983.

[11] Fuentes, M. A., Soy capitán triunfante de mi estrella, (San Rafale-2011 A 25 años del fallecimiento de Marcelo Edición corregida y aumentada) p. 35.

[12] Morsella, Marcelo, Soliloquio (manuscrito), 1983.

[13] Fuentes, M. A., Soy capitán triunfante de mi estrella, (San Rafale-2011 A 25 años del fallecimiento de Marcelo Edición corregida y aumentada) p. 38.

[14] Marsella, Marcelo, A Charlie, San Rafael, 26 de abril de 1984.

[15] Fuentes, M. A., Soy capitán triunfante de mi estrella, (San Rafale-2011 A 25 años del fallecimiento de Marcelo Edición corregida y aumentada) p. 79.

[16] Straubinger, J., Biblia Comentada Jn 15,16 (Tlalnepantla – 1969) p. 142.

[17] Cf. Ap. 22,13.

[18] Cf. 1 Cor 10,4.

[19] Cf. 1Cor 3,11.

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