Solemnidad de todos los Santos[1]
El punto de partida: desear ser santos
“Di a la comunidad de los hijos de Israel: “Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo” (Lv 19,2)
Introducción
Dicha conmemoración de todos los bienaventurados que para siempre gozan de Dios nos interpela a tener ¡una esperanza firme, confiante y audaz de que la santidad es posible y para todos! ¡Hombres y mujeres, niños y ancianos, laicos y consagrados, en fin, para todos! Y por tanto para nosotros también. ¿Si ellos pudieron por qué nosotros no? En realidad «la llamada a la santidad es algo perteneciente al Evangelio: Sed, pues, perfectos, como perfecto es vuestro Padre celestial (Mt 5, 48); [y por tanto, no es exclusivo de los religiosos], pues “todos los fieles deben esforzarse, según su propia condición, por llevar una vida santa, así como por incrementar la Iglesia y promover su continua santificación”[2]»[3]. Por este motivo, hoy quiero tratar sobre el deseo de santidad que tuvieron todos los santos, segundo en lo que consiste la santidad y finalmente del deseo que nosotros debemos tener de alcanzarla. Porque como dice nuestro Directorio de Vida Consagrada: «No se exige, [por tanto] que el religioso sea santo, pero sí que aspire seriamente, con una voluntad verdaderamente dispuesta a alcanzar la santidad. "Quien abrace el estado religioso no está obligado a poseer una caridad perfecta, sino a aspirar a ella y trabajar por alcanzarla"[4]. El fin es lo que da forma a lo que se realiza»[5]. Como decía Santa Teresa de Jesús [debemos tener] «una grande y muy determinada determinación de no parar hasta llegar a ella (la santidad), venga lo que viniere, suceda lo que sucediere, trabájese lo que se trabajare, murmure quien murmure, siquiera llegue allá, siquiera se muera en el camino o no tenga corazón para los trabajos que hay en él, siquiera se hunda el mundo...»[6].
1) El deseo que tuvieron todos los santos[7]
Una vez la hermana religiosa de Santo Tomás le escribió preguntándole qué cosas eran necesarias para llegar a la santidad. El santo de Aquino era ya un teólogo reconocido y, probablemente, su hermana esperaría una especie de pequeño tratado sobre la perfección –hay libros que surgieron como respuesta a una pregunta por el estilo–, pero él no le respondió con un tratado, tampoco con algunas páginas, ni siquiera con una frase, solo escribió una palabra: “¡querer!”.
“¡¡Quiero ser santo!!” Es lo que han dicho/pensado/escrito/rezado las almas que en todos los tiempos han llegado a la perfección. Siendo la santidad un llamado de Dios (el segundo llamado, luego del llamado a la vida), sólo se llega a ella respondiendo libremente a ese clamor divino; por eso es absolutísimamente imposible alcanzarla sin quererlo de verdad y con todas las fuerzas.
Tomás de Cory fue un franciscano que, luego de ser maestro de novicios, vio que en su orden se abría una rama más contemplativa. En 1684 pidió permiso y llamó a la puerta del convento con una carta personal de presentación, clara y escueta; rezumaba humildad: “Soy fray Tomás de Cori y vengo para hacerme santo”. Ahora lo llamamos, justamente por eso, “santo” Tomás de Cori[8].
En abril del 2003 San Juan Pablo II beatificó a María Cristina Brando (1856-1906), fundadora de la Congregación de las Hermanas Víctimas Expiadoras de Jesús Sacramentado, religiosa napolitana que desde su infancia repetía: “Tengo que ser santa, quiero ser santa”.
El domingo 5 de septiembre de 2004, el mismo pontífice canonizaba al médico y sacerdote catalán Pere Tarrés i Claret, apóstol de los enfermos y de los más pobres, y en la homilía decía: “Se consagró con generosa intrepidez a las tareas del ministerio, permaneciendo fiel al compromiso asumido en vísperas de la ordenación: «Un solo propósito, Señor: sacerdote santo, cueste lo que cueste»”.
“¡Quiero ser Santo!” Escribe Nando Frigeiro, joven italiano, al finalizar los Ejercicios, que han de ser los últimos de su corta, pero rica vida (vivió 23 años y murió en olor de santidad).
Con 23 años y movido por la llamada de Dios, San Gerardo Mayela pide al P. Cáfaro, misionero redentorista en su pueblo, que lo lleve con ellos. Pero no fue tan fácil… su madre lo encerró en su habitación para que no se marchase. ¿Quedarse allí con tal deseo?… Escapó por la ventana ayudado con unas sábanas y dejando escrito: “No piensen en mí; voy a hacerme santo”...
[Mi preferida] Es la anécdota –por todos conocida– que cuenta que Santa Teresa «no era más que una niña cuando arrastró a su hermano Rodrigo hacia tierra de moros con la esperanza de que los “descabezasen”[9]. Los dos fugitivos fueron encontrados por un tío suyo, que los devolvió a la casa paterna. Teresa, la más joven de los dos niños, pero jefe de la expedición, responde a sus padres inquietos, que se preguntaban por el motivo de la huida: “Me he marchado porque quiero ver a Dios, y para verle hay que morirse”. Expresión de niño que revela ya su alma (...) [¡y magnum desiderium! (gran deseo)][10]. Teresa quiere ver a Dios, y, para encontrarle, caminará hacia el heroísmo y lo desconocido»[11].
Dice nuestro Directorio de Espiritualidad: «Lo que importa es dar un paso, un paso más, siempre es el mismo paso que vuelve a comenzar»[12]. Hacia dónde? ¡Verso l´alto! –gritaría Pier Giorgio Frassati– (fue su empeño vital por llegar a lo más alto) ¡hacia la santidad! ¿Y qué es la Santidad?
2) ¿Que es la santidad?
Se pregunta Royo Marin «ahora bien, ¿en qué consiste propiamente la santidad? ¿Qué significa ser santo? ¿Cuál es su constitutivo íntimo y esencial? Son varias las fórmulas en uso para contestar a estas preguntas, pero todas coinciden en lo substancial. Las principales son tres: la santidad consiste en nuestra plena configuración con Cristo, en la unión con Dios por el amor y en la perfecta conformidad con la voluntad divina»[13]. Se trata entonces de pasos, actos y etapas concretos. Se trata de una conquista que dura toda la vida por eso escribía Marcelito: «La santidad es trabajo de toda una vida»[14].
No pensemos entonces como los moralistas modernos que se trata de una “opción fundamental” en el sentido de una opción realizada de forma no consciente o subconsciente, en lo más profundo de la persona pero que no recae sobre ningún objeto particular. Esta posición, que es a sostenida por el progresismo moral-cristiano, es inadmisible y relativiza toda la vida moral[15].
El deseo por la santidad nada tiene que ver con esa concepción teológica, sin embargo «no hay duda de que la doctrina moral cristiana, en sus mismas raíces bíblicas, reconoce la específica importancia de una elección fundamental que califica la vida moral y que compromete la libertad a nivel radical ante Dios. Se trata de la elección de la fe, de la obediencia de la fe[16], por la que “el hombre se entrega entera y libremente a Dios, y le ofrece ‘el homenaje total de su entendimiento y voluntad’”[17]. Esta fe, que actúa por la caridad[18], proviene de lo más íntimo del hombre, de su “corazón” [19], y desde aquí viene llamada a fructificar en las obras[20]»[21]. Es decir, en el entender de nuestro Padre Espiritual “opción fundamental” es el acto y actitud de la verdadera conversión. Luego, si entendemos de este modo lo que ellos llaman “opción fundamental” entonces sí análogamente podemos decir que el deseo por la santidad debe ser o es la verdadera “opción fundamental” de todo hombre y que debe reflejarse en cada acto de nuestro día a día.
¿Qué implica este deseo? Entre otras virtudes y actitudes quisiera destacar estas que son esenciales: implica humildad que significa el verdadero conocimiento de nosotros mismos, y al mismo tiempo implica magnanimidad, porque no es poca cosa “querer ver a Dios” y para verlo hay que morir, y por eso también implica fortaleza y perseverancia, pues quien persevere hasta el final se salvará dice nuestro Señor[22]. En definitiva, implica el deseo de negarse a sí mismo, cargar con la Cruz y seguir a Jesucristo[23] así lo expresa nuestro derecho propio: «Esta es la idea: sacrificarse»[24] y «en una palabra, “ni Jesús sin la Cruz, ni la Cruz sin Jesús”[25]»[26].
3) El deseo que todos nosotros debemos tener
“¡Quiero ser Santo!” fue la convicción vital, el magnum desiderium (gran deseo) de todos los que hoy están en los altares pero que también debe ser el de todo aquel que tenga la eficaz pretensión de alcanzar la eterna felicidad. Por tanto, en tercer lugar, tratemos cómo debe darse esto en nosotros.
«“¡Quiero ver a Dios!”, exclamó Teresa; no se trata de un deseo pasajero, el suspiro de un momento de fervor, es la aspiración de toda su alma, la pasión de toda su vida, que impulsa todas sus actitudes espirituales –afirma el Beato María Eugenio del Niño Jesús–»[27]. Cabe aclar que no se trata de un voluntarismo, aunque siempre será verdad lo que dice San Agustín «El que te creó sin ti no te salvará sin tí»[28] y por otro lado lo que afirma la sana Teología al que hace lo que está de su parte Dios no le niega su gracia[29]. Sería un grave error, es decir una herejía. Ya lo decía Marcelo J. Morsella el único error sería confiar en nosotros mismos, escribe el Capitán Triunfante: «“Si por mis propias fuerzas humanas fuera, yo no haría ni media cuadra. El error sería para mí confiarme de mi fortaleza, porque además sé que, por experiencia, por ese lado no va la cosa”[30]»[31].
Sin embargo, jamás debemos desanimarnos, muy por el contrario, este deseo deber ser firme a pesar de vernos tan distintos de los santos; escribía Santa Teresita a su priora: “Usted, Madre, sabe bien que yo siempre he deseado ser santa. Pero, ¡ay!, cuando me comparo con los santos, siempre constato que entre ellos y yo existe la misma diferencia que entre una montaña cuya cumbre se pierde en el cielo y el oscuro grano que los caminantes pisan al andar. Pero en vez de desanimarme, me he dicho a mí misma: Dios no puede inspirar deseos irrealizables”[32]. En la misma línea el beato José Allamano, Fundador de los Misioneros y de las Misioneras de la Consolata, en sus predicaciones, una y otra vez insistía en la importancia del “quiero” sincero y decidido: “Al Señor no le gusta esta poquedad de fe. Nos quiere confiados y decididos en decir: “Lo quiero”[33]. Es el “magis ignaciano”, ese buscar siempre “lo que más” a lo que el santo de Loyola nos impele en los Ejercicios Espirituales y se concretiza puntualmente en el deseo de santidad. Así lo entendió Marcelo J., «quien escribía en sus propósitos: “Con gran generosidad para dar a Dios todo lo que me pide. MÁS, SIEMPRE MÁS”»[34] y así lo debemos entender nosotros.
Por otra parte en razón de nuestra doble vocación: religiosa y sacerdotal debemos incansablemente alimentar este deseo, tal vez por este motivo en el rito de la profesión de los votos reza el Pontifical –más propiamente en la Oración de Consagración de los profesos–, «Mira ahora Padre, estos vuestros hijos que en vuestra providencia los llamaste e infúndeles el Espíritu de Santidad»[35] y también en la Oración Consecratoria (forma del sacramento) del Rito de Ordenación en su parte central: «Te pedimos, Padre Todopoderoso que instituyas a estos vuestros siervos en la dignidad de (…); renueva en sus corazones el Espíritu de santidad...»[36].
Por fin nuestro código de vida no vacila exhortándonos con graves palabras a buscar la Santidad, dice: «De modo tal que estemos firmemente resueltos a alcanzar la santidad. Un religioso que no esté dispuesto a pasar por la segunda y la tercera conversión, o que no haga nada en concreto para lograrlo, aunque esté con el cuerpo con nosotros no pertenece a nuestra familia espiritual»[37]. Y en el documento de Vida Consagrada: «Un religioso que no esté decidido a alcanzar la perfección y se esfuerce realmente a ello, es un religioso frustrado; su vida ha perdido todo sabor y entusiasmo; se le pueden aplicar con todo derecho las palabras de Nuestro Señor: Vosotros sois la sal de la tierra. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada... (Mt 5, 13)»[38].
Conclusión
Dice nuestro Directorio de Noviciado: «No puede ser novicio quien no manifieste un verdadero deseo de santidad o perfección»[39] «porque a la vida religiosa, estado de perfección, no se ingresa perfecto, sino para alcanzar la santidad»[40]. Así que «el temor de algunos de no llegar a la perfección entrando en la vida religiosa es irracional y refutado por el ejemplo de tantos otros. A estos decimos con San Agustín: “confías en ti mismo y por eso dudas. ¡Arrójate en Su seno! No temas que se aparte y caigas. Arrójate seguro; El te recibirá y te sanará”[41]»[42].
Escribía San Juan Pablo Magno: «María es signo luminoso y ejemplo preclaro de vida moral: “su vida es enseñanza para todos” –citando a san Ambrosio[43]–»[44]. Ella es Modelo y Molde de la Santidad Encarnada y por tanto nos enseña la sabiduría de la vida: salvar nuestra alma, ser santos. Ella es “Sede de la Sabiduría” y la «Sabiduría es Jesucristo mismo, el Verbo eterno de Dios, que revela y cumple perfectamente la voluntad del Padre[45]. [Por ello] María invita a todo ser humano a acoger esta Sabiduría. También nos dirige la orden dada a los sirvientes en Caná de Galilea durante el banquete de bodas: “Haced lo que él os diga” (Jn 2, 5)»[46] que es como decir: ‘sean santos’ ya que en definitiva como decía Léon Bloy: «La única tristeza en esta vida es la de no ser santos[47]», que la Reina y Madre de todos ellos nos libre de “esa tristeza” que puede frustrar nuestra existencia terrena y por tanto nuestra eternidad. “Porque está escrito: Seréis santos, porque yo soy santo” (1Pe 1,16).
[1] El origen de esta Solemnidad se remonta a la persecución de los cristianos por el emperador Diocleciano (244-311+), hubo tantas muertes que no se podían conmemorar todas una por una ni santo por santo; tras lo cual surgió la necesidad de organizar una fiesta común que pudiera rememorar a todos. Habría de esperar hasta principios del siglo VII para que todo ello tuviera lugar. Bonifacio III fue quien consiguió del emperador Focas un edicto por el cual concedió al patriarca de Constantinopla el título de “patriarca ecuménico” y reconociendo a Roma como cabeza de todas las Iglesias, no obstante en la disputa, Bonifacio III murió (12 de noviembre del año 607) a los nueve meses de pontificado, tras lo cual el 15 de agosto del 608 fue consagrado obispo de Roma un monje benedictino originario de los Abruzos, con el nombre de Bonifacio IV.
Con motivo de su elevación al solio pontificio, recibió un presente importante: el emperador Focas le regaló el Panteón (templo de planta circular, coronado por una impresionante cúpula construido en el año 27 antes de Jesucristo por Agripa en honor de todos los dioses). Bonifacio decidió al punto convertirlo en iglesia y, en el año 609, consagró el edificio a “Santa María de los Mártires”, en memoria de todos los que habían derramado su sangre por dar testimonio del único Dios. Se instituyó entonces la fiesta de Todos los Santos.
[3] Directorio de Vida Consagrada, 22.
[4] S. Th., II-II, 186, 1, ad 3.
[5] Directorio de Vida Consagrada, 25.
[6] Santa Teresa de Jesús, Camino de Perfección, cap. 21, n. 2.
[7] Sigo libremente en este punto el precioso artículo “Quiero ser santo” del P. Gustavo Lombardo, IVE. Cf. http://verbo.ive.org/quiero-ser-santo/
[8] Canonizado por Juan Pablo II el 21 de noviembre de 1999.
[9] Vida 1, 5.
[10] Se puede comparar esta expresión de Teresa, a los siete años, con la pregunta hecha insistentemente por el joven Tomás de Aquino a los monjes de Monte Casino: «Qué es Dios?»
Estas dos almas infantiles tienden a Dios, pero la diferencia en sus deseos señala ya la diferencia de sus caminos, convergentes a pesar de todo: Tomás de Aquino quiere saber, qué es Dios, y pasará la vida, estudiando bajo la luz de la fe y de la razón: será el príncipe de la teología dogmática. Teresa quiere «ver» a Dios, comprenderle con todo el poder de captación, aunque sea en oscuridad, para unirse a él: será la maestra de los caminos interiores que conducen a la unión transformante.
[11] Beato María Eugenio del Niño Jesús, Quiero ver a Dios (Madrid - 20024) pp. 31-32.
[12] Directorio de Espiritualidad, 42.
[13] Royo Marin, A., Teología de la Perfección Cristiana (Madrid - 19624) p. 48.
[14] A Bert, San Rafael, 27 de agosto de 1984.
[15] Cf. Fuentes, M. Á., La búsqueda del bien, Principios morales para tiempos de confusión (San Rafael - 2017) pp. 505-510.
Sobre ellos dice San Juan Pablo II: «Según estos autores, la función clave en la vida moral habría que atribuirla a una opción fundamental, actuada por aquella libertad fundamental mediante la cual la persona decide globalmente sobre sí misma, no a través de una elección determinada y consciente a nivel reflejo, sino en forma transcendental y atemática. Los actos particulares derivados de esta opción constituirían solamente unas tentativas parciales y nunca resolutivas para expresarla, serían solamente signos o síntomas de ella (…) El resultado al que se llega es el de reservar la calificación propiamente moral de la persona a la opción fundamental, sustrayéndola —o atenuándola— a la elección de los actos particulares y de los comportamientos concretos» Veritatis Splendor, 65.
[16] Cf. Rm 16, 26.
[17] Conc. Ecum. Vat. II, Const.dogm. sobre la divina revelación Dei Verbum, 5; cf. Conc. Ecum. Vat. I, Const. dogm. sobre la fe católica Dei Filius, cap. 3: DS, 3008.
[18] Cf. Gl 5, 6.
[19] Cf. Rm 10, 10.
[20] Cf. Mt 12, 33-35; Lc 6, 43-45; Rm 8, 5-8; Gl 5, 22.
[21] Veritatis Splendor, 66.
[22] Cf. Mt 24,13 “El que persevere hasta el final se salvará”.
[23] Cf. Mt 16,24 “Entonces dijo a los discípulos: ‘Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga’”.
[24] Directorio de Espiritualidad, 146.
[25] San Luis María Grignion de Montfort, El amor de la Sabiduría Eterna, cap. XIV, 1.
[26] Directorio de Espiritualidad, 144.
[27] Beato María Eugenio del Niño Jesús, Quiero ver a Dios (Madrid - 20024) pp. 177-178.
[28] San Agustín, Serm. 169,11,13: PL 38,923.
[29] Cf. San Agustín, Serm.169,11. PL: 38, 923.
[30] A su papá, Buenos Aires, 25 de mayo de 1983.
[31] Fuentes, M. A., Soy capitán triunfante de mi estrella, (San Rafale-2011 A 25 años del fallecimiento de Marcelo Edición corregida y aumentada) p. 35.
[32] Manuescritos autobiográficos, cap. X.
[33] Textos tomados de La vida espiritual, según las conversaciones ascéticas del (entonces) ‘siervo de Dios’ José Alammano.
[34] Buela, C. M., Servidoras I (Segni-Roma - 20042) p. 247.
[35] Pontifical Romano, 67.
[36] Pontifical Romano, 131.
[37] Directorio de Espiritualidad. 42.
[38] Directorio de Vida Consagrada, 25.
[39] Directorio de Noviciado, 33.
[40] Directorio de Noviciado, 71.
[41] Cf. Santo Tomás de Aquino, Contra la pestilencial doctrina, 89.
[42] Directorio de Vocaciones, 31.
[43] De Virginibus, lib. II, cap. II, 15: PL 16, 222.
[44] Veritatis Splendor, 120.
[45] Cf. Hb 10, 5-10.
[46] Veritatis Splendor, 120.
[47] Léon Bloy, La mujer pobre.
‘La Profesión de los votos como el combate final’
«Hijo, si te acercas a servir al Señor, | prepárate para la prueba» (Sir 2,1)
«Me ceñiste de valor para la lucha» (Sl 18, 39)
«Nosotros tenemos que ser “comandos eclesiales”» P. Buela
La profesión perpetua de los consejos evangélicos de estos cuatro hermanos nuestros expresa la entrega total de sus vidas al servicio de Dios, en lo cual está la perfección del hombre, y consiste principalmente en el cumplimiento de los tres votos de castidad, pobreza y obediencia, impulsados por la caridad[2]. De ahora en más serán sagrados, con-sagrados, destinado al culto divino y propiedad de Dios[3], no del mundo, lo afirma contundentemente Nuestro Señor: “Si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya, pero como no sois del mundo, sino que yo os he escogido sacándoos del mundo, por eso el mundo os odia” (Jn 15,19)[4]. ‘El mundo’ nos odia porque ustedes se comprometen a vivir el ‘radicalismo evangélico’. «El radicalismo del seguimiento de Jesús; el radicalismo de la no-pretensión; El radicalismo de la no-posesión; El radicalismo del amor»[5]. Decía el P. Buela: «Los votos que [hoy] harán muchos miembros de nuestra Familia Religiosa son una señal de que queremos vivir estos radicalismos. Allí está el secreto de lo que estamos viviendo en estos tiempos fundacionales»[6]. Se trata por tanto de trabar un decidido combate contra los enemigos del alma: el demonio, el mundo y la carne. En este sentido la Profesión de los votos perpetuos son como el combate final o definitivo de la vida de todo religioso, y sobre esto trataremos en esta ocasión.
Sabemos que «el santo Bautismo es el fundamento de toda la vida cristiana, el pórtico de la vida en el espíritu (vitae spiritualis ianua) y la puerta que abre el acceso a los otros sacramentos. [Además] por el Bautismo somos liberados del pecado y regenerados como hijos de Dios, llegamos a ser miembros de Cristo y somos incorporados a la Iglesia y hechos partícipes de su misión[7]: Baptismus est sacramentum regenerationis per aquam in verbo (“El bautismo es el sacramento del nuevo nacimiento por el agua y la palabra”: Catecismo Romano 2,2,5)»[8].
Por su parte, la vida religiosa es como un nuevo Bautismo, en realidad para ser más exactos «extrae de la gracia bautismal su fruto más copioso, pues el religioso se libera así de los impedimentos que podrían apartarlo del fervor de la caridad y de la perfección del culto divino, consagrándose más íntimamente al servicio de Dios[9]. [Por tanto] la consagración con los tres votos hunde sus raíces en la consagración bautismal, de la cual es la expresión más perfecta, pues quien así se entrega a Dios lleva a su máxima perfección las exigencias bautismales: con Él hemos sido sepultados por el bautismo para participar en su muerte (Rm 6,4)»[10].
Entonces, de ahora en más el fundamento de sus vidas será este ‘nuevo Bautismo’, que es una ‘hidalguía mejor’. Hoy como ayer es muy oportuno recordar lo que argumentó el Rebelde San Roberto a su padre Teodorico cuando le dijo que no sería armado caballero para el siglo sino para Dios y que por tanto quería ingresar al monasterio porque descubrió una ‘hidalguía mejor’. Dejemos que el mismo Raymond nos narre la escena siguiente: «Teodorico se volvió y, colocando la mano en el hombro de su hijo, le dijo con dulzura: —Hijo mío, tu madre me ha convencido y, tú, también. Por último, me doy por vencido. Puedes ir a Saint Pierre y puedes ir este año. —Roberto trató de interrumpirle—. Pero, hijo mío —continuó el padre, con diferente tono—. ¡Si vas, quédate! ¡Si vas a ser monje, sé un verdadero monje! Sé firme. Sé sincero. Inspira siempre confianza. ¡Dices que quieres ser caballero de Dios; entonces sélo!
Puso su otra mano en el hombro de Roberto y lo hizo girar para mirarlo de frente. —Hijo mío, considera tu entrada en la vida religiosa como si desenvainaras tu espada por la causa de Dios. —Hubo una pausa. Luego, con más solemnidad y fiereza—: Roberto de Troyes, hijo de mi corazón, yo te ordeno: ¡Nunca envaines esta espada! ¿Oyes? ¡Nunca envaines esta espada! —Y Teodorico subrayó cada palabra con un fuerte sacudón en los hombros de su hijo. Después de echarle una profunda y ardiente mirada, preguntó con más calma—: ¿Entiendes, muchacho?
—Entiendo, señor —respondió Roberto asombrado de lo difícil que le resultaba hablar»[11].
En este glorioso día cuatro de los nuestros desenvainaron sus espadas para siempre y fueron armados caballeros de Cristo, y delante de tales hechos no podemos sino repetirles a cada uno en particular las palabras del Heraldo de Jesucristo: “Combate el buen combate de la fe, conquista la vida eterna, a la que fuiste llamado y que tú profesaste noblemente delante de muchos testigos” (1Tim 6,12)
En segundo lugar, así como por el bautismo somos incorporados a Cristo y su Iglesia, que es su cuerpo también por este ‘segundo bautismo’ somos incorporados a “este nuevo cuerpo que es el IVE”, incorporados a sus filas y a su combate, en otras palabras, se tornaron soldados, y no simples sodados sino lo que hoy conocemos y llamamos como un ‘comando’. Justamente eso -dice el Padre Buela- «es una de las tres características que pensaba yo que debían tener nuestros religiosos» y lo declaraba firmemente: «nosotros tenemos que ser “comandos eclesiales[12]”».
De hecho, en el Bautismos somos ungidos con «la unción con el santo crisma, óleo perfumado y consagrado por el obispo, significa el don del Espíritu Santo al nuevo bautizado. Ha llegado a ser un cristiano, es decir, “ungido” por el Espíritu Santo, incorporado a Cristo, que es ungido sacerdote, profeta y rey (cf. Ritual del Bautismo de niños, 62)»[13]. Pero además dice el Catecismo: «la unción, en el simbolismo bíblico y antiguo, posee numerosas significaciones: el aceite es signo de abundancia (cf Dt 11,14, etc.) y de alegría (cf Sal 23,5; 104,15); purifica (unción antes y después del baño) y da agilidad (la unción de los atletas y de los luchadores); es signo de curación, pues suaviza las contusiones y las heridas (cf Is 1,6; Lc 10,34) y el ungido irradia belleza, santidad y fuerza»[14]. La unción designa e imprime: el sello espiritual, así también de manera semejante hoy ustedes con la profesión de sus votos perpetuos y con la consiguiente firma sobre el altar ratificaron aquella unción (del Bautismo) una vez más para siempre. De hecho, en el rito de la profesión fueron nuevamente ungidos por el Espíritu Santo con la Oración de Consagración de los profesos y fueron ungidos para combatir el buen combate[15], es decir conquistar la santidad, reza la oración del Pontifical «Mira ahora Padre, estos vuestros hijos que en vuestra providencia los llamaste e infúndeles el Espíritu de Santidad»[16].
De modo tal modo deben estar firmemente resueltos a alcanzar la santidad que, de lo contrario, aunque estén con el cuerpo con nosotros no pertenecerán a nuestra familia espiritual. [Por eso deben] tener “una grande y muy determinada determinación de no parar hasta llegar a ella (la santidad), venga lo que viniere, suceda lo que sucediere, trabájese lo que se trabajare, murmure quien murmure, siquiera llegue allá, siquiera se muera en el camino o no tenga corazón para los trabajos que hay en él, siquiera se hunda el mundo...”[17]. ‘Lo que importa es dar un paso, un paso más, siempre es el mismo paso que vuelve a comenzar’[18]. Eso es ser un ‘comando’, «eso es tener espíritu de príncipe[19], es orientar el alma a actos grandes... es preocuparse de las cosas grandes... es realizar obras grandes en toda virtud. Es ser noble. Y ¿Qué es ser noble? ...Eso se siente y no se dice. Es un hombre de corazón. Es un hombre que tiene algo para sí y para otros. Son los nacidos para mandar. Son los capaces de castigarse y castigar. Son los que en su conducta han puesto estilo. Son lo que no piden libertad sino jerarquía. Son los que se ponen leyes y las cumplen... Son los que sienten el honor como la vida. Los que por poseerse pueden darse. Son los que saben en cada instante las cosas por las cuales se debe morir. Los capaces de dar cosas que nadie obliga y abstenerse de cosas que nadie prohíbe. Son los que se tienen siempre por principiantes: tengámonos siempre por principiantes, sin cesar de aspirar nunca a una vida más santa y más perfecta, sin detenernos nunca»[20].
Hoy nos parece estar nuevamente en la Roma Aeterna y ver a cuatro gladiatores ingresar no ya a la arena del Anfiteatrum Flavium (Coliseo) ni tampoco ante el Imperator sino ante la Majestad Divina del Padre, el Trono del Cordero y la Munificencia del Espíritu Santo, en fin, delante de la Corte Celeste y pronunciar el mayor acto de libertad, la entrega total de sí mismos: morituri te salutant (los que van a morir te saludan) decían los gladiadores paganos mientras que los de Cristo y del IVE entonan: «Yo N.N., libremente, hago a Dios oblación de todo mi ser»[21]. Realmente “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”[22].
Hoy también cada uno de los recién armados ‘Caballeros de Cristo’ pueden hacer suyas las palabras del Rey David: “Dios me ciñe de valor | y me enseña un camino perfecto;
él me da pies de ciervo, | y me coloca en las alturas;
él adiestra mis manos para la guerra, | y mis brazos para tensar la ballesta.
Me dejaste tu escudo protector, | tu diestra me sostuvo, | multiplicaste tus cuidados conmigo.
Ensanchaste el camino a mis pasos, | y no flaquearon mis tobillos.
Yo perseguía al enemigo hasta alcanzarlo, | y no me volvía sin haberlo aniquilado:
los derroté, y no pudieron rehacerse, | cayeron bajo mis pies.”
Me ceñiste de valor para la lucha, | doblegaste a los que me resistían.
Hiciste volver la espalda a mis enemigos, | rechazaste a mis adversarios”[23].
Suyas deberán ser esas palabras y deberán recordarlas a lo largo de sus vidas que es como un único combate, pues “¿No es acaso milicia la vida del hombre sobre la tierra?[24]”. De ahí que el Eclesiástico diga: “Hijo, si te acercas a servir al Señor, | prepárate para la prueba. Endereza tu corazón, mantente firme | y no te angusties en tiempo de adversidad. Pégate a él y no te separes, | para que al final seas enaltecido. Todo lo que te sobrevenga, acéptalo, | y sé paciente en la adversidad y en la humillación. Porque en el fuego se prueba el oro, | y los que agradan a Dios en el horno de la humillación. | En las enfermedades y en la pobreza pon tu confianza en él. Confía en él y él te ayudará, | endereza tus caminos y espera en él”[25].
Una vez más es oportuna la exhortación del Apóstol: “Por lo demás, buscad vuestra fuerza en el Señor y en su invencible poder. Poneos las armas de Dios, para poder afrontar las asechanzas del diablo, porque nuestra lucha no es contra hombres de carne y hueso sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo de tinieblas, contra los espíritus malignos del aire. Por eso, tomad las armas de Dios para poder resistir en el día malo y manteneros firmes después de haber superado todas las pruebas. Estad firmes; ceñid la cintura con la verdad, y revestid la coraza de la justicia; calzad los pies con la prontitud para el evangelio de la paz. Embrazad el escudo de la fe, donde se apagarán las flechas incendiarias del maligno. Poneos el casco de la salvación y empuñad la espada del Espíritu que es la palabra de Dios. Siempre en oración y súplica, orad en toda ocasión en el Espíritu, velando juntos con constancia, y suplicando por todos los santos”[26].
Jesucristo, Rex Regnum parece decirles: “Tú, en cambio, hombre de Dios, huye de estas cosas. Busca la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre. Combate el buen combate de la fe, conquista la vida eterna, a la que fuiste llamado y que tú profesaste noblemente delante de muchos testigos. Delante de Dios, que da vida a todas las cosas, y de Cristo Jesús, que proclamó tan noble profesión de fe ante Poncio Pilato, te ordeno que guardes el mandamiento sin mancha ni reproche hasta la manifestación de nuestro Señor Jesucristo, que, en el tiempo apropiado, mostrará el bienaventurado y único Soberano, Rey de los reyes y Señor de los señores, el único que posee la inmortalidad, que habita una luz inaccesible, a quien ningún hombre ha visto ni puede ver. A él honor y poder eterno. Amén”[27].
Queridos neo-profesos perpetuos entiendan como lo hicieron los grandes varones del Sumo y Eterno Capitán, que nunca jamás se debe envainar la espada desenvainada por Dios sólo y su causa, así lo hicieron San Roberto, San Ignacio (al fundar la Compañía de Jesús) y el P. Buela al pedirnos que seamos ‘comandos eclesiales’. Que nuestra Señora de Luján, Reina “de los celestiales y de los mortales”[28], Capitana y Generala de quien indignamente nos honramos de ser sus esclavos de amor in aeternum los acompañe, proteja y reine “con maternal corazón”[29] hasta llevar a cabo lo que su Divino Hijo hoy ha comenzado[30]. Que vuestro último canto sea:
“Virgen María, Reina del Cielo,
Dulce Consuelo dígnate dar,
cuando en la lucha tu fiel soldado
caiga abrazado con su ideal.
¿Y qué ideal? Por Tí mi Reina, la sangre dar”[31].
[1] Con motivo de los Votos Perpetuos de los seminaristas: Jonas Magno de Oliveira, Paulo Henrique Klein Colombiano, Rodrigo Soares Maia y Valdinei Oliveira Santos, el día 12 de octubre de 2019, Solemnidad de Nuestra Señora Aparecida. San Pablo - Brasil.
[2] Cf. Constituciones, 48.
[3] Cf. Constituciones, 52.
[4] Sg 4,4 “¿no sabéis que la amistad con el mundo es enemistad con Dios? Por tanto, si alguno quiere ser amigo del mundo, se constituye en enemigo de Dios”.
[5] Buela, C. M., Servidoras I (Segni - 2007) 261.
[6] Buela, C. M., Servidoras I (Segni - 2007) 266.
[7] Cf. Concilio de Florencia: DS 1314; CIC, can 204,1; 849; CCEO 675,1.
[8] Catecismo de la Iglesia Católica, 1213.
[9] Cf. Lumen Gentium, 44.
[10] Constituciones, 49.
[11] Raymond, M., Tres Monjes Rebeldes.
[12] Éste es el título de unas Buenas Noches publicada en el boletín Ave María, en el número 3, en el mes de abril de 1989. En la misma, el P. Carlos Miguel Buela se refirió a las características que deben tener los religiosos del Instituto del Verbo Encarnado.
[13] Catecismo de la Iglesia Católica, 1241.
[14] Catecismo de la Iglesia Católica, 1293.
[15] Cf. 1Tim 6,12.
[16] Pontifical Romano, 67.
[17] Santa Teresa de Jesús, Camino de Perfección, cap. 21, n. 2.
[18] Directorio de Espiritualidad, 42.
[19] Cf. Sal 50,14, en la versión de la Vulgata.
[20] Directorio de Espiritualidad, 41.
[21] Constituciones, 256. Parte de la fórmula de la profesión de los votos.
[22] Jn 15,13.
[23] Sl 18, 32-40.
[24] Jo 7,1.
[25] Sir 2,1-6.
[26] Ef 6,10-18.
[27] 1Tim 6,11-16.
[28] Ad Caeli Reginam, 22.
[29] Ad Caeli Reginam, 1.
[30] Cf. Fl 1,6 “Firmemente convencido de que, quien inició en vosotros la buena obra, la irá consumando hasta el Día de Cristo Jesús”.
[31] Himno «Jesús ya sabes», cantado por el seminario mártir de Barbastro al entregar sus vidas como testimonio de su fe en Cristo en Barbastro, España el 12 de agosto de 1936.
San Jerónimo
(Estridón 347- 30 de septiembre de 420 Belén)
“Doctor eminente en la interpretación de las sagradas Escrituras”. Benedicto XV
No debemos leer la sagrada Escritura como una palabra del pasado, sino como palabra de Dios que se dirige también a nosotros, y tratar de entender lo que nos quiere decir el Señor. Pero, para no caer en el individualismo, debemos tener presente que la palabra de Dios se nos da precisamente para construir comunión, para unirnos en la verdad a lo largo de nuestro camino hacia Dios. Por tanto, aun siendo siempre una palabra personal, es también una palabra que construye a la comunidad, que construye a la Iglesia.
Así pues, debemos leerla en comunión con la Iglesia viva. El lugar privilegiado de la lectura y de la escucha de la palabra de Dios es la liturgia, en la que, celebrando la Palabra y haciendo presente en el sacramento el Cuerpo de Cristo, actualizamos la Palabra en nuestra vida y la hacemos presente entre nosotros.
No debemos olvidar nunca que la palabra de Dios trasciende los tiempos. Las opiniones humanas vienen y van. Lo que hoy es modernísimo, mañana será viejísimo. La palabra de Dios, por el contrario, es palabra de vida eterna, lleva en sí la eternidad, lo que vale para siempre. Por tanto, al llevar en nosotros la palabra de Dios, llevamos la vida eterna.
[Concluía el Papa emérito] con unas palabras que san Jerónimo dirigió a san Paulino de Nola. En ellas, el gran exegeta expresa precisamente esta realidad, es decir, que en la palabra de Dios recibimos la eternidad, la vida eterna. Dice san Jerónimo: “Tratemos de aprender en la tierra las verdades cuya consistencia permanecerá también en el cielo” (Ep 53, 10)»[1].
Así como desde el 1985 hasta ahora se impartía aquí la formación espiritual, disciplinar y pastoral, de ahora en más, también daremos aquí la formación intelectual.
Que el alma de toda formación intelectual sea la Palabra de Dios[5]:
Asimismo, nombramos primer rector del Seminario Religioso al Pbro.
Licenciado José María Corbelle.
Que este Seminario dé muchos frutos para la gloria de Dios solo. Y de su Madre.
Villa de Luján, 16 de abril de 1990. P. Buela
Con posteridad, con el voto favorable de la mayoría de los padres y seminaristas decidimos llamar a esta obra: Seminario “María Madre del Verbo Encarnado”. P. Buela»[7].
En tercer lugar, dicha convicción se ve reflejada, afirmada y transmitida contundentemente por el Padre en nuestro derecho propio al afirmar: «La Sagrada Escritura debe ser el alma de nuestra alma, de nuestra espiritualidad, teología, predicación, catequesis y pastoral. Debería poder decirse de nosotros lo que decía San Jerónimo de una persona conocida suya: “A través de la diaria lectura y meditación de la Escritura, ha hecho de su corazón una biblioteca de Cristo”[8], pues para nosotros “la Palabra de Dios no representa menos que el Cuerpo de Cristo”[9]»[10]. Luego podríamos hacer nuestras las palabras del Apóstol “Ellas -Sagradas Escrituras y Derecho Propio- pueden darte la sabiduría que conduce a la salvación”[11].
III. Finalmente, «el magisterio de la Iglesia en el último Concilio Ecuménico incita: “De igual forma el Santo Concilio exhorta con vehemencia a todos los cristianos en particular a los religiosos, a que aprendan ‘el sublime conocimiento de Jesucristo’, con la lectura frecuente de las divinas Escrituras”[12].
Por su parte, Pablo VI afirma en Perfectae Caritatis: “En primer lugar, manejen cotidianamente la Sagrada Escritura para adquirir en la lectura y meditación de los sagrados Libros ‘el sublime conocimiento de Cristo Jesús’ (Fil 3,8)”[13]. Y Benedicto XVI en su exhortación apostólica postsinodal Verbum Domini: “También hoy, las formas antiguas y nuevas de especial consagración están llamadas a ser verdaderas escuelas de vida espiritual, en las que se leen las Escrituras según el Espíritu Santo en la Iglesia, de manera que todo el Pueblo de Dios pueda beneficiarse. El Sínodo, por tanto, recomienda que nunca falte en las comunidades de vida consagrada una formación sólida para la lectura creyente de la Biblia[14]”[15]. Fieles a la Tradición y Magisterio, nuestra minúscula, incipiente y querida familia religiosa encarnó en sus Constituciones como en nuestros Directorios el apremiante apelo de la Santa Madre Iglesia»[16].
Según lo dicho antes, quisiera concluir con las palabras de nuestro padre espiritual San Juan Pablo II Magno: «Que la virgen María os sirva de modelo no sólo por su docilidad generosa a la palabra de Dios, sino también, en primer lugar, por su modo de recibir todo lo que se le dijo. San Lucas nos refiere que María meditaba en su corazón las palabras divinas y los acontecimientos que se producían, «symballousa en te kardia autes» (Lc. 2, 19). Por su aceptación de la palabra, es modelo y madre de los discípulos (cf. Jn. 19, 27). Así pues, que ella os enseñe a aceptar plenamente la palabra de Dios en la investigación intelectual y en toda vuestra vida»[17].
[1] Benedicto XVI, Audiencia General, Miércoles 7 de noviembre de 2007.
[2] Cf. http://www.padrebuela.org/el-verbo-y-la-biblia/.
[3] Der Fels (Resensburg 1975) 175; cit. en AAVV, La quimera del progresismo, CCC (Buenos Aires 1981) 37.
[4] Buela, C. M., Servidoras II (San Rafael-Mendoza - 2004) pp. 402-403.
[5] Cf. Dei Verbum, 24.
[6] Cf. Optatam Totius, 16; Gravissimus Educationis, 10.
[7] El acta original se encuentra hoy en la Villa de Luján en la casa llamada S. Bernabé en el cuarto del provincial.
[8] San Jerónimo, Ep. ad Heliodorum, LX, 10.
[9] San Agustín, Serm. suppos. 300, citado por Santo Tomás de Aquino, S. Th. II-II, 96, 4, objeción 3.
[10] Directorio de Espiritualidad, 239.
[11] 2Tim 3,15.
[12] Dei Verbum, 25.
[13] Perfectae Caritatis, 6.
[14] Cf. Propositio, 24.
[15] Verbum Domini, 83.
[16] Cf. Paredes, T. A., El lugar de la Sagrada Escritura en nuestro derecho propio. http://biblia.verboencarnado.net/2017/08/23/lugar-la-sagrada-escritura-derecho-propio/
http://vidareligiosa.org/vidareligiosa/index.php/categorias/vida-religiosa-y-biblia.
[17] Este discurso fue pronunciado la mañana del viernes 23 de abril de 1993, durante una audiencia conmemorativa de los cien años de la encíclica «Providentissimus Deus» de León XIII y de los cincuenta años de la encíclica «Divino afflante Spiritu» de Pío XII, ambas dedicadas a los estudios bíblicos. El discurso puede verse en La interpretación de la Biblia en la Iglesia, San Pablo, Buenos Aires, 1993, 127 pp.; o en L’Osservatore Romano, 30 de abril de 1993, pp 5 y 6. El discurso fue pronunciado en francés.
Introducción
El P. Buela el domingo 5 de mayo de 1998, Domingo del Buen Pastor predicó una hermosa homilía a los seminaristas titulada: “El seminario es la Misa”. Se preguntaba en aquella ocasión: «¿Quiénes son los principales formadores de los sacerdotes? Son el Padre, y el Hijo, y el Espíritu Santo. ¿Cuál es la cátedra desde la que enseña la Santísima Trinidad? Su cátedra diaria es la santa Misa. Quiero expresar la idea con una frase rotunda y que golpee: El Seminario es la Misa y nada más»[1].
Según el Catecismo, la Santa Misa es sacrificio en un sentido propio y singular, “nuevo” respecto a los sacrificios de las religiones naturales y a los sacrificios rituales del Antiguo Testamento: es sacrificio porque la Santa Misa re-presenta (= hace presente), en el hoy de la celebración litúrgica de la Iglesia, el único sacrificio de nuestra redención, el sacrificio de la Pascua del Señor, porque es su memorial y aplica su fruto[2].
Entonces si la Santa Misa es Sacrificio, lo es también el seminario. ¡Es sacrificio como la Santa Misa es el verdadero y autentico sacrificio de Cristo en la cruz por nuestros pecados! De ahí que todos los días los seminaristas deben trabajar, rezar, estudiar para la mayor gloria de Dios, para ofrecerse a sí mismos, morir a sí mismos, para la salvación de las almas.
El seminario es la Misa (= sacrificio) porque ahora comienza el sacrificio, ahora el momento de decir el “Sí” a Dios como María Santísima para dar frutos de vida eterna y salvación de las almas. En una idea: ¡sacrificarse![3].
Dice el Padre refiriéndose a una servidora[4] que entendió que el Seminario (Estudiantado) es la Misa, o sea sacrificio: «¡Muere en acto de servicio, muere como misionera, es decir, como la persona que se hace vocero de Cristo para llevar la luz de Cristo y la santidad de Cristo a los hermanos!»[5] Es la paradoja evangélica, encontró la vida verdadera muriendo, no me refiero a la muerte física que fue el acto definitivo, sino al cumplimiento de la voluntad de Dios, que muchas veces es morir, allí encontró la vida y la vida verdadera. Dice Pemán (lo coloca en boca del Cardenal Cisneros):
«El que no sabe morir
mientras vive es vano y loco;
morir cada hora su poco
es el modo de vivir
(…) igual que el sol hay que ser
que con su llama encendida,
va acabando y renaciendo,
de tantas muertes tejiendo
la corona de su vida
por eso busco el sufrir,
para como el sol decir
que de la muerte recibo
nueva vida, y que si vivo,
vivo de tanto morir»[6].
La Santísima Trinidad es la que nos hace crecer en la Misa en la fe, la esperanza y la caridad. Es el misterio de la fe, prenda de nuestra futura resurrección y vínculo de caridad, con Dios y con todos los hermanos.
«Podemos apropiar al Padre el hacernos crecer en confianza, el abandonarnos a su Providencia que nos da el pan de cada día, la fidelidad a sus designios, el asombro ante la creación continua de quien dice siempre: “Hagámoslo de nuevo” como se ve en la Misa.
Al Hijo podemos atribuir el enseñarnos en la Misa a sacrificarnos por los otros, a servirlos como hizo Él en el Cenáculo, a entregarnos hasta morir como el grano de trigo, a anonadarnos como Él que lo hace bajo la apariencia de pan y de vino, a ser hacedores de comunión, a ser firmes como Él que es el Amén de Dios.
El Espíritu Santo nos enseña a amar la belleza, a no desmayar en alcanzar la santidad a pesar de toda la realidad de nuestros pecados en contrario, a gozar de las cosas de Dios, a penetrarlas sabrosamente, a dejarnos llevar por sus santos dones. Y miles de cosas más»[8].
«Sí, allí en el rescoldo de la Misa, Dios se va preparando sus futuros sacerdotes. Allí en el torno de la Misa, Dios modela a su alter Christus. Es la forja de corazones valientes. Es la fragua donde se funden los corazones del Sumo Sacerdote y los de sus ministros. El yunque donde los labra. La palestra donde nos enseña a luchar. El regazo donde nos acoge. La casa que nos protege. Jardín donde nos deleita. Patio en el que nos alegra. Escuela donde nos enseña. Libro en el que aprendemos. Locutorio donde dialogamos. Hoguera que nos incendia. ¡Y néctar, polen, perfume, flor, fiesta, banquete, comunión, diálogo, avanzada, agoné... y Fuego... y Viento!»[9].
Conclusión
Me gustaría concluir con la convicción expresada por nuestro Padre Fundador en uno de sus mayores escritos: «Estoy convencido que la felicidad sacerdotal -y la felicidad del seminarista- está en ese “gastarse y desgastarse”[10]. Esa es la mística del trabajo sacerdotal. Y, ¿cuál es la medida del “gastarse y desgastarse”? Estimo que es la regla que señala San Ignacio para la penitencia: “cuanto más y más, mayor y mejor, sólo que no se corrompa el subiecto, ni se siga enfermedad notable[11]. Debemos prepararnos, incluso, para trabajar también en el cielo, como dijo Santa Teresita: «Mi cielo será seguir haciendo el bien en la tierra[12]. María nos enseñe siempre a gastarnos y a desgastarnos por la salvación de los hermanos y hermanas, y que lleguemos a entender que, pastoralmente, no hay nada más eficaz que la muerte total al propio yo»[13] y que el Seminario es la Misa, es sacrificio.
[1] Homilía predicada por el p. Carlos Miguel Buela, VE, a los seminaristas del Instituto del Verbo Encarnado, el domingo 5 de mayo de 1998, «Domingo del Buen Pastor» http://www.padrebuela.org/el-seminario-es-la-misa/.
[2] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1362-1367.
[3] Cf. Directorio de Espiritualidad, 146.
[4] Hna. María de Jesús Nazareno López, SSVM. 09/08/1965 – †02/01/1996. Ingresó al Convento el 18/08/1994.
[5] Buela, C. M., Servidoras III, (Segni – 2010) p. 123.
[6] J. M. Pemán, Cisneros, Acto III.
[7] Cf. Homilía predicada por el p. Carlos Miguel Buela, VE, a los seminaristas del Instituto del Verbo Encarnado, el domingo 5 de mayo de 1998, «Domingo del Buen Pastor» http://www.padrebuela.org/el-seminario-es-la-misa/.
[8] Ibidem
[9] Ibidem.
[10] Cf. 2Co 12,15.
[11] Ejercicios Espirituales, [83].
[12] Santa Teresita, Novissima Verba.
[13] Buela, C. M., Sacerdotes para Siempre (New York – 2011) p. 819.
El Evangelio de hoy (Lc 21,5-11) nos habla de lo que sucederá antes de la Parusía de Nuestro Señor, la cual está marcada sin lugar a duda por su despedida. Ahora bien, algunos de ustedes también en breve deberán partir, deberán “despedirse” de su patria, familia, de esta provincia y de este seminario, por esto me parece muy oportuno tratar este asunto, de la “despedida”. No me cabe duda de que las mejores páginas a este respecto fueran escritas por el P. Buela en su libro: Sacerdotes para siempre, titula ese capítulo “Agonía y éxtasis”, todos las que deben partir deben leer ese escrito porque eso es lo que justamente sucede, ni más ni menos. De todos modos, siempre es bueno intentar abordar este argumento. Escribía Marcelo J. Morsella en una notita de 1983: “la vida es un continuo tomar y dejar, partir y llegar. Y así será hasta la última Partida. Es fácil decir me voy, pero hay que hacerlo. Solamente pido a Dios, por medio de mi Madre, que me dé la fortaleza para hacer lo que tengo que hacer, aunque mucho me cueste”.
Como la vida es un “continuo partir y llegar” creo que la despedida del principito de Saint-Exupéry puede servirnos para esta reflexión.
Pues bien, muchas veces he pensado en la figura de este Saint-Exupéry, que se nos presenta, como cuenta, protagonista de su propio relato, con su avión caído en el desierto, y… con unos cuantos principitos a los que tener que dar agua del pozo,… con la roldana vieja y enmohecida de lo poco que uno puede, pero siempre sacando agua cantarina y pura del pozo del Evangelio, de la gracia, para los principitos. Porque aquí está la clave para entenderlo todo: cada religioso, es un principito que llegó al desierto… Nos encontramos con nuestros cofrades en la vida religiosa, como Saint-Exupéry con el principito, compañeros del desierto.
Cada uno, con una rosa por cuidar, el alma y el llamado de Dios, y la salvación de todas las almas y la Iglesia toda, en esa rosa pequeña que hace que el principito se sienta responsable. “Tú eres responsable de tu rosa”, le había dicho en la tierra su amigo el zorro. Responsabilidad por la que hay que partir y morir, con distintas clases de muerte. Cada uno con una estrella o un asteroide por ocupar (a algunos les cuadra más el asteroide), escondido a los ojos del mundo y de todos; cada uno, y así todos, y para todos, buscando a alguien que no se ve, pero que se lo busca con el corazón, esto es, con el amor de la voluntad llena de caridad: buscando a Dios, el único verdaderamente Importante.
Cada religioso tiene su cita con la noche y con la muerte, mística, física, la de cada día, la de cada desprendimiento y abnegación y de cada acto de obediencia, de castidad, de pobreza, con cada paso de purificación de la fe, de la esperanza y de la caridad. En un cierto sentido, la vida comunitaria hace que nos acompañemos unos a otros, dándonos el agua del pozo en el desierto, sosteniéndonos de la mano unos a otros, pero al mismo tiempo siempre como despidiéndonos, porque cada uno tiene su misión, y su cita con el misterio pascual, y con el “paso” al Cielo; lo dice San Pablo: “vosotros estáis muertos, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios” (Col. 3,3). Nos habíamos acostumbrado a las risas los unos de los otros, y a compartir el agua que sacábamos del pozo del agua viva,… mas hay que saber que, Primero Jesucristo, el Sumo y Eterno Sacerdote, el gran Príncipe, escondido a los ojos del mundo… en su despedida, a pesar de su partida nos recomendó que permaneciéramos en Él como Él en nosotros, como la vid y los sarmientos que de ella tienen vida, y nos dijo: “os he dicho estas cosas para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría sea plena” (Jn 15,11). Y ahí nos había dicho también: “No os dejaré huérfanos: volveré a vosotros. Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero vosotros si me veréis, porque yo vivo y también vosotros viviréis. Aquel día comprenderéis que yo estoy en mi Padre y vosotros en mí y yo en vosotros” (Jn 14,18-20); “un poco y ya no me veréis, mas tornaré a vosotros”, y: “si me amarais, os alegraríais porque voy al Padre” (Jn 14,28); “si alguno me ama... guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y en él haremos morada” (Jn 14,23)...
Primero El, y entonces también cada uno de nosotros, con su propia Pascua, aunque ésta lo haya llevado a una estrella distante, a cuidar una rosa, o esté en el Sahara, cada uno se alegra al pensar y mirar las estrellas (¡se ven tantas y tan hermosas aquí en las noches!); cada uno se alegra por escuchar en el alma una multitud de cascabeles que ríen, que ríen con la alegría y el gozo de Dios... o el rumor fresco de multitud de pozos de agua cristalina… aunque otros piensen que estamos locos. Y nos alegramos porque tenemos un gran Amigo más allá de las estrellas, la Causa de nuestra alegría; y tantos amigos, nuestros hermanos de vida religiosa, “muertos, con la vida escondida con Cristo en Dios”, cada uno muerto para habitar una estrella, misteriosa, para regar una rosa, para defenderla del mundo, mas cada uno y todos constituyendo la multitud de cascabeles que ríen, la multitud de pozos de agua cristalina y cantarina, la causa multiplicada de nuestra alegría, de una sabiduría... que es locura para el mundo... porque miramos en la noche hacia las estrellas... y reímos!
III. Pero además de este mutuo sabernos, en la distancia, cercanos con los que parten y se van de habitantes de otra estrella escondida a los ojos de todos, a cuidar la rosa que Dios le encomienda a cada uno; además del mutuo contracambiarnos el regalo de alegrarnos mirando las estrellas, y recordar, y reírnos con sonido de cascabeles, de rumor de agua cristalina; además... hay algo más, que me olvidaba de contar, en la despedida del Principito, quizás porque Saint-Exupéry también se olvidó allí de algo. Saint-Exupéry había dibujado para el Principito un cordero, y como el cordero había de irse con él a su estrella, y estaba la rosa que el Principito había de cuidar, le pidió que le dibujara también un bozal y una correa. Para que el cordero no se coma a la rosa. Mas he aquí lo que cuenta luego Saint-Exupéry:
Me olvidé de agregar la correa de cuero al bozal que dibujé para el principito. No habrá podido colocárselo nunca. Y me pregunto: “¿qué habrá pasado en el planeta? Quizás el cordero se comió la flor…”
A veces, me digo: “seguramente no! El principito encierra, todas las noches, la flor bajo un globo de vidrio y vigila bien a su cordero…” Entonces, me siento feliz. Y todas las estrellas ríen suavemente.
A veces, me digo: “De cuando en cuando, uno se distrae, ¡y es suficiente! Una noche, el principito olvidó el globo de vidrio o el cordero salió silenciosamente durante la noche…” ¡Entonces los cascabeles se convierten en lágrimas…!
Es un gran misterio. Para vosotros, que también amáis al principito, como para mí, nada en el universo sigue igual si en alguna parte, no se sabe dónde, un cordero que no conocemos ha comido, sí o no, a una rosa…
- Mirad al cielo. Preguntad: ¿el cordero, sí o no, ha comido a la flor? Y veréis cómo todo cambia… ¡Y ninguna persona mayor comprenderá jamás que tenga tanta importancia!
Así es. Como repite varias veces Saint-Exupéry, "lo importante es invisible a los ojos". Los que se han ido tras de lo único necesario, de lo verdaderamente importante, también con eso se han perdido de nuestra vista entre las estrellas. Nos queda no obstante la superior certeza, en la fe, de sabernos en estrellas distantes, pero que ríen, suenan a cascabeles, o son para nosotros pozos de agua viva…. Mas, hay algo más: también está la preocupación, y el compromiso de rezar unos por otros, para que un cordero que desconocemos, no se coma la rosa… porque en cada estrella, de cada lugar de misión, de cada celda religiosa, de cada monasterio, hay un principito, que tiene que cuidar una rosa, y que ríe y que suena en su canto como cascabeles, y que hace saltar de su alma el agua viva que brota y salta hasta la vida eterna, pero que también tiene que lidiar con un cordero, y que está siempre en peligro la rosa, que tiene que cuidar siempre… por eso nuestro compromiso de rezar siempre, de pedir por los que parten a sus estrellas, para que siempre venzan en sus luchas.
En sus luchas en las que, como Cristo, llevan a cuestas a la Iglesia, al Cuerpo místico todo. Es que también había escrito Saint-Exupéry que “cada uno es responsable de todos. Cada uno es único responsable. Cada uno es único responsable de todos” (Piloto de guerra); y también que “aquél que cuida modestamente algunos corderos bajo las estrellas, si toma conciencia de su rol, se descubre más que un servidor. Es un centinela. Y cada centinela es responsable de todo el Imperio” (Tierra de hombres).
Que nuestra Madre del cielo nos conceda la gracia de saber en nuestra vida “tomar y dejar, partir y llegar. Y así hasta la última Partida”.
[1] Buela, C. M., Sacerdotes para siempre, 827-833.
[2] Morsella Marcelo, Soliloquio (manuscrito), 1983.
[3] Sigo libremente algunas ideas del artículo de Ruiz Freites, A. A., “Despedida del Principito” Dialogo 44, p. 89-96.
[4] Cf. Directorio de Espiritualidad, 41«Eso es tener espíritu de príncipe, es orientar el alma a actos grandes... es preocuparse de las cosas grandes... es realizar obras grandes en toda virtud. Es ser noble. Y ¿Qué es ser noble? ...Eso se siente y no se dice. Es un hombre de corazón. Es un hombre que tiene algo para sí y para otros. Son los nacidos para mandar. Son los capaces de castigarse y castigar. Son los que en su conducta han puesto estilo. Son lo que no piden libertad sino jerarquía. Son los que se ponen leyes y las cumplen... Son los que sienten el honor como la vida. Los que por poseerse pueden darse. Son los que saben en cada instante las cosas por las cuales se debe morir. Los capaces de dar cosas que nadie obliga y abstenerse de cosas que nadie prohíbe. Son los que se tienen siempre por principiantes: tengámonos siempre por principiantes, sin cesar de aspirar nunca a una vida más santa y más perfecta, sin detenernos nunca».
PRIMERA MISA DEL P. PAULO JOSÉ DE CARVALHO SANTOS
“Ipse Christus in aeternum”
“Vas electionis est mihi iste” At 9,15
Querido Padre Paulo, siento un gozo y alegría inconmensurable, no justamente por estar en esta Iglesia y ante un público tan cualificado sin desmerecer a ambos -claro- sino que esos sentimientos me brotan porque el 25 de agosto comenzaste a ser lo que no eras: “Sacerdos” y hoy por vez primera celebras el Santo Sacrificio en esta Capilla, para ser más preciso será la XXXa vez que por las palabras que salgan de tus labios el Verbo se hará carne. Creo que para un sacerdote no hay palabras tan tremendas como las que David coloca en la boca de Yavhé, canta el Rey Santo: «El Señor lo ha jurado y no se arrepiente: |“Tú eres sacerdote eterno (Tu es sacerdos in æternum)”»1. Esta breve frase por el número de las palabras es grande y tremenda por el peso de la sentencia2: Tu es sacerdos in æternum pues el Señor tu Dios no se arrepiente, eres sacerdote y para siempre! Por esto me parece que el gravado que colocaste en tu cáliz de ordenación es más que acertado: “Sacerdos alter Christus”, porque de alguna manera en esos vocablos están como cifradas o concentradas la naturaleza, identidad y misión del sacerdote. Qué mejor y celebre ocasión para tratar este argumento!
I Sacerdos alter Christus (Naturaleza)
Para tu homónimo, el Apóstol de la espada, «lo esencial del sacerdocio cristiano es algo muy particular: una cierta vocación, un ser llamado a participar en las altas funciones sacerdotales de Cristo; es un poseer, en cierta medida, el espíritu de Cristo, y junto a él, una particularísima comunidad de vida y de sufrimientos con el Señor»3. De ahí que el P. Buela afirme: «Todo esto solemos resumirlo en la expresión “sacerdos alter Christus”; es decir, el sacerdote es “otro Cristo”. -Tu celestial Patrono- (Pablo) está penetrado hasta lo más hondo de esta idea central del sacerdocio, conforme al Nuevo Testamento: Dios le ha reclamado para su servicio, ya desde el regazo materno; Cristo le ha “tomado”, ungiéndole con el Espíritu Santo, por lo que es el siervo, el mensajero y el guardador de los secretos, el soporte del Evangelio, encontrándose armado de fuerzas especiales que le permiten dominar incluso a los demonios. Con Cristo mantiene una vinculación continua de vida y de sufrimiento, siendo sus penas las mismas de Jesús»4. Que día a día P. Paulo José puedas penetrar en la profundidad del “misterio sacerdotal”, el sacerdote es alter Christus!
Por esto, insistentemente nos enseña la Iglesia: «En el servicio eclesial del ministro ordenado es Cristo mismo quien está presente a su Iglesia como Cabeza de su cuerpo, Pastor de su rebaño, Sumo Sacerdote del sacrificio redentor, Maestro de la Verdad (...) “Es al mismo Cristo Jesús, Sacerdote, a cuya sagrada persona representa el ministro. Este, ciertamente, gracias a la consagración sacerdotal recibida se asimila al Sumo Sacerdote y goza de la facultad de actuar por el poder de Cristo mismo (a quien representa)” (Pío XII, enc. Mediator Dei)»5
Querido P. Paulo, el misterio es profundo! Escucha lo que escribió Marcelo Javier Morsella a uno de sus amigos a mediados de su primer año de seminario: «Yo sigo muy contento y constatando que el tiempo vuela, se te va de las manos. Pienso a veces, en lo que es el sacerdocio y me doy cuenta de que es algo tan grande que sobrepasa todo lo que uno pueda imaginar o la idea que uno pueda tener. Pero hay que confiar en Dios, uno no merece ni es digno pero es la voluntad de Dios. Te digo [esto] porque muchas veces me veo con defectos, pero los Apóstoles también los tenían: eran hombres y esto de los Apóstoles es un gran consuelo porque esos hombres rústicos y pecadores fueron después los más grandes santos que dieron la vida por Jesucristo. La santidad es trabajo de toda una vida…»6.
Una vez más quiero insistir sobre la importancia de volver sobre esta verdad (Sacerdos alter Christus), pero esta vez con nuestro derecho propio: «Los miembros de nuestro Instituto que son sacerdotes ministeriales, deben volver una y otra vez a esta realidad inefable que produjo en ellos un cambio ontológico al asemejarlos a Cristo cabeza, y ninguna espiritualidad laical tiene que reducir su espiritualidad presbiteral»7.
II Sacerdos Ipse Christus (identidad)
La Providencia Divina ha hecho sagrado el pasado 25 de agosto pues comenzaste a ser lo que no eras. ¡Se produjo en tu alma un cambio ontológico! El cual -valga la redundancia- te “configura
ontológicamente con Cristo Sacerdote, Maestro, Santificador y Pastor de su Pueblo”8.
«En este sentido, la identidad del sacerdote es nueva respecto a la de todos los cristianos que, mediante el Bautismo, participan, en conjunto, del único sacerdocio de Cristo y están llamados a darle testimonio en toda la tierra9. La especificidad del sacerdocio ministerial se sitúa frente a la necesidad, que tienen todos los fieles de adherir a la mediación y al señorío de Cristo, visibles por el ejercicio del sacerdocio ministerial.
En su peculiar identidad cristológica, el sacerdote ha de tener conciencia de que su vida es un misterio insertado totalmente en el misterio de Cristo de un modo nuevo y específico, y esto lo compromete totalmente en la actividad pastoral y lo gratifica10»11.
Por esto P. Paulo los misterios que más reflejan y deberán reflejar tu nueva identidad son, en primer lugar la Santa Misa pues “ella es para el Sacerdote y el sacerdote para la Misa” ya que el carácter del orden sagrado te configura con Cristo cabeza, dándote así el poder sobre el Cuerpo físico de Cristo (y sobre su Cuerpo místico) permitiéndote obrar “in persona Christi”12, siendo tu acto principal la inmolación y oblación del sacrificio Eucarístico13 de tal manera que en el momento de la transubstanciación “serás” el Ipse Christus (el mismo Cristo) y no “simplemente” otro Cristo -o dicho de otro modo- será el mismo Cristo que hable en y por ti.
El segundo misterio que más manifiesta y deberá manifestar tu nueva identidad es el sacramento de la Confesión al pronunciar “EGO te absolvo…” no simplemente otro Cristo sino Ipse Christus (el mismo Cristo) -o dicho de otro modo- será el mismo Cristo que hable en y por ti.
Finalmente, tu nueva identidad sacerdotal te confiere poder no sólo poder sobre el Cuerpo físico de Cristo sino también sobre su Cuerpo místico de tal modo que también in persona Christi deberás dar tu vida como Cristo la dio por lo que más ama: ¡las almas! Ellas son su mayor tesoro, y Él te las confía porque ya no eres siervo sino su amigo14. Quiere que las alimentes, las cuides, las cures y las rengendres para el cielo.
III Calix Christi (Misión)
Los Hechos de los Apóstoles nos narra que en cuanto Pablo estaba ciego en Damasco Cristo le dijo a Ananías “Ve, porque es éste para mí vaso de elección, para que lleve mi nombre ante las naciones y los reyes y los hijos de Israel”. Tú también querido padre, eres PABLO y “eres cáliz de elección”. Es más, es el deseo ardiente de nuestro fundador expresado en nuestras Constituciones: «Queremos ser
“como otra humanidad suya”15, queremos ser cálices llenos de Cristo que derraman sobre los demás su superabundancia, queremos con nuestras vidas mostrar que Cristo vive. Y al Espíritu de Cristo porque es el alma de la Iglesia y porque si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, éste no es de Cristo (Rm 8,9)»16.¡Esa es tu misión! Y el mismo Señor te irá revelando lo que tienes que hacer por Él17.
También en la base de tu cáliz de ordenación se lee: “Por todos los que Dios me confió”. Esa es la misión del sacerdote y por tanto tu misión: “ser mediador entre Dios y los hombres”18 interceder por los que inmediatamente Dios te confió y por todos los hombres. Por esto P. Pablo todos los días al elevar el cáliz, tu cáliz, tú mismo debes ser cáliz y hacer tuyas las palabras del salmista:
«¿Cómo pagaré al Señor | todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación, | invocando el nombre del Señor. Cumpliré al Señor mis votos | en presencia de todo el pueblo. Mucho le cuesta al Señor | la muerte de sus fieles.
Señor, yo soy tu siervo, | siervo tuyo, hijo de tu esclava: | rompiste mis cadenas. Te ofreceré un sacrificio de alabanza, | invocando el nombre del Señor. Cumpliré al Señor mis votos | en presencia de todo el pueblo,
en el atrio de la casa del Señor, | en medio de ti, Jerusalén» (Sl 116,12-19).
Querido P. Pablo de ahora en adelante tu Sacerdocio es tu vida, tu gloria y tu cáliz!, por esto en cualquier momento de tu vida y en cualquier lugar que Dios te coloque y el mismo Verbo Encarnado te pregunte: “¿Podréis beber el cáliz...?” (Mt 20,22) ¿Qué significa cáliz? ¿Qué te propone Jesús? Responde el P. Buela: «Este es el “cáliz” que les propone Jesús: ¿Podréis...?
Este es el “cáliz” que nos propone Jesús a cada uno de nosotros: ¿Podréis...?
Este “cáliz” es su cáliz: ...que yo beberé. Este no es otro que el cáliz de su Pasión y Muerte: Padre mío, si es posible, pase de mí este cáliz (Mt 26,39); a esto añade el Señor: El cáliz que yo he de beber, lo
beberéis, y con el bautismo con que yo he de ser bautizado, seréis bautizados vosotros (Mc 10,38): es la inmersión total en su muerte. ¡A eso nos llama!
Están ordenados al cáliz los sacerdotes. Al igual que Jesús, que “tomó este cáliz glorioso”19, el sacerdote toma el cáliz y, tal como Jesús, sobre él dice: ...éste es el cáliz de mi sangre (...) de aquí que nuestro fin es el “cáliz” (…). Por eso el fin dichoso del Apóstol es ser derramado como una libación20.
Rápidamente respondieron ¡Possumus...! ¡Dynámetha...! ¡Podemos...!»21.
Por tanto, querido Padre Pablo siempre que eleves un cáliz, este cáliz, tu cáliz recuerda las palabras de nuestro querido padre fundador: «Cuando nos parezca que estamos abandonados de los amigos, de los superiores, de los ángeles, de Dios... ¡Possumus!
Cuando nos veamos tan malolientes de pecados que nos miremos a nosotros mismos como Lázaro en el sepulcro... ¡Possumus!
Cuando los enemigos parezcan tan fuertes que nuestra derrota se presente inminente... Possumus! Cuando la lucha nos parezca tan desigual de modo que sea imposible la victoria... ¡Possumus! Cuando el Anticristo con su sucia pezuña nos aplaste la cabeza, con el último aliento debemos decir
¡Possumus! Todo lo puedo en Aquel que me conforta (Flp 4,13).
El grito del combate nos llama y nos convoca. Pidamos siempre que de la mano de Santiago y de San Juan -y de SAN PABLO!- retorne a nuestras tierras el espíritu de los grandes. En honor de María, digamos siempre: ¡Possumus!
Digamos con ese gran seminarista que fue Marcelo Javier Morsella que escribió: “¡Podemos!, con la gracia de Dios todo lo podemos”»22.
Que Nuestra Señora la Pura y Limpia Concepción de Luján, Madre de todos nosotros te haga un santo sacerdote y gran misionero, siempre consciente de la dignidad y del poder espiritual que desde el memorable 25 de agosto llevas contigo para siempre: para gloria de Dios y salvación de las almas. Pues “la vocación y la misión recibidas el día de la ordenación sacerdotal, marcan al sacerdote permanentemente”23: Sacerdos ipse Christus in aeternum!
1. Sl 109, 4 “Juravit Dominus, et non pœnitebit eum: Tu es sacerdos in æternum secundum ordinem Melchisedech” (seguimos la numeración de la vulgata)
2. SAN AGUSTÍN citado en STRAUBINGER, J., Biblia Comentada Sl 109,1 (Tlalnepantla – 1969) p. 674.
3. BUELA, C. M., Sacerdotes para Siempre (New York – 2011) pp. 266.
4. Ibídem.
5. Catecismo de la Iglesia Catolica, 1548.
6. FUENTES, M. A., Soy capitán triunfante de mi estrella, (San Rafale-2011 A 25 años del fallecimiento de Marcelo Edición corregida y aumentada) p. 59.
7. Directorio de Espiritualidad, 133.
8. Cfr. CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución dogmática sobre la Iglesia «Lumen Gentium», 18-31; Decrecto sobre el ministerio y vida de los presbíteros «Presbyterorum Ordinis», 2; CIC c. 1008.
9. Cfr. CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Decreto sobre el apostolado de los seglares «Apostolicam Actuositatem», 3; Juan Pablo II, Exortación Apostólica post-sinodal «Christifideles Laici» (30 diciembre 1988), 14.
10. JUAN PABLO II, Exhortación apostólica post-sinodal «Pastores Dabo Vobis» (25 de marzo de 1992) 13-14; Catequesis (31 marzo 1993), L'Osservatore Romano 14 (1993) 171.
11. CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros (Ciudad del Vaticano 1994) 6.
12. EUGENIO IV, Exsultate Deo, 22/11/1439; DS. 1321, Dz. 698.
13. Cf. SANTO TOMÁS DE AQUINO, S. Th., III, 22, 4, sc.
14. Cf. Jn 15,15 “Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos”.
15. BEATA ISABEL DE LA TRINIDAD, Elevaciones, Elevación nº 34.
16. Constituciones, 7.
17. Cf. Hch 9,16 “Yo le mostraré lo que tiene que sufrir por mi nombre”.
18. Cf. Hb 8,6ss.
19. MISAL ROMANO, Plegaria eucarística
20. Cfr. 2Tim 4,6; Flp 2,17.
21. BUELA, C. M., Servidoras II (San Rafael - 2004) pp. 377-378.
22. BUELA, C. M., Servidoras II (San Rafael - 2004) pp. 377-378.
23. BUELA, C. M., Sacerdotes para Siempre (New York – 2011) pp. 77-78.
Decía Antonine de Saint-Exupéry “El hombre no es más que un nudo de relaciones. Sólo las relaciones cuentan para el hombre”[1] y si esto es verdad, lo es porque él, es imagen de Aquél que es relación por antonomasia, es decir nuestro Creador. De hecho, cada divina Persona es una relación subsistente. «En efecto, “en Dios todo es uno, excepto lo que comporta relaciones opuestas”[2]. Por otra parte el «“Padre”, “Hijo”, “Espíritu Santo” no son simplemente nombres que designan modalidades del ser divino, pues son realmente distintos entre sí: “El que es el Hijo no es el Padre, y el que es el Padre no es el Hijo, ni el Espíritu Santo el que es el Padre o el Hijo”[3]. Son distintos entre sí por sus relaciones de origen: “El Padre es quien engendra, el Hijo quien es engendrado, y el Espíritu Santo es quien procede”[4]. La Unidad divina es Trina»[5].
Existe entonces, podríamos decir un “Nudo Trinitario” que “es el misterio de Dios en sí mismo”[6] de ahí que «la distinción personal del Verbo con el Padre y el Espíritu Santo nos impele a que toda nuestra vida lleve la impronta trinitaria, que es el máximo misterio de Dios, es plenitud del hombre y es “la sustancia del Nuevo Testamento”, en la que los hombres por medio del Hijo hecho carne tienen acceso en el Espíritu Santo al Padre y se hacen partícipes de la naturaleza divina (2 Pe 1,4). Debe ser un timbre de honor el confesar “la distinción de las personas, la unidad de su naturaleza y la igualdad en la majestad”[7]»[8].
Por otra parte a la pregunta ¿Qué es ser hombre? Recordemos la respuesta del aviador francés “El hombre es un nudo de relaciones”. Es decir, lo que nos define son los vínculos con la realidad, que son invisibles. Y lo que construye nuestra realidad humana es cómo nos relacionamos con el mundo con los demás y con Dios. Todo depende de nuestras relaciones: La vida, la muerte, la familia, los amigos, etc. De ahí que Saint-Exupéry escribía “Lo que causa tus sufrimientos más graves es lo mismo que te aporta tus alegrías más altas. Porque sufrimientos y alegrías son frutos de tus lazos”.
Estos lazos son los que nos hacen “ser”. Pero no sólo en las relaciones humanas, sino también los lazos que establecemos con los bienes materiales, con la tradición y sobre todo con Dios. «Origen primero y fin último de todo cuanto existe. Principio y fundamento, en especial, de todo hombre y mujer creados a su imagen y semejanza»[9].
Ahora, el hombre, como afirmó el Concilio Vaticano II, «no puede encontrar su plenitud sino en la entrega sincera de sí mismo a los demás». Entonces, se sigue que el amor es la vocación humana y todo nuestro comportamiento, para ser verdaderamente humano, debe manifestar la realidad de nuestro ser, realizando la vocación del amor. Como escribió Juan Pablo II: «El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida queda privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente ».
Entonces la experiencia del amor es esencial al hombre y el amor es, en palabras del autor galo, «el nudo divino que anuda las cosas» (Citadelle ). Por esto, Saint-Exupéry subraya incesantemente que el hombre sólo llega a plenitud cuando participa de algo que lo desborda y, en casos, supera. De ahí la significación de clave de bóveda que otorga en Citadelle al concepto de “intercambio”. “Yo no amo a los sedentarios de corazón. Los que no intercambian nada no llegan a ser nada. Y la vida no habrá servido para madurarlos. Y el tiempo corre para ellos como un puñado de arena y los pierde”[10].
De lo expuesto anteriormente, si sostenemos que “El hombre es un nudo de relaciones” se sigue que cada hombre se define, dignifica y llega a su plenitud en sus relaciones o mejor dicho religaciones hechas por amor, teniendo en cuenta que lo “más propio de la caridad es querer amar que querer ser amado”[11]. Ahora bien, los votos religiosos son los lazos humanos que nos unen con lo divino, en realidad directamente con Dios, por medio de ellos queremos ligarnos a Él, Uno y Trino y sólo de Él depender. Los votos son entonces el mayor acto de amor que podemos hacer para vincularnos, atarnos, ligarnos raigalmente a nuestro Dios, por eso le dijimos o nos preparamos para decirle de lo más profundo de nuestro corazón: “Al Padre, origen primero y fin supremo de la vida consagrada; a Cristo, que nos llama a su intimidad; al Espíritu Santo, que dispone el ánimo a acoger sus inspiraciones”[12]. Por lo cual como dice el P. Nieto: «No hay palabras, quizás en toda nuestra vida, que tengan más seriedad e importancia como aquellas que pronunciamos el día de nuestra profesión. Es a la Trinidad a la que correspondemos porque es el mismo Dios quien nos ha llamado. “Dios llama a quien quiere, por libre iniciativa de su amor”[13] y –quién podría dudarlo– cada una de nuestras vocaciones ha sido el fruto de “la acción divina”[14]. Más aún, es “una iniciativa enteramente del Padre[15], que exige de aquellos que ha elegido la respuesta de una entrega total y exclusiva... debiendo responder con la entrega incondicional de su vida, consagrando todo, presente y futuro, en sus manos... totalidad... equiparable a un holocausto”[16]. De aquí que en la fórmula de renovación mensual de los votos decimos hermosamente que hemos sido llamados a ser “los incondicionales de Dios”, poniendo de relieve la totalidad, el alcance pleno y la perpetuidad del amor que se profesa. Por eso explicaba San Juan Pablo II: “Los votos religiosos tienen la finalidad de realizar un vértice de amor: de un amor completo, dedicado a Cristo bajo el impulso del Espíritu Santo y ofrecido al Padre por medio de Cristo. De ahí el valor de oblación y de consagración de la profesión religiosa, que en la tradición cristiana oriental y occidental es considerada como un baptismus flaminis”[17]. Muchas veces, la claudicación en la profesión religiosa tiene su fundamento en esto: en querer nosotros poner condiciones a Dios pensando que esto redundará en un beneficio personal. “Buscarse a sí mismo” no es jamás un buen negocio en la vida espiritual»[18].
«Debemos tener profunda y raigal devoción a la Santísima Trinidad»[19]. Como el principito que trascendía lo visible para llegar a lo esencial, los “nudos divinos”[20] que buscamos realizar con el Padre, el Hijo y Espíritu Santo pidámosle a la Mujer Trinitaria que estreche (aprete-una-ligue) estos nudos cada día más, siempre más!
[1] Cf. Pilote de guerre, p. 154; Piloto de guerra, p. 147.. Los conceptos de “relación” y “vínculo” van estrechamente unidos, en Saint-Exupéry, con el de “participación”: «EI oficio de testigo me ha causado siempre horror. ¿Qué soy yo si no participo? Para ser, necesito participar. Yo me alimento de la calidad de los compañeros (…). Forman, con su trabajo, su oficio, su deber, una red de vínculos (…). Y yo me embriago con la densidad de su presencia». «Admiro las inteligencias límpidas. Pero ¿qué es un hombre si le falta sustancia, si no es más que una mirada y no un ser?» (Pilote de guerre, p. 166; Piloto de guerra, pp. 158-159).
[2] Concilio de Florencia, año 1442: DS 1330. “A causa de esta unidad, el Padre está todo en el Hijo, todo en el Espíritu Santo; el Hijo está todo en el Padre, todo en el Espíritu Santo; el Espíritu Santo está todo en el Padre, todo en el Hijo” (Concilio de Florencia, año 1442: DS 1331) Cf. Catecismo de la Iglesia Caólica, 255.
[3] Concilio de Toledo XI, año 675: DS 530
[4] Concilio de Letrán IV, año 1215: DS 804
[5] Cf. Catecismo de la Iglesia Caólica, 254.
[6] Catecismo de la Iglesia Caólica, 234.
[7] Misal Romano, Prefacio de la Santísima Trinidad.
[8] Directorio de Espiritualdad, 9.
[9] Buela C. M., Sacerdotes para Siempre (New York - 2011) p. 549.
[10] Cf. Citadelle, Gallimard, Paris, 1948, p. 38. Versión española: Ciudadela, Círculo de lectores, Barcelona, 1992; Alba, Barcelona 1997, p. 38.
[11] Summa Theologiae, II-II, q. 27, art. 1, ad. 2.
[12] Vita Consecrata, 21: “la vida consagrada está llamada a profundizar continuamente el don de los consejos evangélicos con un amor cada vez más sincero e intenso en dimensión trinitaria: amor a Cristo, que llama a su intimidad; al Espíritu Santo, que dispone el ánimo a acoger sus inspiraciones; al Padre, origen primero y fin supremo de la vida consagrada”; cf. Ibidem, 14; Juan Pablo II, Discurso en la Audiencia General (09/11/1994).
[13] Directorio de Espiritualidad, 290.
[14] Cf. Directorio de Vida Consagrada, 10; op. cit. CIVCSVA, Elementos esenciales de la doctrina de la Iglesia sobre la vida religiosa, 5.
[15] Cf. Jn 15, 16.
[16] Cf. Directorio de Vocaciones, 5 a.
[17] SAN JUAN PABLO II, Discurso en la Audiencia General, (26/10/1994).
[18] Nieto, G. Circular XVI ‘Sobre nuestra formula de profesión’ 01/04/2018, p. 6.
[19] Constituciones, 9.
[20] Cf. Citadelle, p. 263; Ciudadela, p. 243.
“Porque queremos formar almas que maduren para el cielo” (1)
En varias ocasiones hemos evocado la persona de Marcelo, pero especialmente hoy me parece más que oportuno, pues en el día que comenzamos formalmente el año lectivo él se nos presenta como un modelo acabado a seguir en nuestra formación integral, que no es otra cosa que la unión con Dios.
En el día que los restos mortales de este “capitán triunfante” descansaron en el suelo de la “La Finca” el P. Buela pronunció unas bellísimas palabras, que concluyó con una poseía dedicada a este primer hijo espiritual que nació para el cielo. Con el corazón en la mano, declamó:
«“Marcelito, ¡querido!;
¡mi dulce y querido y valiente, Marcelo!,
olor a tierra mojada,
perfume de azahares en espera,
trino alegre de juguetones pájaros,
acequia cargada de agua,
cosecha a punto,
trabajo bien hecho,
rosal en flor» (2).
Sin dudas que Marcelo -en palabras del propio P. Buela- fue “(Marcelito), ¡hijo de mi alma!” (3) de ahí que debamos buscar de imitarlo si queremos formarnos como auténticos hijos del Verbo Encarnado (IVE).
Sabemos que un signo de madurez es la responsabilidad, es decir “dar respuesta” de nuestros propios actos, nuestras responsabilidades, nuestro estado etc. Marcelo en esto fue ejemplar, tal vez por eso su biógrafo también un día de Lectio brevis del 2016 decía «Marcelo fue, sobre todo, responsable. Responsable en sus relaciones familiares, en sus amistades, en su trabajo, en su estudio, en su apostolado, en su trabajo interior de la voluntad. Buscó hacer todo bien, porque ese es el único modo en que las cosas deben hacerse si se hacen por Dios» (4).
Cuando tuvo que retrasar un año su ingreso al seminario por razones familiares, pues debía trabajar para ayudar a sus padres, Marcelo hizo lo posible por vivir ese tiempo como si ya fuese seminarista con grandes deseos de ingresar, incluso empezando a estudiar por su cuenta algunas cosas, quizá para ir ganando tiempo o para que esto lo ayudara a ser fiel a la palabra empeñada a Dios. Escribía en ese tiempo: “También estoy estudiando un poquito de latín, que también es muy interesante” (5). He aquí alguien que no perdía el tiempo.
Destaca el P. Fuentes «Marcelo encaraba lo que hacía con un gran sentido de la responsabilidad. Como escribe en una notita de 1983: “la vida es un continuo tomar y dejar, partir y llegar. Y así será hasta la última Partida. Es fácil decir me voy, pero hay que hacerlo. Solamente pido a Dios, por medio de mi Madre, que me dé la fortaleza para hacer lo que tengo que hacer, aunque mucho me cueste” (6). Ojalá todos entendamos que hay que hacer lo que debemos hacer. Y punto».
Decíamos que Marcelo era responsable en todo por eso tomaba muy en serio su formación. Por ejemplo, consideraba el estudio algo fundamental para prepararse al sacerdocio. Y se refiere a algunas conferencias a las que pudo asistir en el primer año de seminario como “una gracia más que Dios nos hace” (7).
Sin embargo, tenía plena conciencia de que el estudio, siendo un aspecto fundamental de la formación, no era lo más importante; por encima estaba el trabajo de la gracia y la transformación de la voluntad para aspirar a la unión con Dios. Le escribía a su papá en 1984: “Aclaro que no es lo más importante el estudio, porque evidentemente se puede saber mucho y no ser bueno. Primero está la caridad, la fe, la esperanza” (8).
A uno de sus amigos le escribe a mediados de su primer año de seminario: “Yo sigo muy contento y constatando que el tiempo vuela, se te va de las manos. Pienso a veces, en lo que es el sacerdocio y me doy cuenta de que es algo tan grande que sobrepasa todo lo que uno pueda imaginar o la idea que uno pueda tener. Pero hay que confiar en Dios, uno no merece ni es digno pero es la voluntad de Dios. Te digo [esto] porque muchas veces me veo con defectos, pero los Apóstoles también los tenían: eran hombres y esto de los Apóstoles es un gran consuelo porque esos hombres rústicos y pecadores fueron después los más grandes santos que dieron la vida por Jesucristo. La santidad es trabajo de toda una vida…” (9).
1 Capitulo a las novicias SSVM dado en noviembre del 2016, San Pablo Brasil.
2 FUENTES, M. A., Soy capitán triunfante de mi estrella, (San Rafale-2011 A 25 años del fallecimiento de Marcelo
Edición corregida y aumentada) p. 137.
3 P. Buela citado en FUENTES, M. A., Soy capitán triunfante de mi estrella, (San Rafale-2011 A 25 años del fallecimiento de Marcelo Edición corregida y aumentada) p. 8.
4 FUENTES, M. Á., La madurez afectiva y espiritual de Marcelo Morsella -Lectio brevis- Seminario “María, Madre del Verbo Encarnado”, marzo de 2016.
5 A su papá, Buenos Aires, 24 de junio de 1983.
6 MORSELLA MARCELO, Soliloquio (manuscrito), 1983.
7 A Carlos, San Rafael, 6 de setiembre de 1984.
8 A su papá, San Rafael, 17 de abril de 1984.
9 A Bert, San Rafael, 27 de agosto de 1984
“Ellas pueden darte la sabiduría que conduce a la salvación” 2Tim 3,15
«Imprimis vero Sacram Scripturam quotidie prae manibus habeant» Perfectae Caritatis, 6.
«La Palabra de Dios (...) es en verdad la fuerza de nuestro Instituto (...)» Directorio de Espiritualidad, 238.
«La Sagrada Escritura debe ser el alma de nuestra alma, de nuestra espiritualidad, teología, predicación, catequesis y pastoral. Debería poder decirse de nosotros lo que decía San Jerónimo de una persona conocida suya: “A través de la diaria lectura y meditación de la Escritura, ha hecho de su corazón una biblioteca de Cristo”[1], pues para nosotros “la Palabra de Dios no representa menos que el Cuerpo de Cristo» Directorio de Espiritualidad, 239.
El magisterio de la Iglesia en el último Concilio Ecuménico incita: «De igual forma el Santo Concilio exhorta con vehemencia a todos los cristianos en particular a los religiosos, a que aprendan “el sublime conocimiento de Jesucristo”, con la lectura frecuente de las divinas Escrituras»[2].
Por su parte, Pablo VI afirma en la Perfectae Caritatis: «En primer lugar, manejen cotidianamente la Sagrada Escritura para adquirir en la lectura y meditación de los sagrados Libros “el sublime conocimiento de Cristo Jesús” (Fil 3,8)»[3]. Y Benedicto XVI en su exhortación apostólica postsinodal Verbum Domini: «También hoy, las formas antiguas y nuevas de especial consagración están llamadas a ser verdaderas escuelas de vida espiritual, en las que se leen las Escrituras según el Espíritu Santo en la Iglesia, de manera que todo el Pueblo de Dios pueda beneficiarse. El Sínodo, por tanto, recomienda que nunca falte en las comunidades de vida consagrada una formación sólida para la lectura creyente de la Biblia[4]»[5].
Fieles a la Tradición y Magisterio, nuestra minúscula, incipiente y querida familia religiosa encarnó en sus Constituciones como en nuestros Directorios el apremiante apelo de la Santa Madre Iglesia. En el presente artículo es nuestra intención evidenciar en los mencionados documentos del IVE el lugar de relevancia que ocupa la Sagrada Escritura.
1. La Sagrada Escritura en nuestras Constituciones
Ya en las primeras páginas de nuestras Constituciones en la Parte I titulada: “Introducción: Nuestra Familia Religiosa. Principios Generales. Nuestro ‘Camino’” al tratar sobre el Apostolado dice:
(16) De manera especial, nos dedicaremos a la predicación de la Palabra de Dios más tajante que espada de dos filos (Heb 4,12) en todas sus formas. En el estudio y la enseñanza de la Sagrada Escritura, (…). En la búsqueda y formación de idóneos ministros de la Palabra, en la publicación de revistas, tratados, libros, etc., y en otras cosas. Por el verbo oral y escrito queremos prolongar al Verbo.
Luego en la Parte VII “Formación de los miembros” Capítulo 1. Dimensiones de la formación, en el 203 refiriéndose a la formación espiritual afirma:
(203) La meditación fiel de la Palabra de Dios, por la cual conocemos los misterios divinos, y hacemos propia su valoración de las cosas. Esto es especialmente importante en orden al ministerio profético[6]. Por eso enseña el Concilio Vaticano II que todos los clérigos, especialmente los sacerdotes, diáconos y catequistas dedicados por oficio al ministerio de la palabra, han de leer y estudiar asiduamente la Escritura para no volverse “predicadores vacíos de la palabra, que no la escuchan por dentro”[7]. La respuesta a la lectio divina es la oración, “que constituye sin duda un valor y una exigencia primarios de la formación espiritual…”, porque “… el sacerdote es el hombre de Dios, el que pertenece a Dios y hace pensar en Dios…”, además de que “… un aspecto, ciertamente no secundario de la misión del sacerdote es el de ser maestro de oración…”, por tanto, “… es preciso… que el sacerdote esté formado en una profunda intimidad con Dios”[8]. Fruto de esta intimidad con Dios y de la acción del Espíritu en el alma del sacerdote es el discernimiento, el gustar, aceptar, juzgar de las cosas[9].
En la misma Parte (VII), ahora en relación a la formación intelectual:
(221) También aquí, en la formación intelectual, el principio y fin es Jesucristo. De manera especial, Jesucristo conocido a través de la Sagrada Escritura. Él es la luz de las Páginas Sagradas: les abrió la inteligencia para que comprendieran las Escrituras (Lc 24,45). Entender la Biblia es una gracia de Cristo… sus entendimientos estaban embotados, y hasta hoy existe el mismo velo en la lectura del Antiguo Testamento, sin renovarse, porque sólo con Cristo desaparece (2 Cor 3,14). Él es el centro de la Escritura Santa: …les fue declarado todo cuanto a Él se refería en todas las Escrituras (Lc 24,27). Por eso “ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo”[10]. De aquí que la Sagrada Escritura sea el “alma” de la teología[11].
(222) Pero la lectura de la Sagrada Escritura tiene que ser hecha “en Iglesia” (…).
(226) En su reflexión sobre la fe la teología se mueve en dos direcciones: el estudio de la Palabra de Dios, escrita en el Libro Sagrado, celebrada y transmitida en la Tradición viva de la Iglesia e interpretada auténticamente por su Magisterio. De aquí el estudio de la Sagrada Escritura, de los Padres de la Iglesia, que explicaron los hechos y palabras reveladas por Dios y consignadas en las Escrituras[12], de la liturgia, de la historia eclesiástica, de las declaraciones del Magisterio. (...)[13].
El parágrafo 227 merece una especial mención porque afirma que el conocimiento y seguimiento de Santo Tomás es de ineludible importancia en primer lugar para la recta interpretación de la Biblia:
(227) Lugar preferente tendrá el conocimiento de Santo Tomás de Aquino, ya que hay que formar 'bajo su magisterio' y hay que tenerlo 'principalmente como maestro'. /…/ Su conocimiento es de insoslayable importancia para la recta interpretación de la Sagrada Escritura, para poder trascender lo sensible y alcanzar la unión con Dios, para edificar el edificio de la Sagrada Teología sobre las sólidas bases que proporciona un conocimiento profundo de la filosofía del ser, 'patrimonio filosófico perennemente válido' teniendo en cuenta todos los adelantos de la investigación filosófica".
Una brevísima digresión. Dicha importancia de Santo Tomás, parecería fundamentarse en que cuando el Catecismo de la Iglesia Católica expone en el nº 112 sobre la unidad y contenido de la Sagradas Escrituras, lo hace siguiendo a S. Tomás en su Expositio in Psalmos, 21,11 y en el nº 116 al tratar sobre los sentidos de la Escritura se cita la Summa Theologicae I, q.1,a.10, ad 1um, una de las exposiciones más acabadas del Aquinate en esta materia junto con su Comentario Super Epistolas Sancti Pauli Lectura. Ad Galatas.
Todavía en este capítulo de la Parte VII, ahora en relación a la formación pastoral:
(231) Aspiramos a formar para la Iglesia Católica sacerdotes según el Corazón de Cristo: que abreven su espíritu en la Palabra de Dios, (...) “caudalosos de espíritu”[14], “con una lengua, labios y sabiduría a los que no puedan resistir los enemigos de la verdad”[15], de ubérrima fecundidad apostólica y vocacional, con ímpetu misionero y ecuménico, abiertos a toda partícula de verdad allí donde se halle, con amor preferencial a los pobres sin exclusivismos y sin exclusiones, que vivan en cristalina y contagiosa alegría, en imperturbable paz aun en los más arduos combates, en absoluta e irrestricta comunión eclesial, incansablemente evangelizadores y catequistas, amantes de la Cruz. En fin, hombres con sentido común, con ese sentido común cristiano que no es otra cosa que la santa familiaridad con el Verbo hecho carne.
En el Capítulo 2 Itinerario de Formación, en el Nº 203 al tratar sobre el Seminario Menor afirma:
(235) Por ello, para la conveniente formación de los seminaristas es preciso que se les enseñe a valorar y amar el misterio de la Sagrada Eucaristía, que debe ser el centro de toda su vida, particularmente en la Santa Misa, el sacramento de la Reconciliación, la obediencia pronta y alegre, la Santísima Virgen y los santos como intercesores y modelos de vida, la Sagrada Escritura -…porque desde la infancia conoces las Sagradas Letras, que pueden instruirte en orden a la salud por la fe en Jesucristo (2 Tim 3,15)-, etc.: “Cristo conocido, buscado, amado cada vez más a través de los estudios, de los sacrificios personales, de las victorias sobre sí mismo, en la lenta conquista de las virtudes de la justicia, la fortaleza, la templanza, la prudencia; Cristo contemplado con perseverancia paciente y fervorosa a fin de que… se imprima el rostro mismo de Cristo (cf. 2 Cor 3,18)”[16].
Siguiendo con el Iter formativo respecto al Noviciado en el Nº 249:
(249) El Maestro de novicios deberá estimular a los novicios para que vivan las virtudes humanas y cristianas, levándolos por un camino de mayor perfección mediante la oración y la renuncia de sí mismos; instruyéndolos en la contemplación del misterio de la salvación y en la lectura y meditación de las Sagradas Escrituras; preparándolos para que celebren el culto de Dios en la Sagrada Liturgia; formándolos para llevar una vida consagrada a Dios y a los hombres en Cristo por medio de los consejos evangélicos; instruyéndolos sobre el carácter, espíritu, finalidad, disciplina, historia y vida del Instituto; y procurará imbuirlos de amor a la Iglesia y a sus sagrados pastores[17].
2. La Sagrada Escritura en nuestros Directorios
En segundo lugar veamos ahora como se plasmó las directrices de nuestras Constituciones en nuestros Directorios:
a. Directorio sobre la Predicación de la Palabra de Dios
Especialmente los parágrafos 2 al 28 del Directorio sobre la Predicación de la Palabra de Dios son de insustituible importancia para entender: la excelencia de la Palabra Divina: naturaleza, autoridad, utilidad; el poder de la misma: ilumina el entendimiento, inflama el corazón, da vigor al alma; y los efectos que esta produce. Apenas para ilustrar traemos a colación el siguiente parágrafo:
(21) Es importante destacar que la Biblia no sólo concede la vida, sino que la aumenta. A la Palabra de Dios sólo le falta una cosa: ser bien recibida, lo cual depende del que la recibe.
b. Directorio de Espiritualidad
Los parágrafos 326-239 del Directorio de Espiritualidad son sin lugar a dudas de inexhaurible riqueza por la singular relevancia que le da a la Sagrada Escritura para vivir nuestra espiritualidad, sólo a modo ilustrativo citamos:
(238) «La Palabra de Dios (...) es en verdad la fuerza de nuestro Instituto (...)».
(239) «La Sagrada Escritura debe ser el alma de nuestra alma, de nuestra espiritualidad, teología, predicación, catequesis y pastoral. Debería poder decirse de nosotros lo que decía San Jerónimo de una persona conocida suya: “A través de la diaria lectura y meditación de la Escritura, ha hecho de su corazón una biblioteca de Cristo”[18], pues para nosotros “la Palabra de Dios no representa menos que el Cuerpo de Cristo».
c. Directorio de Formación Intelectual
El documento en cuestión exponiendo el plan de la formación se apropia del magisterio del Concilio Vaticano II:
(41) “El conocimiento amoroso y la familiaridad orante con la Palabra de Dios revisten un significado específico con el ministerio profético del sacerdote, para cuyo cumplimiento adecuado son una condición imprescindible, principalmente en el contexto de la ‘nueva evangelización’, a la que hoy la Iglesia está llamada. El Concilio exhorta[19]: ‘Todos los clérigos, especialmente los sacerdotes, diáconos y catequistas dedicados por oficio al ministerio de la palabra, han de leer y estudiar asiduamente la Escritura para no volverse ‘predicadores vacíos de la palabra, que no la escuchan por dentro’”[20].
(42) “También aquí, en la formación intelectual, el principio y fin es Jesucristo. De manera especial, Jesucristo conocido a través de la Sagrada Escritura. Él es la luz de las Páginas Sagradas: les abrió la inteligencia para que comprendieran las Escrituras (Lc 24,45). Entender la Biblia es una gracia de Cristo: ...sus entendimientos estaban embotados, y hasta hoy existe el mismo velo en la lectura del Antiguo Testamento, sin renovarse, porque sólo con Cristo desaparece (2 Cor 3,14). Él es el centro de la Escritura Santa: ...les fue declarado todo cuanto a Él se refería en todas las Escrituras (Lc 24,27). Por eso ‘ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo’[21]. De aquí que la Sagrada Escritura sea el ‘alma’ de la teología[22].
En el parágrafo 50, se cita a las Constituciones 227 reafirmando la importancia del estudio y seguimiento de Santo Tomás para una recta interpretación de la Biblia.
d. Directorio de Seminarios Menores
(34) Hay que procurar que el joven se habitúe a la lectura cotidiana de la Sagrada Escritura. Que adquiera la familiaridad con la Biblia que tenían los grandes santos, como San Timoteo a quien San Pablo escribía: Permanece firme en lo que has aprendido… porque desde la infancia conoces las Sagradas Escrituras (2 Tim 3, 14-15) o como Santo Tomás que la conocía en gran parte de memoria y con cuyas citaciones entretejía sus obras teológicas más importantes. En este aspecto puede ayudar muy bien el organizar lo que se llama Cursos o Jornadas de Biblia para niños y jóvenes, ya que suelen despertar gran interés por el conocimiento de las Sagradas Escrituras y de otras ciencias auxiliares como la arqueología, la historia, el estudio de las lenguas, etc.
e. Directorio de Noviciado
(1) “Estimúlese a los novicios para que vivan las virtudes humanas y cristianas; se les debe llevar por un camino de mayor perfección mediante la oración y la abnegación de los mismos; instrúyaseles en la contemplación del misterio de la salvación y en la lectura y meditación de las Sagradas Escrituras; se les preparará para que celebren el culto de Dios y a los hombres en Cristo por medio de los consejos evangélicos; se les instruirá sobre el carácter, espíritu, finalidad, disciplina, historia y vida del instituto; y se procurará imbuirle de amor a la Iglesia y a sus sagrados Pastores”[23]. Para esto ofrézcansele “conceptos fundamentales de antropología y psicología, que den al sujeto, al principio de su camino formativo, la posibilidad de conocerse mejor, particularmente en las áreas más necesitadas de formación”[24].
f. Directorio de Seminarios Mayores
En el Directorio de Seminarios Mayores:
(224) Deberá entonces enseñarse a los alumnos el sentido de la Escritura y en particular de los salmos, y de la liturgia de la Iglesia. Además se debe dar una cierta práctica “por la recitación común de alguna parte del Oficio (por ejemplo laudes o vísperas)...”[25]. Esta práctica los acostumbrará a cumplir cuando sean sacerdotes la obligación de recitar el Oficio Divino.
En los parágrafos siguientes 329-333 de este directorio se traza el plano de estudio de la Sagrada Escritura en nuestros seminarios subrayando que Ella es el “alma” de toda la teología[26] y que en cuanto tal “debe informar la totalidad de las disciplinas teológicas”[27]. Por tanto la importancia de estos parágrafos es fundamental para nuestros religiosos.
g. Directorio de Vida Litúrgica Liturgia
En el directorio ordenado a la vida litúrgica se acentúa la centralidad del Misterio pascual revelado en la Sagrada Escritura:
(112) El misterio de la salvación es lo central en la celebración; seguirá utilizando la Sagrada Escritura haciendo sacramentalmente presente el misterio proclamado; nunca se renunciará a las prácticas del ayuno, la oración y la limosna; siempre se conservará el Domingo como “Pascua Semanal”. De esta manera, la lex orandi continuará siendo lex credendi.
En el Nº 57 se nos habla del cuidado y modo de proclamar la Palabra de Dios en la Liturgia, remarcando la necesidad de asimilarla interiormente:
(57) Lo mismo vale para la proclamación litúrgica de la Palabra de Dios: “una palabra venerada porque es palabra viva y en ella habita el Espíritu. Los ministros de la palabra deben esmerarse mucho en la lectura, que primero interiorizarán, para que llegue a los fieles como una verdadera luz y una fuerza para el momento presente”[28].
En relación con el canto nos declara la función que éste tiene en orden a manifestar los misterios divinos revelados en la Palabra de Dios:
(80) El canto litúrgico de un modo particular actualiza el misterio de la salvación, al Dios que se nos revela con su Palabra y dándonos su don, la Iglesia responde en cánticos de adoración, gratitud e intercesión. Por eso, la eficacia sobrenatural del canto litúrgico le viene de la presencia de Cristo, porque Él “está presente cuando la Iglesia suplica y canta salmos”[29]. El canto litúrgico es la “voz de la esposa” que se une al Esposo en el “sacrificium laudis”.
En lo que dice relación al sacramento de la Penitencia siguiendo el Ordo Paenitentiae se propone la escucha de la Palabra de Dios para un mayor provecho espiritual:
(92) (...) Se deben organizar encuentros de preparación, tal como se propone en el Ordo Paenitentiae, en los que, mediante la escucha y la meditación de la Palabra de Dios, se ayude a los fieles a celebrar con fruto el sacramento; o al menos se deben poner a disposición de los fieles subsidios adecuados, que les guíen no sólo en la preparación de la confesión de los pecados, sino para que alcancen un sincero arrepentimiento”[30].
Por fin, en relación a la dignidad de los libros litúrgicos que contienen la Palabra de Dios:
(102) “Los libros que se utilizan para proclamar los textos litúrgicos, con el pueblo o en beneficio del mismo, en lengua vernácula, deben tener una dignidad tal que su aspecto exterior mueva a los fieles a una mayor reverencia a la Palabra de Dios y a las cosas sagradas. Por ello, es necesario que se supere cuanto antes la fase provisional de las hojas y folletos, allá donde esto se dé. Todos los libros, destinados al uso litúrgico de los sacerdotes celebrantes o de los diáconos, deben ser de un tamaño lo suficientemente grande como para distinguirlos de los libros para uso personal de los fieles”[31].
h. Directorio de Dirección espiritual
En el Directorio de Dirección espiritual al tratar sobre el discernimiento de espíritus, destaca la importancia del estudio de la Biblia para la adquisición de aquel:
37) El discernimiento es tanto un carisma del Espíritu Santo (1Cor 12,10), como un acto de la prudencia sobrenatural (la prudencia iluminada por la fe). Este segundo modo de discernimiento se adquiere por medio de la oración, del estudio de la Sagrada Escritura, de los escritos de los Padres, de los grandes Teólogos y de los Místicos, y por la propia experiencia de la vida espiritual. En particular, es de una ayuda extraordinaria la familiaridad y conocimiento profundo de las Reglas de discernimiento de espíritus de San Ignacio de Loyola[32], para formar e ilustrar las conciencias de sus dirigidos y, de modo especial, para los casos en que le toque dirigir almas en las que aparecen fenómenos extraordinarios o gracias “gratis dadas”.
i. Directorio de Vida Consagrada
Este directorio tratando sobre la obediencia, y en concreto sobre el estudio dice:
(211) Otra de las prácticas mediante las cuales el religioso ordena sus actos al fin de su estado, es el estudio. El estudio es propio de la vida religiosa debido a tres razones[33].
(212) Primero, porque es exigido para la contemplación misma a la que presta una doble utilidad: utilidad directa, iluminando el espíritu, pues en la contemplación de las cosas divinas el hombre es dirigido por el estudio.
(213) Presta además una utilidad indirecta, apartando los peligros, o sea, los errores en los que caen con frecuencia en la contemplación de las cosas divinas los que ignoran las Escrituras.
j. Directorio de Vida Contemplativa
En referencia al estudio de los monjes se dice que, éste es necesario para no mal interpretar las Escrituras:
(72) De dos modos el estudio será útil para la misma vida contemplativa: “directamente, coadyuvando a la contemplación, esto es, iluminando el entendimiento (...); indirectamente, removiendo los peligros de la contemplación, esto es, los errores, que frecuentemente ocurren en la contemplación de lo divino a los que desconocen las Escrituras...”[34].
También que el estudio debe estar animado por la Biblia:
(75) El estudio de la Sagrada Teología informado por las Sagradas Escrituras, que parte de la fe y conduce a la inteligencia de la fe, es el que alimenta y dispone a la contemplación y lleva al amor de Cristo y de la Iglesia[35].
Todavía más el gozo del monje debe buscarla en la lectura de la Palabra de Dios:
(74) Los monjes buscarán ese gozo de la verdad a través de las clásicas actividades monásticas de la “lectio”, la “meditatio” y la “contemplatio”, para ser hombres sabios según Dios.[36]
(141) El trabajo servirá también al equilibrio psíquico y físico; esta finalidad ya era considerada por San Agustín para la vida de los monjes: “...preferiría mil veces ocuparme de un trabajo manual cada día y a horas determinadas, y disponer de las restantes horas libres para leer, orar, escribir algo acerca de las divinas Escrituras...”[37]. “Cumplirá el monje así aquellas palabras de San Benito a uno de sus súbditos: “Ve a trabajar y no estés triste”[38].
(122) En la celda el monje ha de dedicar una hora a la Tradicional práctica de la lectio divina, esto es, a la meditación de la Palabra de Dios, y a la lectura de los Santos Padres; como así también al estudio y al trabajo manual.
k. Directorio de Vocación
Como no podría ser de otra manera dicho directorio fundamenta el factum del llamado de Dios en el testimonio de la Sagrada Escritura:
(5) Que Dios llama a los hombres a determinada vocación se conoce por innumerables testimonios de la Sagrada Escritura, como ser, la vocación del Pueblo de Dios, la de Abraham, Moisés, Josué, Samuel, David, Jeremías, Isaías, Oseas, etc., y en el Nuevo Testamento con las vocaciones de Jesús, de los primeros discípulos, Leví-Mateo, los doce Apóstoles, el joven rico, San Pablo, de la Virgen María, etc. Él ha dicho: No sois vosotros los que me habéis elegido, sino yo el que os he elegido a vosotros (Jn 15, 16).
En otro lugar tratando sobre las “astutas objeciones” a la vocación consagrada dice:
(31) En definitiva, son todas falsas excusas, verdaderos engaños del demonio, que hacen que el alma intente justificarse apoyándose en falacias y en un mal uso de las Sagradas Escrituras.
l. Directorio de Tercera Orden
Al tratar, este directorio sobre el “Misterio de Cristo” refiriéndose a su Espíritu, traba sobre la Palabra de Dios, lo hace en consonancia con el directorio de Espiritualidad y de la Predicación de la Palabra de Dios. Así se expresa:
(252) El Espíritu Santo es el Autor Principal de la Sagrada Escritura, porque quiso que pudiésemos saciarnos en “la mesa de la Palabra”[39]. “El Espíritu Santo fecundó la Sagrada Escritura con verdad más abundante de la que los hombres puedan comprender”[40]. La Biblia está estrechamente unida al misterio del Verbo Encarnado: “al igual que la palabra sustancial de Dios, se hizo semejante en todo menos en el pecado, así las palabras de Dios expresadas en lenguas humanas, se han hecho en todo semejante al lenguaje humano, excepto en el error”[41].
(253) La riqueza de este tesoro celestial[42] de la Palabra de Dios, entre otras cosas, se ve por el hecho de que: está contenida en los Libros Santos, celebrada en la Sagrada Liturgia, comentada por los Santos Padres, testimoniada por los mártires, profundizada por los Doctores, interpretada auténticamente por el Magisterio de la Iglesia, y vivida por los santos de todos los tiempos.
(254) La Palabra de Dios debe ser “profundizada en Iglesia”[43], es decir, con el mismo Espíritu con que fue escrita[44], y es en verdad la fuerza de nuestra familia religiosa, “como lo es su suprema proclamación sacramental en el Sacrificio eucarístico”[45].
(255) La Sagrada Escritura debe ser el alma de nuestra alma, de nuestra espiritualidad, teología, predicación, catequesis y pastoral. Debería poder decirse de nosotros lo que decía San Jerónimo de una persona conocida suya: “A través de la diaria lectura y meditación de la Escritura, ha hecho de su corazón una biblioteca de Cristo”[46], pues para nosotros “la Palabra de Dios no representa menos que el Cuerpo de Cristo”[47].
m. Directorio de Parroquias:
(2) También conviene tener grupos de estudio, de Biblia, escuela e incluso instituto de catequesis, etc.
n. Directorio de Catequesis:
Como fundamento este directorio se refiere al ya citado parágrafo de las Constituciones:
(2) Queremos dedicarnos “de manera especial... a la predicación de la Palabra de Dios... en todas sus formas. En el estudio y la enseñanza de la Sagrada Escritura... la Catequesis...”,[48] participando de la función profética de Cristo.[49]
En los siguientes parágrafos una vez más se remarca la centralidad de la Sagrada Escritura para la auténtica enseñanza de la fe:
(32) “Un catecismo debe presentar fiel y orgánicamente la enseñanza de la Sagrada Escritura, de la Tradición viva en la Iglesia y del Magisterio auténtico, así como la herencia espiritual de los Padres, de los santos y de las santas de la Iglesia, para permitir conocer mejor el misterio cristiano y reavivar la fe del Pueblo de Dios.
(40) La auténtica catequesis es siempre una iniciación ordenada y sistemática a la Revelación que Dios mismo ha hecho al hombre en Jesucristo, revelación conservada en la memoria profunda de la Iglesia y en las Sagradas Escrituras y comunicada constantemente, mediante una traditio viva y activa, de generación en generación. Pero esta revelación no está aislada de la vida ni yuxtapuesta artificialmente a ella. Se refiere al sentido último de la existencia y la ilumina, ya para inspirarla, ya para juzgarla, a la luz del Evangelio”.[50]
También se dan directrices prácticas de gran valor pastoral en los parágrafos 22-23 y sobre todo en los anexos de dicho directorio.
3. A modo de Conclusión:
Creemos haber alcanzado nuestro objetivo: evidenciar los textos de nuestro derecho propio allí donde se exprese el lugar que ocupa la Sagrada Escritura para el IVE. Ahora falta un paso todavía más importante que es profundizarlos en particular, tarea concreta del lector. Lo que no queda en duda es nuestra fidelidad a la Iglesia en venerar a la Sagrada Escritura como al cuerpo del Mismo Cristo y nuestro propósito de dedicarnos a Ella en todas sus formas y con el mayor de nuestros empeños.
Esperamos que la exposición de estos textos nos lleve a rezar y estudiar la Palabra de Dios «(...) con especial diligencia[51] por tratarse del “alma” de toda la teología[52], que en cuanto tal “debe informar la totalidad de las disciplinas teológicas”[53] -porque- La Palabra de Dios escrita es análoga a la encarnación del Verbo, por lo que “estudiar las Escrituras es estudiar a Cristo”, y los errores sobre la naturaleza de las Escrituras Sagradas son análogos a los errores sobre el Verbo Encarnado. De allí la importancia que su estudio ha de tener para nuestro Instituto»[54]. En suma, manifestum est que la Biblia está estrechamente unida al misterio del Verbo Encarnado: “al igual que la palabra sustancial de Dios, se hizo semejante a los hombre en todo menos en el pecado, así las palabras de Dios expresadas en lenguas humanas, se han hecho en todo semejante al lenguaje humano, excepto en el error”[55] y por tanto su estudio y dedicación hacen parte de nuestra identidad propia por ser miembros del Instituto del Verbo Encarnado.
En ocupación tan ilustre también nuestro Instituto nos presenta como modelo al Angélico Doctor: “Se ha de tener como modelo y fuente del estudio de la Sagrada Escritura a Santo Tomás exégeta, que fue aquel que más penetró el sentido de las Escrituras”[56]. Para que finalmente se realice en nosotros el deseo de nuestro fundador, a quien modestamente van dedicadas estas páginas: «La Sagrada Escritura debe ser el alma de nuestra alma, de nuestra espiritualidad, teología, predicación, catequesis y pastoral. Debería poder decirse de nosotros lo que decía San Jerónimo de una persona conocida suya: “A través de la diaria lectura y meditación de la Escritura, ha hecho de su corazón una biblioteca de Cristo”, pues para nosotros “la Palabra de Dios no representa menos que el Cuerpo de Cristo»[57].
Tito Antonio Paredes, IVE.-
San Pablo - Brasil 11 de Julio del 2016, memoria de San Benito de Nurcia, Patrono de Europa.
[1] San Jerónimo, Ep. ad Heliodorum, LX, 10.
[2] Dei Verbum, 25.
[3] Perfectae Caritatis, 6.
[4] Cf. Propositio, 24.
[5] Verbum Domini, 83.
[6] Pastore dabo vobis, 47.
[7] San Agustín, Sermón 179,1: ML 38,966; DV, 15.
[8] Pastore dabo vobis, 47.
[9] Cf. FIR, 19.
[10] San Jerónimo, Comentario a Isaías, prólogo.
[11] Cf. Optatam Totitius, 16.
[12] Cf. Ad Gentes, 22.
[13] Pastore dabo vobis, 54.
[14] Sam Juan de Ávila, Sermones, Fiesta de San Nicolás, op. cit., T. III, p. 230.
[15] San Luis María Grignion de Monfort, Oración abrasada, nº 22.
[16] Sagrada Congregación para la Educación Católica, Carta Circular sobre algunos aspectos más urgentes de la formación espiritual en los Seminarios (1980), 1, f.
[17] Cf. CIC, cc. 646, 652; FIR, 45-53.
[18] San Jerónimo, Ep. ad Heliodorum, LX, 10.
[19] San Agustín, Sermón 179,1.
[20] Pastore dabo vobis, 47.
[21] San Jerónimo, Comentario a Isaías, Prólogo.
[22] Cf. Optatam Totius, 16.
[23] CIC, c. 652 § 1-2.
[24] Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, La colaboración entre Institutos para la Formación, n° 16b.
[25] Ratio Fundamentalis, 53, 176. En nuestros Seminarios religiosos se deberán rezar comunitariamente Laudes y Vísperas. Las Laudes podrán rezarse en la celebración de la Misa, no sólo por razones prácticas, sino por su sentido teológico: la unión del Oficio Divino con la Misa. Con el rezo de Vísperas puede terminarse la hora de Adoración si se realiza a la tarde.
[26] Cf. Optatam Totius, 16. Cf. RF, 78,227.
[27] RF, 78, 227.
[28] Discurso al Quinto Grupo de Obispos de Francia en vidita “Ad Limina Apostolorum”, 8 de Marzo 1997, 5.
[29] Sacrosantum Concilium, 7.
[30] Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de os Sacramentos, Directorio sobre La Piedad Popular y la Liturgia, 267.
[31] Congregación para el Culto y la Disciplina de los Sacramentos, Liturgiam Authenticam, 120.
[32] Las dos series de Reglas para la primera y para la segunda semana que San Ignacio propone en su Libro de los Ejercicios. Cf. EE, [313-336].
[33] Cf. S. Th., II-II, 188, 5.
[34] Santo Tomás de Aquino, S.Th., II-II, 188, 5.
[35] Cf. Pastore dabo vobis, 53.
[36] Constituciones, 203. «La respuesta a la lectio divina es la oración, “que constituye sin duda un valor y una exigencia primarios de la formación espiritual...” porque “... el sacerdote es el hombre de Dios, el que pertenece a Dios, y hace pensar en Dios...”, además que “...un aspecto, ciertamente no secundario de la misión del sacerdote es el de ser maestro de oración...” por tanto, “... es preciso que el sacerdote esté formado en una profunda intimidad con Dios”» Pastore dabo vobis, 47.
[37] San Agustín, Del trabajo de los monjes, Obras Completas, Tomo XII, Madrid, 1973, p. 687.
[38] San Gregorio Magno, Diálogos de la vida y milagros de los Padres itálicos II, 6.
[39] Dei Verbum, 21; SC, 51.
[40] Santo Tomás de Aquino, Comentario al I libro de la Sentencias 12, 1, 2, ad 7.
[41] Pío XII, Divino Aflante Spiritus, Enchiridium Biblicum 559; palabras semejanes recoje la constitución Dei Verbum 13.
[42] Cf. Sacrosanctum Concilium, 51.
[43] Juan Pablo II, Alocución a los Obispos de Malí; OR (24/04/1988), 11.; cf. Juan Pablo II, Renovar la familia a la luz del Evangelio, Discurso al Consejo Internacional de los Obispos de Nuestra Señora; OR (30/09/1979), 8; passim.
[44] Dei Verbum, 11.
[45] Juan Pablo II, Alocución a los Obispos de la Conferencia Episcopal de Pakistán ; OR (24/03/1985), 7.
[46] San Jerónimo, Ep. ad Heliodorum, LX, 10.
[47] San Agustín, Serm. suppos. 300, citado por Santo Tomás en S.Th. II-II,96,4, ad 3.
[48] Cf. Directorio de Espiritualidad, 227: “La Iglesia es Jesucristo continuado, difundido y comunicado; es como la prolongación de la Encarnación redentora, al continuar la triple función profética, sacerdotal y real”.
[49] Constituciones, 16.
[50] Catechesi Tradendae, 22.
[51] Cf. Optatam Totius, 16. Dice el CIC, c. 252, § 2, que con “particular diligencia”.
[52] Cf. Optatam Totius, 16. Cf. RF, 78,227.
[53] RF, 78, 227.
[54] Directorio de Seminarios Mayores, 329.
[55] Pío XII, Divino Aflante Spiritus, Enchiridium Biblicum 559; palabras semejanes recoje la constitución Dei Verbum 13.
[56] Directorio de Seminarios Mayores, 331.
[57] Directorio de Espiritualidad, 239.