Quiero detenerme en este día en un párrafo de la Carta a los Hebreos:
“«Tú no has querido ni has mirado con agrado los sacrificios, los holocaustos, ni los sacrificios expiatorios», a pesar de que están prescritos por la Ley. Y luego añade: «Aquí estoy, yo vengo para hacer tu voluntad»[1]”.
Los “sacrificios y holocaustos” de los que habla, se refiere al culto que se ofrecía en el Antiguo Testamento para obtener de Dios el perdón de los pecados, sacrificios en donde se inmolaban ciertos animales. Pero si dice que Dios no aceptaba estos sacrificios, es porque realmente no eran capaces de obtenernos la salvación. Por eso es que Cristo exclama: “Aquí estoy, yo vengo para hacer tu voluntad”.
De ahí que el texto de la Carta a los Hebreos termine afirmando: “Y en virtud de esta voluntad quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha de una vez para siempre”. Cristo cumple con la voluntad de Dios y nos obtiene la salvación.
En este ejemplo de Jesucristo vemos la clase, la “talla” de miembros (religiosos y laicos) que nuestra Familia Religiosa necesita:
- Ante todo, necesitamos miembros obedientes, obedientes a la voluntad de Dios que resuena en el corazón de cada hombre, obedientes a los Diez Mandamientos de la Ley de Dios, obedientes a la enseñanza oficial de la Iglesia, obedientes en todo a los que nos pidan nuestros Superiores legítimos… una obediencia tal, que sean capaces hasta de cambiar el pensamiento, cuando se trate de un pensamiento que esté en contra del pensamiento de nuestros superiores.
- Necesitamos miembros humildes, que no se apoyen en sus propias fuerzas, y que mucho menos atribuyan a sus capacidades y aptitudes los frutos de la misión. Humildad que les haga reconocer que todo viene de Dios. ¡Cuánto bien realmente hace, por ejemplo, un sacerdote humilde, y, por el contrario, cuánto mal hace la soberbia en el sacerdote! ¡Cuánta edifica ver fieles laicos humildes, cuánto atrae esta virtud a los que están alejados!
- Necesitamos miembros con espíritu de sacrificio, pero no solamente para ir a aquellos lugares que sean difíciles, porque el sacrificio no se vive solamente en las misiones llamadas “emblemáticas”, sino que se vive sobre todo cuando hay una voluntad dispuesta a ir a donde los Superiores los envíen, incluso a donde no les guste. Los laicos vivirán este espíritu de sacrificio cuando sepan renunciar a sus propias comodidades por el apostolado. ¡Cuántos jóvenes “tranquilos” en sus proyectos personales…!
- Necesitamos miembros pobres, es decir desprendidos, que no sean comerciantes ni codiciosos, que busquen, mientras se pueda, lo más incómodo, lo de menos valor. Con una pobreza incluso que se note, que se vea y que se sienta. También aquí, necesitamos sacerdotes que comprendan cuánto daño hace a las almas sencillas el sacerdote amante de las riquezas y del dinero.
- Necesitamos miembros con virtudes humanas fundamentales. Qué despreciable se vuelve el sacerdote chabacano, irrespetuoso, con falta de buenos modales. El Verbo Encarnado asumió una naturaleza humana perfecta, por eso también cada miembro debe procurar en su conducta humana reflejar a Jesucristo.
- Necesitamos, sobre todo, miembros con una auténtica vida espiritual. Ni el sacerdote ni el fiel laico deben ser como “muñecos de cristiano”, es decir sin vida, muertos, que sólo aparentan una devoción, una vida espiritual que no existe. El Verbo Encarnado asumió nuestra humanidad pero sin dejar su divinidad. Lo primero en nosotros debe ser vivir de las virtudes sobrenaturales de la trascendencia: fe, esperanza y caridad.
[1] Heb. 10, 5-7